La entrada Martín Castagnet y Andrea Chapela: «Hormigas sacando tierra: más profundo, más fresco. Pico de calor» se publicó en la revista Cuadernos Hipanoamericanos.
COORDINADO POR VALERIE MILES

VALERIE MILES
Un escritor argentino y una escritora mexicana comparten el amor por la literatura y la lengua japonesas. El estilo conciso, la exploración de la melancolía y la naturaleza efímera de la vida son algunas de las características de la literatura nipona, y sus grandes autores, como Murakami, Kawabata, y Mishima encuentran un equilibrio sutil entre la tradición y modernidad. Además, la estructura del idioma japonés permite juegos lingüísticos únicos que desafían la traducción: la precisión y ambigüedad de ciertas palabras japonesas pueden ser un campo fértil para la creatividad. Aquí una mirada a la niponofilia actual de dos escritores que han dedicados años a su estudio.
ANDREA CHAPELA
Ciudad de México
Querido Martín: ¡Feliz año! Espero que descansaras y la pasaras bien en estos días. En la Ciudad de México hace frío y hoy hasta chispeó un poco. ¿Las cabañuelas también existen allá? Aquí, se dice que los primeros doce días del año representan el clima de los siguientes doce meses. Eso querría decir que en abril va a llover un poco.
Te escribo desde mi casa, flanqueada a cada lado por un gato. Apenas el 29 de diciembre llegó Bruma a mi vida, que tiene 3 meses y oscila entre jugar y dormir. Creo que, para una correspondencia en la que hablemos sobre nuestro interés por lo japonés, mencionar un gato es ineludible. ¿Has oído que ahora las traducciones de los libros japoneses al inglés siempre tienen gatos en la portada? Al parecer poner la imagen de un gato, aunque en la historia nunca aparezca este animalito, aumenta las ventas.
La verdad es que soy culpable de caer en esa mercadotecnia. Una pila en mi librero está dedicada exclusivamente a los libros japoneses de gatos. El último que compré se llama The Full Moon Coffee Shop y trata de una cafetería mágica regenteada por un grupo de gatos que hablan y pueden ayudarte a encontrar el rumbo cuando te sientes perdido. Más parecido a «Antes de que el café se enfríe» que a «Yo soy un gato».
Creo recordar que tú estabas ya en un nivel de japonés que te permite traducir. ¿Estabas trabajando en Kawabata? ¿O me estoy confundiendo? Envidio mucho que ya puedas leer. La mayoría de los libros japoneses en mi librero son traducciones y la verdad es que desde que terminé la maestría en el Colmex, mi aprendizaje del idioma se ha descarrilado, lo siento oxidado, las formas verbales ya no están tan a la mano y el vocabulario se me escapa. Me lo habían advertido todos mis profesores: el japonés es un idioma celoso, en cuanto dejas de prestarle atención, se esfuma de la cabeza. Lo único que hago, todos los días, es practicar kanjis en Wani Kani. Hoy aprendí dos nuevos: 藤 y 態. Uno de mis propósitos del 2025 es darle más espacio al idioma en mi horario. Tal vez esta correspondencia contigo me ayude a pensar en las razones por las que llegué a aprenderlo, por las que me fascina tanto. Cuéntame tu relación con él, ¿cómo has logrado seguir con el a pesar del reto?
Te mando abrazos desde mi ciudad monstruo. A
MARTÍN CASTAGNET
Buenos Aires
Querida Andrea: alguien que lea estas palabras puede pensar que nos conocemos. Quizás porque a veces parece desde afuera que todos los escritores son amigos (o enemigos, que para el caso es lo mismo) y están tomando un trago en una fiesta de fin de año a la que no te invitaron. Pero es al revés: es el silencio perfecto de las letras el que permite que dos desconocidos como nosotros empiecen a charlar sobre sus intereses en común.
Vengo de jugar al fútbol, como todo lunes, y mi cuerpo se siente extenuado pero feliz. Pienso que hay algo físico muy similar en el estudio de un idioma como el japonés. Doblados sobre el escritorio, memorizando kanjis como ese hermoso de la glicina, que aparece tanto en el Genji monogatariy que constituye el apellido Fujiwara, la familia regente a la que Murasaki Shikibu pertenecía. Ahí tenés: siempre hay un matiz extra. En la esquina frente a la casa de una profesora que tuve había un mural de alguien ligeramente asiático domando a un caballo y lo bauticé «la amansadora de egos»; jamás pude salir de clase sin sentir esa sensación.
