Lo trans en la pantalla. Emilia Pérez y los riesgos de la representación

Lucero Coronado

El cine ha desarrollado la capacidad de movilizar historias específicas a distintos tipos de audiencias. Por un lado, esto ha posibilitado que discursos homogéneos sobre grupos estereotipados se quiebren frente a la visibilización de distintas narrativas que abren el panorama a otras maneras de existir. Pero, por otro lado, cuando la representación de esas experiencias disidentes no trabaja desde lo honesto e introspectivo, y más bien, recae en lo superfluo y en el cliché, se corre el riesgo de irrespetar estas realidades que se intentan representar, todavía más si la comercialización del producto final está de por medio.

En el musical Emilia Pérez (2024), del director francés Jacques Audiard, la representación es el punto central. No solo por sus pretensiones realistas frente a la propuesta musical del director al tocar el tema de las desapariciones forzadas por la guerra contra el narco mexicano y sus dinámicas violentas, sino también por su intento de plasmar la introspección que implica una transición de género y los efectos que tiene en un círculo social específico. 

El director tomó la idea para la historia de la novela Écoute de Boris Razon y un personaje similar a la Emilia Pérez de su película, pero convergiendo con su deseo tanto de experimentar la musicalidad en una película de forma novedosa y añadir tintes poéticos al realismo exigente del filme. Así nació Emilia Pérez, una “ópera moderna” cuya puesta en escena luce interesante, pero que falla al momento de atravesar el corazón de las audiencias. Justo como una ópera, se supone, debería hacer. 

El filme presenta a “Manitas”, papel interpretado por la española Karla Sofia Gascón, quien posteriormente será Emilia Pérez, líder de una banda narco en México cuya identidad de género ya no se alinea con su identidad actual. Para esto decide contactar a Rita, interpretada por la galardonada Zoé Saldaña, una frustrada abogada dominico-mexicana cuyas aspiraciones en la vida no se dieron como pensaba, quien le presta ayuda legal para su transición de género. Después de diversos viajes a Tailandia e Israel para contactar a clínicas y cirujanos especializados en transiciones de género, Emilia Pérez conoce la luz.

Así, la protagonista se introduce en la vida de sus dos hijos y su esposa norteamericana Jessi, interpretada por Selena Gómez, a partir de la mentira de ser la hermana de “Manitas” y lamentar su muerte. Entre procesos de introspección y reminiscencias sobre su pasado criminal, Emilia Pérez se ve arrepentida por tales acciones y decide comenzar una fundación de búsqueda de desaparecidos por el narco mexicano llamada “Lucecita”. Con genuino interés por redimirse, e intentando mostrarse como una figura trascendental en el activismo mexicano, Emilia Pérez se enfrenta a los fantasmas del pasado que las mentiras sobre sus acciones han desencadenado. 

Como persona trans, puedo decir que una película cuya trama gira en torno a una transición de género siempre me resultará llamativa. Sin embargo, observar los imaginarios colectivos que giran en torno a las personas trans por parte de las personas cis es un arma de múltiples filos. Uno de los problemas es el casting de personas trans en películas que hablen de personas trans, cosa que Emilia Pérez plantea ya que la actriz Karla Sofia Gascón es una mujer trans. Esta cuestión ha sido un punto de quiebre al momento de evaluar las películas que hablan sobre personas trans en los últimos años.

Históricamente, las personas trans/travestis hemos sido representadas desde la mirada cis-heterosexual por actores y actrices cis heterosexuales, generalmente de renombre en Hollywood. Esto ha sido señalado múltiples veces por nuestras voces trans en contra de una idea generalizante y estereotípica de lo que ser trans significa. Casos como los de Felicity Huffman en la película del 2005 Transamerica, también dirigida por un hombre cisheterosexual, donde la protagonista no obtiene permiso para transicionar de género por parte de su psicóloga porque no se reconcilia con su hijo, o el caso de Girl(2018), donde un actor cis interpreta a una adolescente trans bailarina de ballet que experimenta peripecias para hacerse paso en el mundo de la danza, son ejemplos de que la mirada regularizadora, medicalizada y patológica del cuerpo trans siempre está presente en las representaciones cinematográficas más reconocidas sobre tales experiencias. 

Otro detalle es la representación del cuerpo trans y sus dimensiones sociales. Y aquí es donde la cuestión se desborda, y cae en picada en Emilia Pérez. Para acercarse a lo que implica transicionar de género es importante tener en cuenta que ninguna transición de género está aislada de su contexto socioeconómico ni político. En este sentido, no se puede separar la subjetividad de las personas de aquello que le rodea y donde se mueve. De tal modo que intentar entender la manera en la que se representa la transición de Emilia Pérez sin tomar en cuenta su contexto, el mundo del narco mexicano, sería falsear e ignorar el poder que los referentes sociales tienen al momento de transicionar de género. Estos referentes corresponden a un modelo de masculinidad y feminidad mexicana, atravesada por su propia construcción y determinada por un mundo hiper masculinizado como es el narco, una cultura que, nos guste o no, tiene sus propias dinámicas sociales donde los sujetos se construyen y forman una idea de quienes son.

