Y de pronto, cuando la revolución de las mujeres estaba por incendiar la cima del patriarcado, aparece, a conveniencia de los que se disputan las economías mundiales, un virus. Un enemigo común que nos hace temer unos de otros, de un abrazo, de un beso, de aquello que nos hace humanos. Así, de la nada, la energía cambió, y lo que ayer era un viento de rebeldía y libertad es ahora el pesado aire de sumisión y obediencia que frente a una pantalla respiramos. Estamos siguiendo órdenes ¿de quién?, de aquellos que nos han mentido desde siempre y que son los que ganan más poder y más dinero en medio de esta confusión. ¡Y lo hacemos por miedo a la muerte! Como si la muerte fuese una experiencia artificial, evitable, cuando en realidad es la continuidad de la vida, su semejante: esa luz con la que habremos de reconciliarnos un día.
Es viral, dicen. Sí, como el miedo, como la información que nos manipula, como el odio y la desconfianza que siembran entre nosotros. Hay que recordar que no vinimos aquí para ser eternos, pero sí libres. Y debemos comenzar por liberarnos, otra vez, del miedo.
Lava tus manos, aclara tu mente, re-conéctate con tu comunidad y vuelve a prenderle fuego al mundo.