En la historia reciente de las artes visuales zulianas, hay nombres que trascienden por su capacidad de traducir la identidad local en imágenes que conmueven y resisten al olvido. Uno de ellos es, sin duda, el de Norberto José Molero Cárdenas, mejor conocido en el ámbito artístico como Roduardo, quien este 6 de mayo de 2025 cumpliría 76 años. Su legado como pintor, dibujante y formador de generaciones de artistas en Maracaibo sigue vigente y se proyecta como un faro para la preservación de la memoria y la transformación estética de nuestra región.
Nacido en la siempre efervescente Maracaibo en 1949, Roduardo creció rodeado del calor, la cultura popular y las postales urbanas que pronto se convertirían en materia prima de su obra. Su camino hacia el arte fue sólido y comprometido. Entre 1974 y 1980 se formó en la Academia de Bellas Artes Neptalí Rincón, donde no solo adquirió las bases técnicas necesarias, sino donde también comenzó a esbozar su visión crítica sobre la estética tradicional zuliana.
Desde sus inicios, su pasión por el arte se manifestó no solo en sus lienzos, sino en las aulas. Roduardo fue un incansable docente. En 1977 inició su labor como profesor del taller de pintura infantil del Instituto Nacional de Canalizaciones y posteriormente en espacios tan relevantes como el Instituto Zuliano de la Cultura, la Escuela de Artes Plásticas Neptalí Rincón y desde 1988 en la Escuela de Artes Plásticas Julio Árraga, instituciones claves en la formación de artistas zulianos. Su legado académico es tan perdurable como su obra, sembrando en sus estudiantes el respeto por el oficio y la inquietud por investigar sus propias raíces.
Aunque se le conoció como un hiperrealista consumado, Roduardo siempre rebasó los límites convencionales de esa corriente. Su serie dedicada a la arquitectura colonial del Zulia es emblemática: capturó las casas, portales y paredes agrietadas de Maracaibo con un detalle minucioso, mostrando los estragos del tiempo, las cicatrices de las restauraciones y la melancolía de un patrimonio que se desvanece lentamente. Sus pinturas no fueron solo reproducciones fieles, sino una denuncia artística sobre el deterioro de la memoria urbana. Con cada pincelada, Roduardo hizo un llamado a la conciencia ciudadana sobre la importancia de conservar la identidad regional.
Sin embargo, su espíritu inquieto lo llevó a transitar otros caminos estéticos. En su madurez artística, evolucionó hacia la abstracción, explorando paisajes submarinos llenos de color y texturas. Obras como las que integraron su exposición «El colorido de los manglares», presentada en 2008 en la Sala A del Aula Magna de la Universidad Rafael Urdaneta, revelan su capacidad para dialogar con la naturaleza desde una perspectiva profundamente sensorial. Allí, las aguas, los corales y los manglares se convierten en protagonistas de un lenguaje visual vibrante y evocador.
Roduardo no solo fue reconocido por la crítica local, sino también por importantes jurados. Su trayectoria fue avalada con premios como el tercer premio de pintura al aire libre (1978), el primer premio del Salón de Mayo en Galería El Parque (1980), el segundo premio del Salón de Occidente en Mérida (1980) y el primer premio de pintura en la Feria de la Chinita (1981). Estos galardones consolidaron su reputación como uno de los artistas visuales más destacados del occidente venezolano.
Además de sus exposiciones individuales en Maracaibo y Caracas, participó en muestras colectivas dentro y fuera del país, incluyendo ciudades como México, Pamplona, Cúcuta y Barranquilla, llevando así la esencia zuliana más allá de nuestras fronteras.
Norberto Molero, o Roduardo, como prefería firmar sus cuadros, falleció en Maracaibo en 2010, pero su obra quedó sembrada en las paredes simbólicas de la ciudad. Sus muros rotos pintados son hoy un manifiesto artístico que reclama la conservación de nuestro pasado, mientras que sus paisajes abstractos son ventanas abiertas a la contemplación y al disfrute estético.
A 76 años de su nacimiento, Maracaibo recuerda a este hombre que supo mirar su ciudad más allá de la rutina diaria, convirtiendo lo ordinario en poesía visual. Roduardo nos enseñó que las paredes hablan, que las grietas son historia y que el color es también memoria. Hoy su legado sigue inspirando a los artistas que, como él, entienden que el arte es un acto profundo de amor hacia la tierra que nos vio nacer.
Crédito de la fuente:Esta nota ha sido elaborada a partir de la información contenida en el Diccionario General del Zulia, de Jesús Ángel Semprún Parra y Luis Guillermo Hernández, segunda edición, 2018, publicado por Sultana del Lago Editores.