En la efervescente Maracaibo de los años setenta, marcada por los vientos de cambio social y cultural, emergió un colectivo que buscó abrir un espacio diferente para las artes plásticas y las letras en la región. Se trató del Taller de Telémaco, agrupación artístico-literaria que, con espíritu renovador, se estrenó en la escena zuliana el 4 de mayo de 1977, fecha que hoy permanece como un hito en la historia cultural del Zulia.
Heredero de la inquietud del desaparecido grupo Guillo, el Taller de Telémaco reunió a una notable generación de artistas y creadores que vieron en este colectivo la posibilidad de experimentar, debatir y presentar nuevas estéticas alejadas de los moldes tradicionales. La primera gran manifestación de este impulso fue una exposición inaugural que reunió a nombres fundamentales en el arte regional como Ángel Peña, Camilo Rojas, Lina Alvarado, Virginia Lavado, Henry Bermúdez, José Ramón Sánchez, Irma Parra, Ender Cepeda, Edgar Queipo y el artista invitado José Fajardo. La muestra fue un crisol de técnicas y tendencias: desde el dibujo, la pintura y la escultura hasta la cerámica, evidenciando el deseo colectivo de abarcar todas las formas posibles de expresión plástica.
Cada uno de estos creadores aportó su sello distintivo. Ángel Peña, conocido por su exploración de la abstracción y la composición geométrica, se destacó en la renovación de los lenguajes visuales zulianos. Camilo Rojas, con su mirada crítica y contemporánea, y Lina Alvarado, figura clave en la integración del color y la forma, se sumaron al espíritu vanguardista de la muestra. Virginia Lavado, siempre atenta a las texturas y emociones, y Henry Bermúdez, quien luego trascendería como uno de los grandes exponentes del arte contemporáneo venezolano, llevaron la diversidad conceptual del grupo a otros niveles.
José Ramón Sánchez, a su vez, no solo participó como artista, sino que fue una de las voces que más profundamente reflexionó sobre el devenir del grupo. Según él, el Taller de Telémaco surgió con la idea de ofrecer un espacio de trabajo y reflexión, pero las tensiones del momento y la politización creciente terminaron por diluir sus objetivos originales. Sánchez, además de su trayectoria como pintor y ensayista, dejó testimonio de este proceso en su libro La emboscada. Ni turbios cowboys ni fontaneros.
La exposición inaugural también incluyó la representación teatral de Cuando la lengua ahoga a los ahorcados, obra de Vidal Chávez, dramaturgo que en ese momento sintetizaba las tensiones y el desencanto de una generación crítica. Esta intervención teatral evidenció que el Taller de Telémaco no solo pretendía ser un refugio para las artes visuales, sino un espacio multidisciplinario que integrara la literatura, el teatro y la reflexión política.
El colectivo también se expresó a través del primer y único número de la revista El paujil maneto, publicación que, aunque breve en existencia, encarnó la voluntad de construir un pensamiento propio sobre la cultura y el arte en el contexto zuliano. En sus páginas quedaron plasmadas las inquietudes, críticas y propuestas de quienes integraban el grupo.
Con el paso del tiempo, sin embargo, las tensiones internas y el desvío hacia fines mercantilistas de algunos de sus integrantes —que se sumaron luego a la fundación de la galería Nuevo Espacio— marcaron la disolución gradual del Taller de Telémaco. Pese a ello, su influencia perdura como una experiencia colectiva que buscó reconfigurar el panorama artístico de Maracaibo en una época de profundos cuestionamientos sociales y culturales.
En este 4 de mayo, el recuerdo del Taller de Telémaco revive como símbolo de un momento de efervescencia y búsqueda. Aquella agrupación no solo ofreció un lugar para la creación, sino que representó un intento honesto de darle voz y forma a las inquietudes de una generación de artistas que, desde el Zulia, también quisieron repensar el arte y su rol en la sociedad.
Crédito de la fuente: Esta nota ha sido elaborada a partir de la información contenida en el Diccionario General del Zulia, de Jesús Ángel Semprún Parra y Luis Guillermo Hernández, segunda edición, 2018, publicado por Sultana del Lago Editores.