Yo también sigo luchando con el japonés y estoy lejos de poder traducir, aunque es uno de mis objetivos de vida. Sí traduzco haiku, como hobby y sin compromiso, pero porque no son extensos y sus miles de pliegues son lo que más me fascina. Pero no puedo leer de corrido sin diccionario a mano, trabajosamente, y cuando leí los cuentos de Kawabata en su original fue acompañado de mi profesor (como «Un brazo») o porque son cortos (como sus historias en la palma de la mano). Quien no conoce el japonés debería saber que lo más sencillo es hablarlo, luego escribirlo y por último leerlo, por los ideogramas chinos que usa. Qué curioso, que como lectores hayamos volcado nuestra vida a lo que más cuesta leer. Pero si es un idioma celoso es también porque no estamos inmersos, y cómo lograrlo estando tan lejos del archipiélago. ¿Qué te llevó a vos al japonés? A vuelta de correo te cuento mi causa.
Bruma es un nombre precioso, de humor evanescente (y un kigo o palabra de estación, tan apreciada en el haiku, y veo también que incluso en su etimología latina: el solsticio de invierno). Es una gran responsabilidad bautizar a una criatura, al igual que a un libro. Qué terrible es cuando se acerca la fecha de cerrar un manuscrito y ningún título nos convence; yo sería capaz de negar el libro. Justo tengo que dar un curso sobre Murakami y tiene gatos (probablemente el gran culpable) y los mejores títulos: Escucha la canción del viento, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Al sur de la frontera, al oeste del sol y un largo etcétera. Me dan ganas de repetirlos en voz alta, como me pasa con los de Kenzaburo Oe. ¿Cuáles son tus libros japoneses favoritos? Abrazo, Martín.
PD: No conocía la palabra cabañuela, ni el concepto; acá tenemos un loco hermoso que pronostica el clima en Twitter según la actividad de las hormigas. Por ejemplo, este del 2 de enero, que ahora que lo pienso podría ser un haiku:
Hormigas sacando tierra:
más profundo, más fresco.
Pico de calor.
ANDREA CHAPELA
Querido Martín: tienes toda la razón en que se crea una ilusión de amistad con este intercambio, pero tal vez toda conversación de intereses comunes genere esa ilusión. Tu carta me llegó ayer después de la medianoche, la leí ya el siete de enero, sentada en la cocina de una amiga que insistió que me quedara a brindar hasta que fuera el día de mi cumpleaños. En la extraña alquimia de esta correspondencia entre desconocidos, tu carta fue de lo primero que leí cuando cumplí treinta y cinco. No sé en Argentina, pero en México esa es una edad importante para un artista. A los treinta y cinco uno deja de ser, para los fondos gubernamentales, un «joven creador» y se convierte en un «creador» a secas. Así que te leí y te escribo ahora desde esta nueva adultez de las letras.
Llegué al japonés como adolescente por la comida y por la animación (Ghibli y Full Metal Alchemistson pilares de mi imaginación). En el último año de prepa me atreví por primera vez a tratar de estudiarlo, pero lo dejé en cuanto entré a la universidad. Ni siquiera llegué a aprender la forma potencial. Pero desde entonces quedé encantada con la locura de sus contadores, el ejercicio de aprender kanjis, lo engañosamente cerca que estaba su fonética de la nuestra.
No lo retomé sino hasta el 2020. En ese verano tan raro tenía la pregunta de si, el que yo fuera una autora mexicana que escribía en español, de alguna manera condicionaba la estructura misma de las historias que contaba. En esas elucubraciones me encontré con la forma kishōtenketsuy me emocioné. Pensé (mal, muy mal) que si lograba entender por qué la literatura japonesa (lo que había leído hasta entonces Murakami, Banana Yoshimoto, Kawabata) me parecía tan japonesa, tal vez encontraría una forma de pensar sobre mi lugar en la literatura mexicana. Dos años de estudios de maestría, de clases intensivas del idioma, de leer más literatura japonesa que nunca en mi vida, puedo ver ahora lo fallido de ese pensamiento. La japoneidad, como la mexicaneidad, son constructos unificados solo si uno los mira de lejos, si se acerca, uno se percata de todos los detalles, de todas las aristas que quedan ocultas detrás del monolito. Igual, el estudio fue gozoso y cuando deseché esa primera hipótesis, me encontré con otra pregunta: ¿qué pasa cuando un escritor se empapa de otra literatura, de sus formas, de sus obsesiones? ¿qué cambia en su escritura?
