
Por Ariadna Torres
Nacidos para arder, Matías Gallardo, Buenos aires, Jedbangers, 2022.
En la cotidianidad de los lugares pequeños, se tejen los hilos de grandes relatos que merecen ser contados. El género más oscuro de la rama del metal se fue forjando en los lugares más recónditos y ordinarios de Europa a mediados de los ’80. Nada de capitales cosmopolitas, todo fue cuadrando de a poco en pequeños pueblos aburridos y conservadores en donde nada parece suceder y donde unos adolescentes, buscando saciar sus ganas de música extrema, hicieron mucho más que música, construyeron toda una escena y estética que perdura e inspira hasta el día de hoy.
Nacidos para arder deja de lado la mirada amarillista que el mundo tiene del black metal, y borra del mapa a la infantilización que la película Lord of chaos(Jonas Akerlud, 2018) le dio. Con un enfoque cercano, y por primera vez en español, Matías Gallardo desentraña los orígenes del black metal a partir de las voces de quienes lo vivieron en primera persona. Con un prólogo hecho por Dan Lilker – miembro de Anthrax, Nuclear Assault y Brutal Truth- y una introducción por Nocturno Culto – miembro de Darkthrone -, el libro desde un principio nos pone en manifiesto que no solo nos toparemos con las bandas y sucesos mainstream de esta controversial rama del metal, sino que lo abordaremos desde una etapa germinal con las bandas y motivos que lo fueron cultivando.
Más allá de la superficialidad de una imagen rebelde y satánica que esparció el movimiento llamado “satanic panic” en los ’90, el libro explora las raíces psicológicas y sociales del black metal. A través de las voces de sus pioneros, se revela un complejo entramado de emociones, inquietudes y búsquedas espirituales que dieron forma a este género musical. Desde las melodías clásicas de Tchaikovsky hasta la estridencia del rock y el heavy metal de KISS y Judas Priest, pasando por el teatro y la literatura oscura, el black metal se nutrió de una amplia gama de influencias. Como lo expresó Tom Warrior en el libro, “el arte es muy importante… intentábamos ser artísticos y hacer algo original y diferente”. Creciendo en sociedades conservadoras donde la música heavy era difícil de conseguir, estos jóvenes compartían una sed de sonidos extremos que desafiaran los límites. La búsqueda de algo que los hiciera sentir diferentes y con el control de una realidad que los sofocaba, era un denominador común entre ellos.
El lema «fuego y sangre» no puede ser exclusivo de los Targaryen. El black metal, más allá de la violencia y la controversia que lo rodearon, fue forjado en un crisol de pasión artística una esencia que marcaría a la sociedad y música de forma significativa. Detrás de las llamas, las quemas de iglesias, los escándalos, los asesinatos, suicidios, y la prensa sensacionalista hambrienta de detalles, había jóvenes ávidos por expresar su creatividad de la forma más extrema nunca antes vista. Fue esa extremidad lo que necesitaban artísticamente en ese momento para exorcizar el aburrimiento de vivir como sus padres querían que lo hicieran. Poco sabían que estaban creando algo que marcaría a toda su generación, y a las que estaban por venir.
Desde los cuerpos pintados y adornados con cadenas y tachas, pasando por las escenografías sangrientas y teatrales, el black metal fue experimentando una evolución estética significativa. Aunque la brutalidad sigue siendo una constante en sus letras y melodías, la puesta en escena se volvió más sutil y menos grotesca. “El black metal esta matizado, sofocado y disfrazado con lo que los ojos y oídos proyectan que es. Debajo, yace la agobiante pero encantadora aura del arte más incomprendido del mundo entero”, cierra el guitarrista de la banda Zhrine. Hoy en día, los nuevos integrantes de la escena generan opiniones divididas: hay quienes los apoyan y quienes los critican. Sin embargo, su aporte ha sido innegable, impulsando nuevos movimientos y revitalizando el género. A pesar de las divergencias, el libro concluye que el black metal sigue siendo una fuerza poderosa, capaz de atraer a quienes buscan una conexión profunda y una experiencia musical intensa.
foto: Iglesia de Asunción, Chile 2019 (teología para millenials propietario)