Agosto, octubre, de Andrés Barba

La entrada Agosto, octubre, de Andrés Barba se publicó en la revista Cuadernos Hipanoamericanos.

«Agosto, octubre retrata maravillosamente bien esa época tan difícil de contar que es la adolescencia, con el distanciamiento de la familia, esos seres raros que viven en la misma casa que uno; con el descubrimiento del sexo; con el reconocimiento del grupo; con la violencia, con el hastío»

POR MARTA JIMÉNEZ SERRANO

Fotografía de Eduardo Carrera.

Esta sección, «Segunda vuelta», tiene como propósito rescatar libros que merezcan una nueva lectura, y ciertamente hay un punto en que me resulta ridículo seleccionar un libro del escritor Andrés Barba. Para empezar, Andrés Barba está vivo cuando escribo estas líneas (espero), y confieso que por un lado me parece absurdo recomendar que se vuelva a leer a un autor que está siendo leído ya, que sigue publicando sus libros y haciendo sus promociones y ganando sus premios. Pero, además, Andrés Barba es un autor conocido y sus libros son leídos, unos más y otros menos, como pasa con todos, pero leídos y considerados. Publica en Anagrama, su primer premio fue un finalista del Herralde en 2001 y su último premio fue el Finestres en 2023: es bastante evidente que no estoy rescatando a un autor poco considerado, poco conocido o cuya editorial no goce de los recursos suficientes para promocionarlo.

Pero si Andrés Barba ha ido a caer en esta sección por mi culpa es porque, cuando sale a relucir su nombre en una conversación, siempre me pasa lo mismo. La gente dice República luminosa y luego dice Las manos pequeñas y luego dice «el de Guastavino» y luego dice «a mí el último me gustó», hasta que alguien más dice Versiones de Teresa y otro dice La hermana de Katia y otro dice «el del porno» y alguien más allá dice «también tiene uno en Alpha Decay». Una última persona, que quiere demostrar su profundo conocimiento del mundo literario, tal vez añada «además tiene un par de libros de poesía». Entonces es cuando yo tengo que barrer con un gesto de la mano todos esos comentarios, como si esa obra literaria no me interesase en absoluto, y decir con contundencia: «Pero, a ver, Agosto, octubre, ¿Agosto, octubre lo habéis leído?».

Escribo estas líneas para que leáis Agosto, octubre todos aquellos que no lo hayáis leído. Para mí, es el mejor libro de Barba, y también uno de los mejores libros del siglo XXI, y supongo que se habría llevado el Premio Nacional si el libro fuera más largo, o si fuera más épico, o si los premios fueran justos.

Agosto, octubre retrata maravillosamente bien esa época tan difícil de contar que es la adolescencia, con el distanciamiento de la familia, esos seres raros que viven en la misma casa que uno; con el descubrimiento del sexo; con el reconocimiento del grupo; con la violencia, con el hastío. Es un libro que me encantó cuando lo leí por primera vez pero, si lo recomiendo con tanta insistencia, es porque es un libro en el que pienso, en el que he pensado muchas veces tras haberlo leído, un libro que les llevo a los alumnos y que cito en las charlas y en el que pienso de repente cuando voy en el tren: aquella escena inolvidable en que el protagonista ve a sus padres, dormidos y tendidos en la cama, como dos extraños; la incomodidad perpetua del protagonista; lo que pudo ser y no ser; el final. Un final que no revelaré, porque aunque lo menos importante de las novelas buenas sea la trama, este final no se olvida, por el juego que hace con el personaje y el narrador, por la retrospección, por la rabia que da un hecho llano como la vida misma: que no se puede cambiar lo que ya fue.