Mis libros favoritos son El emisario de Tawada Yoko, Estación de Tokio de Yu Miri (que estará en México en febrero junto con Tana Ōshima), Paprika de Tsutusi, Territorio de luzde Tsushima Yuko (un título hermoso en todos los idiomas) y Yuhi de Yi Yang-ji. Hice mi tesis sobre esta última autora coreano-japonesa. Es la única novela que puedo decir que leí en el original, ayudada por mi directora y por múltiples traducciones. La historia de esta autora me apasiona y me entristece mucho, pero usaré la ocasión de otra carta para contártela. Viendo esos títulos juntos, veo que orbito en la parte más contemporánea de la ficción. Además del haiku, ¿cuáles son tus coordenadas literarias japonesas? Abrazos, A.
MARTÍN CASTAGNET
Querida Andrea: Creo en las ilusiones porque creo en sus consecuencias. Las amistades nacen de lugares misteriosos, y me encanta que la nuestra nazca entre las líneas, en lo que pasa entre una carta y la siguiente y que queda impregnado en la carta como si fuera tinta.
Acá en Argentina la juventud de los artistas llega hasta los cuarenta, pero el otro día salió una revista en papel llamada Los años veinte, donde todos los colaboradores son nacidos desde 1990, y quedé irremediablemente afuera (¡vos entrás!). Pero siento que el japonés me conecta con la juventud, no solo porque lo empecé a estudiar entonces sino porque cada vez que doy un seminario de literatura japonesa vuelvo a sentir que (junto al fanfic) ahí es donde gira el interés de la mayoría de los ingresantes, más que en gran parte de la currícula.
Como hijo de los ochenta, llegué al japonés por el manga y el ánime, pero sobre todo porque mi abuela me invitó a estudiarlo con ella desde el día en que cumplí dieciséis años. También abandoné en primer año de universidad: la “n” japonesa se me fusionaba con la lambda griega, era enloquecedor. Retomé varios años después, volví a dejar, volví a retomar. Ahora lo estudio sin pausas desde agosto de 2021, pero no prometo ni dejarlo ni retomarlo, como esos alcohólicos que jamás se dan por curados.
Me sentí muy identificado con tu lista, aunque pondría en primer lugar a Yoko Ogawa (sobre todo El museo del silencio y La policía de la memoria). Mis coordenadas son más en el tiempo que en el espacio: los mitos de creación del Kojiki, El libro de la almohada de Shonagon, los cuentos de Akinari Ueda y los de Ichiyo Higuchi.
El otro día, cuando mencionaste la moda de los gatos y The Full Moon Coffee Shop, justo estaba pensando en esa clase de libros. En los últimos años aparecieron muchas novelas extrañamente parecidas: todas transcurren en lugares agradables y seguros, como bibliotecas o cafés; el edificio o ambiente está iluminado por una luz cálida, y si queda lugar en la tapa también flores de cerezo junto al omnipresente gato. Un amigo, el editor de Hwarang (la única editorial en español dedicada exclusivamente a la literatura coreana), me dijo que tiene nombre: la healing fiction, que se caracteriza por ofrecer consuelo, generalmente con elementos de fantasy. En esta nota:
https://www.kbook-eng.or.kr/sub/trend.php?ptype=view&idx=1085&page=3&code=trend llena de ejemplos coreanos vinculan su origen con una novela japonesa, Los milagros de la tienda Namiya. Me parece que esta estandarización es un correlato directo de la internacionalización literaria de un país, que es el fenómeno que estamos presenciando hoy en día con Japón y Corea. Antes el nivel de la literatura japonesa en castellano siempre era invariablemente alto, que no es algo que diría de muchas de estas novelas, pero ahora hay más variedad, y llegan libros que antes existían en su país de origen, pero no llegaban a traducirse. En todo caso, siento que ese tipo de literatura es la que mejor capta el espíritu de la época, coincida con el gusto literario de cada uno o no. En el mío particular, la mejor literatura japonesa siempre va a ser de perturbados, espectros y perdedores.
