María de la Luz Ruiz Reyes de Fuenmayor, conocida artísticamente como Malú Fuenmayor, es un nombre que resuena con fuerza en la historia del arte popular venezolano, especialmente en la memoria del Zulia que la acogió como hija propia desde sus trece años. Nacida el 10 de mayo de 1900 en Cerro Santana, Pueblo Nuevo (estado Falcón), su vida estuvo marcada por la humildad, el trabajo y un talento que, aunque tardío en emerger, brotó con una intensidad luminosa y perdurable.
Fue en 1966, tras la pérdida de un hijo, cuando Malú encontró en la pintura y la talla en madera una vía para sublimar el dolor. Su obra nació del silencio de la ausencia y del deseo de transfigurar la memoria en color. Así, con una sensibilidad intuitiva, empezó a elaborar retablos y esculturas con materiales sencillos y reciclados. Su arte es reflejo de una mirada espiritual que no se contenta con reproducir lo real, sino que lo reinventa desde la nostalgia y el deseo. Como bien lo expresó Víctor Fuenmayor, Malú “pinta para reconocer sus espacios interiores”, y en sus piezas la ciudad-lago, las iglesias, las plazas, los barcos y los juegos infantiles adquieren una dimensión onírica que roza lo místico.
Su primera exposición se realizó en la Librería Logos de Maracaibo en 1972, y más tarde, gracias a la intervención del escritor José Balza, llevó su obra a la capital en 1974. A partir de entonces su talento fue reconocido en todo el país, participando en exposiciones individuales y colectivas en Caracas, Mérida, Cabimas y, por supuesto, Maracaibo. En 1987, obtuvo el Premio Nacional de Pintura Ingenua “Bárbaro Rivas”, una distinción que consagró su arte en el panorama nacional.
Malú no necesitó academias. Su formación fue la vida misma: la maternidad, la fe, los recuerdos de su pueblo, el color de la tradición oral. Su paleta se compone de colores primarios que no buscan la armonía académica, sino la expresión directa de una emoción. Pintaba con la urgencia del alma que busca redención en la forma y en el color. Así se convirtió en cronista visual de lo cotidiano y lo extraordinario del Zulia, una narradora silenciosa de los patios, las casas humildes, los amaneceres sobre el Lago y las fiestas patronales.
Su legado no solo es estético, sino también humano. Su arte es testimonio de una mujer que, desde la marginalidad geográfica y social, alzó una voz inconfundible. Es también memoria de una mujer negra, trabajadora, madre y creadora, que desafió los estereotipos y se hizo un lugar en la historia cultural del país. La Secretaría de Cultura del estado Zulia, en reconocimiento a su importancia, bautizó una sala de exposiciones con su nombre en 1990, aunque posteriormente esta fue desactivada, lo que evidencia el vaivén institucional con que se suele tratar el arte popular.
Malú Fuenmayor falleció el 20 de enero de 1990 en Maracaibo, pero dejó una huella imborrable. Hoy sus obras forman parte de colecciones públicas y privadas, y siguen siendo objeto de estudio, inspiración y admiración. Su vida fue una lección de creatividad y de resistencia, una ofrenda de amor a los pueblos que habitan entre el cielo y la tierra, como los que ella pintaba. A través de su mirada, el Zulia se nos muestra más tierno, más colorido, más nuestro.
En el aniversario de su natalicio, El Maracaibeño Cultural honra su memoria con esta semblanza y una ilustración en estilo Pop Art que celebra su figura como emblema de la identidad zuliana. Porque Malú no solo pintó casas, santos y paisajes: pintó el alma del pueblo.