La sagacidad psicológica de Barba está en esta novela en todo su esplendor, es tierno y violento, ácido y sensible, perspicaz y, sobre todo, complejo. ¿Cómo es besar a una chica, en la playa, una noche de feria y borrachera? La ficción nos ha dicho que es genial, bonito y excitante; que la chica es guapa, que su piel es tersa; que él está nervioso pero al final besa bien, que la luna en el mar riela. Barba nos dice esto:

«Cada vez que la besaba sentía excitación y un poco de asco, tenía una lengua rugosa y mucho más grande de lo que nunca habría hecho sospechar aquella boca tan pequeña. Cuando le quitó la camiseta vio la blancura de aquellos dos pechitos miserables, como dos limones cortados en diagonal y atravesados por un pezón negro y puntiagudo del que salían tres pelos. Los lamió. A la chica le dio un ataque de risa. Era como si el aire estuviese impregnado de cosas que flotaban. Pensó que también a ella le daban vergüenza aquellos pelos, y su vergüenza fue lo único que le conmovió de ella en toda la noche, tal vez porque era lo único que tenían en común».

Es este un narrador que ve las cosas como son, lo cual me parece dificilísimo porque las cosas no son nunca de ninguna manera, y además nos lo cuenta de manera sencilla, lo cual me parece aún más difícil porque contar sencillo lo complejo es aspiración máxima y también ardua. La imagen de los limones, la sencillez de la metáfora, comprensible por todos pero también singular. Las cosas no tan agradables que hay en un encuentro sexual, en el cuerpo del otro: una lengua como no la queremos, pelos en lugares en los que no debería haber pelos (en lugares en los que siempre hay pelos, pero en los que la literatura nos dijo que no había pelos). «Excitación y un poco de asco», al fin y al cabo. Pero hay que saber mirar muy bien la realidad para contar ese beso adolescente en su verdadera sensación, y no en la sensación presunta o supuesta que debió haber en ese beso.

No puedo analizar todo el texto pormenorizadamente sin destripar la novela entera, pero en ese pequeño fragmento se ve también otra de las virtudes de este libro, y es que las cosas, a nivel emocional y sensorial, a veces no son buenas o malas: son lo que son, con todas las contradicciones que caben ahí dentro. Ese beso no fue el mejor y no fue el peor: fue un beso. Tus padres no son ni los mejores ni los peores: son tus padres. Ese sentimiento de vergüenza, de culpa o de duda es tuyo: no supiste hacerlo mejor. Así es.

He dicho que no voy a contar de qué va la novela, pero quiero que la leáis, así que contaré algunas cosas, las justas para que queráis más. Nuestro protagonista es Tomás, que se masturba al volver de la playa metido en el baño del piso vacacional y que, como señala su tía Eli, «se ha hecho un hombre de pronto». Además de la tía Eli, están su hermana Anita, y papá y mamá, y la sensación de que todos son necesarios y al mismo tiempo sobran y asfixian, en ese piso de todos los agostos. Luego estaban ellos, el grupo, primero hostil, y luego un «vente con nosotros», irse con ellos, Tomás es mejor que ellos pero se va con ellos, la necesidad de pertenecer. Tenemos, también, un objetivo. «¿Te la han chupado alguna vez, Tomás?», el objetivo único de una panda de chavales en el verano de su adolescencia, sexo, tías y competición: este ya, este todavía no, este para cuándo. También hay un hospital y un funeral, como en todas las buenas historias, y entonces un salir de fiesta porque la familia ya no puede asfixiar más, y entonces, al fin, en la bisagra de la novela: Marita.

«Los pies de Marita, vistos desde atrás, son toscamente grandes, y también sus brazos, como si tuvieran un grosor que no existiera en ninguna otra parte de su cuerpo. Lleva una falda granate y una camiseta azul mal combinada, unas chanclas negras con la bandera de Brasil. Cada vez que da un paso se ve la bandera en la planta de la chancla. Es una persona hosca, no una persona, un cilindro de carne sin una proporción debida que se hincha aquí y allá cuando camina».

Y con Marita comienza a difuminarse el recuerdo, o al menos a tener lagunas, las suficientes como para subrayar la agresión («en el recuerdo la violencia no comienza inmediatamente»), las suficientes para que el lector comprenda la historia. Y con lo de Marita(tenéis que leerla, os lo vengo diciendo), termina agosto, y el lector se siente casi tan desabridamente mal como Tomás.