Me quedé muy interesado en saber más sobre Yi Yang-ji, es la primera vez que escucho de ella. Contame más, y después prometo contarte sobre una de mis autoras favoritas, también hija de la mezcla: Hisaye Yamamoto. Abrazo, M.
ANDREA CHAPELA
Querido Martín: Me encontré con Yi (o Lee) Yang-ji por primera vez cuando hice una presentación sobre literatura zainichi. Además de Yu Miri, ella era la única otra autora coreano-japonesa que había ganado el Akutagawa con su novela Yuhi en 1988 cuando apenas tenía treinta y tres años (totalmente una joven creadora). Cuatro años después, murió dejando su siguiente novela inconclusa. Lo que me fascinó de su historia es que escribió toda su obra en una década frenética mientras estudiaba en Seúl. Como muchos coreano-japoneses de su época había dejado Japón para tratar de encontrar algún tipo de patria en Corea. Todas sus novelas, que escribió siempre en japonés, (tres de las cuales también fueron nominadas al Akutagawa) hablan de protagonistas como ella, que se encuentran entre dos culturas. Es como si hubiera estado escribiendo el mismo libro, una y otra y otra vez, ocho novelas en diez años, revisitando el mismo problema. Ella misma explica en sus ensayos personales que con Yuhi por fin encontró la respuesta para poder vivir con la contradicción de su propia identidad. Y después se murió. Por una gripa mal tratada que se volvió pulmonía. Cuando leí sobre ella comencé a preguntarme qué podría haber escrito después. Escribir una tesis sobre su obra no me llevó a esa respuesta, pero era la pregunta que realmente me hacía mientras releía sus libros. ¿Qué escribes después de resolver la pregunta central de tu obra, después de ganar el premio literario más importante de tu país?
Yuhi es una novela muy interesante sobre todo en el japonés original porque además de que usa el katakana y el hiragana de una manera especial, para demostrar que algunas palabras son extranjeras para la narradora, en ella también se usa hangŭl. Es el primer libro donde pude apreciar todo lo que se puede decir gracias a que el japonés tiene tres sistemas de escritura. Al agregar el uso del hangŭl hay una capa más, pero en ninguna de las traducciones mantienen esta característica. Sospecho que ese es uno de los aspectos más difíciles de traducir del japonés, tal vez es un gran intraducible. Cuando pienso en esto, recuerdo invariablemente la novela Yo, una novela de Mizumura, otro libro donde los sistemas de escritura y un idioma extranjero conviven.
Me fascina como algo tan sutil como los juegos de alfabetos pueden decir tanto e incluso ejemplificar algo de cómo funciona el idioma/la cultura. Al final es una lengua en la que muchas cosas quedan implícitas o hay que entenderlas por el contexto. ¿Será que cuando los occidentales decimos que la literatura japonesa es sutil estamos reaccionando a estas características? ¿Estás de acuerdo con ese adjetivo? A veces dudo si es que la sutileza es más bien algo que se pierde en el entendimiento cultural o si es verdaderamente una característica intrínseca. Creo que pienso sobre esto porque «sutil» es una palabra que lectores y editores utilizan para hablar de lo que escribo y nunca he sabido bien cómo relacionarme con esa característica, sobre todo porque no es una sutileza sobre la que tenga control. Creo que la literatura japonesa también me intriga por eso.
Cuéntame sobre Hisaye Yamamoto y sobre tus fascinaciones. Te abraza, A.
MARTÍN CASTAGNET
Querida Andrea: Me encanta el Akutagawa, sobre todo porque el género que premia, la novela corta, no es demasiado abundante en otros idiomas y acá los editores siempre tienen que meterlas en libros más largos. No recuerdo haber leído ningún premiado que no me gustara: La dependienta de Murata, la primera parte de Pechos y huevos de Mieko Kawakami, El embarazo de mi hermanade Ogawa, Azul casi transparente de Ryu Murakami, Cangrejos de Taeko Kono, La pared de Abe, La presade Oe, etc. Si tuviera los recursos, traduciría todos los libros premiados en el Akutagawa que siguen inéditos, por ejemplo La corrida de torosdel gran Yasushi Inoue. Que Yuhihaya sido el premio número cien seguramente fue muy significativo.