En el caso de “Manitas”, esa masculinidad hegemónica, arraigada a lo violento y agresivo, se constituye desde los límites posibles que ese contexto ofrece. Exigirle a la película que ignore su espacio en cuanto a la identidad de la protagonista es no entender de lo que se trata la identidad de género. Sin embargo, la representación física y conductual de “Manitas” sí implica una decisión estereotipada y cishetero normativa sobre las sujetas trans. Hay una especie de monstruosidad o bestialidad en “Manitas” que luego es “limpiada” con la transición a Emilia, pero que no termina de “purgar” 100% a la protagonista de su pasado “bestial”. Esta manera de plasmar las transiciones de género responde a un imaginario cis-hetero normativo, completamente estereotípico y violento, donde, según la mirada cisgénero, las transfeminidades no hallamos escapatoria de la “semilla masculina” que yace en nosotras, alimentando la idea violenta de que la transición es un disfraz a portar. 

Es claro que el director, ni el equipo de casting, pensó en los impactos sociales que esta narrativa tiene. Aun así, y reconociendo la agresividad intrínseca de la obra, dentro de las lógicas ficcionales de la trama, hace sentido que esta sea la manera de representar a Emilia y su transición. El filme no se esconde en cuanto a plasmar lo que implica transicionar en un contexto cultural tan específico. El director sabe por qué eligió representar la historia de esta manera, lo cual resulta igualmente indignante. 

La película no intenta pintar un mundo ideal donde la gente del narco y sus asociados conocen sobre género. No implementan nomenclaturas diferenciadas cuando abordan las experiencias trans porque no funciona de esa manera en el mundo real. Claro, sería lo ideal, pero no es así. 

El filme presenta sus cartas desde el principio y deja claro que se las manejará así. Con esto quiero decir que la película no es inconsciente con respecto a su manera de retratar la transición de género, ya que las acciones de Emilia a lo largo de la historia desembocan en lo que sería su trágico final. Ese final que nos dice que por más que intentemos cambiar nuestra vida, si no abordamos nuestro pasado junto con nuestro presente de una manera honesta, terminaremos cargando con el peso de una cruz que, por nuestras propias decisiones, nos llevará al descenso. No obstante, por este último detalle es que la representación de las experiencias trans en Emilia Pérezresulta pusilánime. Se siente como un intento vago de ahondar en más, pero sin el compromiso debido con lo que se está contando. Y así la trama parece ser una mera excusa para la ejecución de los números musicales supuestamente “experimentales” que habitaban el imaginario del director. 

De igual modo, a lo largo del filme hay una mirada exotizante tanto con la cultura mexicana como con los cuerpos trans que ahoga la narración con diálogos poco entendibles y escenas musicales superfluas e irrisorias, acompañadas por las lamentables y decepcionantes declaraciones que el director ha hecho sobre el idioma español al catalogarlo como una lengua de “países pobres” o decir que no necesitaba investigar mucho sobre México porque ya conocía lo suficiente. Me atrevo a decir que lo peor de Emilia Pérez es la poca conciencia histórica y social sobre México y las experiencias trans que el director y sus actrices han tenido al momento de verse inmiscuidos en este proyecto.

Las críticas de casi todo el público latinoamericano, en las cuales yo me incluyo, es que el director—, blanco y francés—, no se “tomó la molestia” de siquiera investigar o ahondar en los escenarios recurrentes mexicanos en los cuales las personas existen, sobre todo si tomamos en cuenta que la problemática de género es especialmente álgida en esos escenarios. 

De tal modo que la cuestión recae en la delgada línea entre mostrar sinceramente una visión creativa sobre una realidad que no nos atraviesa y considerar que se tiene algún tipo de dueñidad sobre los relatos que, genuinamente o no, nos interesa ver en pantalla. 

¿Puede la ficción trabajarlo todo? La representación de realidades distintas a las que vivimos, ¿pueden ser (re)construidas en nombre de nuestra visión creativa? ¿Qué efectos sociales tienen tales decisiones?

¿Deben ser representadas todas las experiencias trans desde la enunciación de un ejercicio introspectivo y unívoco o puede esto también ser un factor que acompañe al desarrollo de una identidad compleja y problematizada? En lo personal, considero que abrir los horizontes de posibilidad de existencia para las personas trans, incluso en los escenarios más inverosímiles, es clave para el reclamo de nuestras vivencias disidentes y su legitimidad en sociedad. No se trata de buscar aceptación de nadie, sino de reconocer que las personas trans/disidentes podemos habitar cualquier espacio y cualquier narrativa porque somos humanas, y eso implica que somos contradictorias y desordenadas como cualquier otra persona. Ojalá poder ver más personas trans protagonizando historias genuinas que salgan de los arquetipos establecidos para nuestras existencias. 

Es inevitable no señalar la falta de ética que el director y el cast han tenido al momento de abordar las críticas a la película. Es difícil ver el filme y no tener en cuenta que la mentalidad con la que se hizo fue un error, todavía más en un contexto que ha cobrado tantas vidas y amenaza a tantas personas en México y Latinoamérica. De este modo, es importante siempre tener ojo crítico con las narrativas que nos venden las películas, especialmente aquellas que no provienen desde lo genuino y enriquecedor que el cine puede llegar a ser y que, más bien, juegan con realidades inmediatas que nos vulneran y trivializan frente al afán de una visión creativa que carece de perspectiva y funge como un espacio de “experimentación” solo para unos cuantos. 

Fuente

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