Poseídos no, embichados

Por Nadine Duchini

En varias entrevistas la escritora Mariana Enriquez hace mención a una especie de definición del género terror a partir de las novelas de Stephen King. Dice que el escritor toma para sus historias cosas y personajes de la vida cotidiana, de lo mundano y lo sencillo. Lo único que hace con todo eso es “subirle el volumen”. Una adolescente maltratada por su madre hiperreligiosa, agredida en el colegio por sus compañeros y con ira reprimida, puede ser una historia real. Cuando le subimos el volumen es una chica con poderes sobrenaturales que desata una sanguinaria escena de venganza. El pasado 4 de octubre tuvo su estreno mundial en el Sitges Film Festival la película 1978, de los hermanos Onetti. Esta película de industria nacional, situada en la época de la dictadura militar, comienza con el secuestro de un grupo de jóvenes, pero termina con sectas satánicas y posesiones demoníacas violentas. Lo histórico, real o “común” es fácil de reconocer; que los victimarios se conviertan en víctimas de Satanás es subir el volumen. 

Durante los últimos años pareciera que el género de terror/horror ha estado circulando con mayor vitalidad entre la literatura y el cine nacional, un tipo de ficción bastante bastardeado y a veces dejado de lado por los mismos argentinos. Aún existe esa sensación de que, si no son productos norteamericanos, las producciones tenebrosas o configuradas alrededor del suspenso no se destacan. Sin embargo, si se dejan de lado las obvias complicaciones presupuestarias que el cine nacional puede atravesar, sobre todo en materia de efectos especiales y maquillaje FX, podría decirse que hay un terror argento que se encuentra mejor instalado en el mundo cinematográfico, quizás con pequeños pasos y en ocasiones poco apreciado. Pero es la historia y el folclore nacional lo que puede generar el sobresalto en pantalla. Tal vez para el argentino la imagen de San La Muerte, o el colectivo 168 (como en el cuento de Cortázar “Ómnibus), sean esos condimentos que provocan incomodidad y/o escalofríos. 

Aterrados (2017), de Demián Rugna, genera palpitaciones con elementos muy simples: un barrio gris poco transitado, casas sin rejas, y chicos que juegan a la pelota en la calle. Un colectivo atropella a un nene, un bondi de color rojo, blanco y azul, que lo levanta por el aire y lo deja boca abajo ensangrentado. En Cementerio de animales (1989), de Mery Lambert, algo similar sucede, pero es un camión, y quizás no es tan gráfico el accidente. El director argentino muestra crudeza e impulsividad, en sus personajes y en lo que sucede, no hay tapujos. La falta del héroe bravo y valeroso, el personaje que “manda todo a la mierda” y se va, y la pequeña dosis de humor en el guion, sirven para materializar al argentino/a en escena como personaje. Esto podría plantear la idea de que el público se reconoce en pantalla y, al verse ahí, se genera una cercanía que aterra aún más. 

En Cuando acecha la maldad (2023), película que ganó el premio mayor de la Selección Oficial del Festival de Sitges, Rugna muestra el campo, el pueblo chico, los animales de granja y esa imagen del paisaje nuestro, plagado de escenas sangrientas y desesperantes que elevan los nervios de quien mira. La maldad o el demonio busca un cuerpo en el cual vivir como un parásito, esparciendo su semilla. Esos poseídos lejos están de lo que un espectador puede imaginar luego de ver El Exorcista (1973), de William Friedkin, o El Conjuro (2013), de James Wan. Demián Rugna muestra que en nuestra tierra se habla de “embichados” o “encarnados”, el maligno se mete como larva de mosca bajo la piel lastimada y devora todo hasta llegar a la mente del ocupado, lo deja putrefacto, sin alma y lo hace destruir todo lo que ama. La otredad, o ese “monstruo” que caracteriza las películas de horror, en este caso es la mismísima maldad (que no tiene cuerpo propio), y los protagonistas creen en ella desde el primer momento. No hay dudas sobre la maldición que se avecina en el campo. Cuando alguien ve a un embichado, lo reconoce y sabe que hay un protocolo que aplicar. 

Margarita Cuéllar Barona analiza en su texto La figura del monstruo en el cine de horror (2008), la importancia que tiene ese “otro” que representa lo malvado o diabólico. La autora cita a Robin Wood, profesor de estudios de cine de la Universidad de York en Canadá, que explica cómo por un lado el monstruo representa todo lo que no se permite ni acepta socialmente y, por otro, el deseo de “romper con las normas que nos oprimen y que nuestro condicionamiento moral nos enseña a reverenciar”. Ahora, ¿qué pasa en una sociedad que creció post-dictadura militar, que a veces no confía en la justicia o en sus funcionarios? Pareciera que existe una idea viral sobre el “aguante argentino”, no le tememos a nada porque todo ya lo hemos visto, por lo cual las normas a romper en el cine nacional son distintas a las del norteamericano. Quizás por esa misma razón Hollywood ya no nos asusta tanto y necesitamos que Cujo (1983), de Lewis Teague, sea un dogo de burdeos enorme que devora a una nena. Ver nuestras costumbres, escuchar nuestras puteadas, sentirse representado/a en esa ficción estremece más. Es la realidad que uno conoce a la que le “suben el volumen”.

Imágenes – Portada: póster de Cuando acecha la maldad; cuerpo: fotograma de Aterrados

Fuente

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El Maracaibeño es un periódico literario y cultural fundado por Luis Perozo Cervantes, cuyo primer y único número impreso fue lanzado el 8 de septiembre de 2014, bajo el lema “El nuevo gentilicio cultural”. Su creación surgió como respuesta a la necesidad de un espacio dedicado a la promoción y difusión de la cultura en Maracaibo.

El 1 de octubre de 2017, El Maracaibeño dio un paso importante al transformarse en un diario digital, convirtiéndose en el primer periódico de la ciudad enfocado exclusivamente en la cultura. Con su nueva versión digital, adoptó el lema “Periódico Cultural de Maracaibo”, extendiendo su alcance a todo el país.

Este periódico es una propuesta respaldada por la Asociación Civil Movimiento Poético de Maracaibo, que busca fomentar un periodismo cultural que contribuya a la construcción de una nueva ciudadanía cultural en la región. El Maracaibeño se posiciona como un vehículo para llevar las noticias más relevantes de la cultura, desde críticas de arte hasta crónicas y ensayos, cubriendo así una amplia gama de expresiones artísticas.

El Maracaibeño no solo es un medio informativo, sino un símbolo de la riqueza cultural de Maracaibo, llevando a sus lectores las noticias más importantes del ámbito cultural, tanto local como internacional.

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