Hablando de Oe, conocí a los zainichi coreanos gracias a esa novela devastadora y perfecta que es Arrancad las semillas, fusilad a los niños. Me conmovió mucho cómo en sus libros logra identificar al outsiderdel outsider: siempre se puede llegar más lejos en la cadena de exclusiones (y cada tanto ayuda desinteresada) que es la sociedad. Es en esa vena la que seguía Hisaye Yamamoto, que al igual que tu Yi Yang-ji fue una escritora felizmente mestiza, en su caso una nisei: hija estadounidense de padres japoneses, presa en un campo de concentración en Arizona durante la Segunda Guerra Mundial. Los cuentos de Yamamoto, escritos a lo largo de cincuenta años y recopilados en Diecisiete sílabas, me embargaron tanto que me vi obligado a traducirla. Sutil es un adjetivo que la describe perfectamente: los cruces solapados entre varones y mujeres o padres e hijos o chinos y afros, y donde siempre encuentra la manera de darle voz al más débil: veteranos, analfabetos, homeless, pacientes psiquiátricas, presidiarios.
También me encanta Minae Mizumura, una autora que como Borges sabe ser vanguardista y conservadora en el mismo movimiento. Pero te confieso que me llevé una decepción tremenda cuando me enteré que Yo, una novela (fea traducción: el original es «Novela del yo» o «Ficción del yo», para usar el nombre que nosotros le damos al género) se tradujo desde el inglés, cuando las otras dos novelas de la autora por la misma editorial argentina habían sido traducción directa del japonés: más todavía, entonces ni siquiera tenían traducciones al inglés. Puedo entender las maniobras comerciales que llevan a un editor a adoptar esa estrategia, pero nunca jamás el ocultamiento que ha sido tan frecuente en las traducciones del japonés a nuestra lengua. Lo peor es que la novela cuenta con un prólogo de la traductora (muy inspirado en el de la traductora al inglés) donde explica que es la primera novela bilingüe japonesa y en ese espacio crucial tampoco lo menciona; me enteré mucho después, en una charla que dieron, cuando lo comentaron de manera muy campante. Me pregunto si les traductores que mencionás de Yuhihabrán usado en algún momento el sistema que usa la traductora al inglés de Mizumura, con tipografías diferentes para cada sistema de escritura utilizado en el original. Seguramente te dieron ganas de intervenirlas, de fabricar tu propia versión superadora, pero no hay lugar en la industria para traducciones así de colaborativas. Solo queda aprender para cuando a nosotros nos toque.
En los siete días que pasaron desde que te envié la última carta pasó algo extraordinario: nacieron mis hijos mellizos. La vida se abre paso, como dicen en Jurassic Park. Ahora me voy a hacerles aúpa, uno en cada mano: me despido de los libros por un rato.
Un abrazo desde el corazón del verano, M.
Valerie Miles.Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Grantaen español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El País, The Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematoriode Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés.
Martín Felipe Castagnet(Argentina,1986) es un escritor argentino, editor de la revista bilingüe The Buenos Aires Review y de la revista Orsai. Su primera novela, Los cuerpos del verano, ganó el Premio a la Joven Literatura Latinoamericana Saint-Nazaire MEET y ha sido traducida al inglés, al francés y al hebreo. En 2017 publicó su segundo libro, Los mantras modernos. Ese mismo año fue incluido en la lista de Bogotá39, que se encarga de resaltar a los autores latinoamericanos menores de 40 años más destacados. En 2021 fue seleccionado por la revista Granta como uno de los 25 mejores escritores jóvenes en español.
Andrea Chapelaes autora de cuatro novelas juveniles de fantasía, un libro de ensayos y dos libros de cuentos. Su más reciente novela es Todos los fines del mundo. Estudió química en la UNAM, un MFA en escritura creativa en español en la Universidad de Iowa y una Maestría en Estudios de Japón en el Colegio de México. Ha recibido varios premios nacionales por sus cuentos y ensayos. En 2021 fue seleccionada como parte de los 25 Novelistas Jóvenes en español por la revista Granta.
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