En octubre la casa es la misma pero no está llena de gente, y Tomás es el mismo pero no es el mismo, y hay un disfraz de romano, una ternura infantil que no está exenta de crudeza (una de las marcas de la casa de Barba), un final que nos deja respirar sin aliviarnos del todo, que termina arriba sin resolver facilonamente, que nos abriga un poco sin negar el desaliento. No puedo contarlo, no quiero contarlo, porque quiero que lo leáis, que lo leáis hasta el final, y que, como me pasa a mí, a veces estéis esperando al metro o en la cola del super o en la relajación de yoga y penséis de pronto en el final de Agosto, octubre.

Lo más elogioso y sincero que puedo decir de esta novela es que me encantaría haberla escrito, me gustaría tanto haberla escrito que el otro día le dije a Juan, mi pareja, «yo podría haber escrito Agosto, octubre», intentando argumentar que Agosto, octubre es un texto que dialoga con los míos, pensaba yo, mientras Juan negaba con la cabeza, y yo insistía «sí, hombre, sí, es hiperrealista, psicológico, agridulce», y cuando al fin me callé, Juan sentenció «Agosto, octubre es un texto que sólo puede escribir Andrés Barba», lo cual es evidentemente cierto. Cuando un escritor dice «yo podría haber escrito ese libro» lo que quiere decir es «yo querría desesperadamente haber escrito ese libro, pero tristemente lo escribió otro». Así que diré sencillamente que si yo hubiera podido escribir un libro de Andrés Barba, me gustaría que hubiera sido Agosto, octubre. Si yo hubiera podido escribir un libro de otro, un libro que yo nunca podría escribir, pondría en el top 3 de la lista Agosto, octubre.

Y, a pesar de todo, siento que no termino de argumentar bien el porqué. ¿Por qué me gusta tanto Agosto, octubre? No lo sé, no consigo saberlo, y por eso me lo leo mil veces y las 146 páginas del libro no se me agotan porque siempre hay algo más, algo que no vi, algo que entiendo pero que no entiendo, una frase sencilla que releo y que digo: no sé por qué está bien, pero está muy bien.

Leed, también vosotros, las 146 páginas de Agosto, octubre, maravillaos con esa historia perfecta, a la que no le sobra una palabra, contenida en todo lo que se cuenta y también en todo lo que no se cuenta. Pensad en Agosto, octubre cuando vayáis caminando por la calle, recomendádsela a todos vuestros amigos, hasta que ya la conozcáis tanto, hayáis hablado tanto de ella, os resulte tan familiar, que un día, envalentonados, le digáis, quizá, a un amigo «¿sabes? Agosto, octubre es un libro que podría haber escrito yo». Y vuestro amigo, que ya se la habrá leído, porque le insististeis tanto que se la leyó, levantará las cejas y echará la cabeza hacia atrás y os dirá que no, que de ninguna manera, que ya os gustaría, pero que Agosto, octubre es un libro que sólo puede escribir Andrés Barba. Así es.

La entrada Agosto, octubre, de Andrés Barba se publicó en la revista Cuadernos Hipanoamericanos.

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El Maracaibeño es un periódico literario y cultural fundado por Luis Perozo Cervantes, cuyo primer y único número impreso fue lanzado el 8 de septiembre de 2014, bajo el lema “El nuevo gentilicio cultural”. Su creación surgió como respuesta a la necesidad de un espacio dedicado a la promoción y difusión de la cultura en Maracaibo.

El 1 de octubre de 2017, El Maracaibeño dio un paso importante al transformarse en un diario digital, convirtiéndose en el primer periódico de la ciudad enfocado exclusivamente en la cultura. Con su nueva versión digital, adoptó el lema “Periódico Cultural de Maracaibo”, extendiendo su alcance a todo el país.

Este periódico es una propuesta respaldada por la Asociación Civil Movimiento Poético de Maracaibo, que busca fomentar un periodismo cultural que contribuya a la construcción de una nueva ciudadanía cultural en la región. El Maracaibeño se posiciona como un vehículo para llevar las noticias más relevantes de la cultura, desde críticas de arte hasta crónicas y ensayos, cubriendo así una amplia gama de expresiones artísticas.

El Maracaibeño no solo es un medio informativo, sino un símbolo de la riqueza cultural de Maracaibo, llevando a sus lectores las noticias más importantes del ámbito cultural, tanto local como internacional.

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Selva Almada

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