Este 11 de mayo de 2025 se conmemora el 73 aniversario del nacimiento de Marcial Augusto Áñez Gutiérrez, escultor, educador y artista integral nacido en Santa Bárbara del Zulia en 1952, cuyo legado se entreteje con la sensibilidad social, la pedagogía creativa y una estética que desafía los cánones convencionales del arte figurativo. Su obra, que encuentra belleza en la crudeza de la vida, es un canto lúcido al alma zuliana, marcada por las contradicciones, el sufrimiento y la esperanza.
Formado inicialmente como nutricionista en la Universidad de Los Andes en 1979, Áñez conjugó su vocación científica con una inclinación artística profunda que comenzó a germinar en los años ochenta. Fue en Valera donde dio sus primeros pasos formales en las artes visuales, al estudiar escultura y artes aplicadas en el Instituto Mons. José Humberto Contreras entre 1987 y 1989, además de formarse en técnicas de vaciado en resina con la profesora Teresita Adrianza en el Ateneo de Betijoque. Más tarde, reforzó su preparación académica en la Universidad Cecilio Acosta, institución clave para muchos artistas del occidente venezolano.
Desde sus primeras exposiciones, Marcial Áñez reveló una sensibilidad única: sus esculturas no se ajustan al esteticismo tradicional, sino que se adentran en los pliegues de lo humano con un enfoque que él mismo llamó “figurativo dramático”. Bajo esa búsqueda estética, plasmó figuras marcadas por el dolor, la marginalidad y las “trampas del siglo XXI”, título que dio a una de sus más recordadas exposiciones en la sala Puchi Fonseca de la Secretaría de Cultura del estado Zulia en 1992. Allí, el público marabino se enfrentó a esculturas que hablaban del desempleo, la violencia, la desigualdad y la crisis de valores, temas que aún hoy siguen resonando con una vigencia dolorosa.
A lo largo de su trayectoria, participó en exposiciones individuales y colectivas en escenarios regionales, nacionales e internacionales: desde la galería Niños Cantores en 1992 hasta muestras en Santiago de Cuba, Santo Domingo, Aruba y Curazao. Su obra fue también reconocida en la galería Julio Árraga con la exposición “Habitantes del color” en 1997, donde exploró la dimensión expresiva del cromatismo sin perder su impronta dramática.
Más allá de las salas expositivas, el arte de Áñez se desplegó en los espacios cotidianos, como en los salones de clase y en los barrios populares donde ejerció la docencia. Desde 1980 hasta 2014 impartió clases en instituciones educativas de Valera y Maracaibo, dejando una huella profunda en generaciones de jóvenes. Como educador, no solo transmitía contenidos académicos, sino que despertaba el pensamiento crítico y la sensibilidad social, herramientas esenciales para la construcción de ciudadanía.
Su pasión por la cultura también lo llevó al periodismo y la escritura. Fundó la página literaria de El Arrendajo, un espacio para la reflexión artística y el fomento del talento local en Santa Bárbara del Zulia. Colaboró con artículos y narraciones en medios como El Diario de Los Andes y en la “Página Literaria” de Víctor Bravo, además de escribir sobre turismo en la columna “Domingo con Silene”. Su pluma era tan aguda como sus manos moldeadoras, y ambas se alimentaban de la misma convicción: que el arte debe ser un reflejo del pueblo y una vía de liberación.
Áñez fue, y es, un artista profundamente comprometido con su región. En su figura convergen los valores del Zulia plural: la búsqueda de identidad, la defensa de la dignidad humana, el mestizaje cultural y la creación como resistencia. Su trabajo conecta con las raíces profundas de un pueblo que no se resigna al silencio ni al olvido.
Hoy, a 73 años de su nacimiento, El Maracaibeño rinde homenaje a este escultor del alma zuliana. Su obra sigue vigente en cada niño que descubre la maravilla del arte en una escuela, en cada transeúnte que se detiene ante una escultura suya y en cada lector que redescubre sus palabras como quien reencuentra un viejo amigo.
Marcial Áñez nos enseñó que incluso en las trampas de la vida contemporánea es posible modelar la belleza y la verdad. Y esa enseñanza, tan necesaria en tiempos convulsos, permanece viva entre nosotros.