El 22 de abril de 1908 nació en Punta de Piedra, estado Nueva Esparta, el artista visual Natividad Rafael Ortiz Figueroa, quien dejaría una huella indeleble en el arte zuliano a partir de una decisión radical: comenzar su carrera como pintor a los 60 años de edad. A 117 años de su nacimiento, su obra permanece como una de las más vívidas, coloridas y nostálgicas representaciones de la vieja ciudad de Maracaibo, de su arquitectura, su cotidianidad popular y su geografía emocional.
Obrero, marino, comunista, exiliado, caporal portuario y artista autodidacta, Figueroa es uno de esos casos raros en la historia del arte venezolano donde la biografía se transforma en estética y la vida se vuelve obra.
Un viaje vital que terminó en Maracaibo
Figueroa llegó al Zulia en 1926, junto con su esposa Carmen Mercedes Brett Martínez, huyendo de la persecución política por su militancia en el Partido Comunista de Venezuela. Recorrió los puertos de Cuba, Santo Domingo y Panamá antes de establecerse en Maracaibo, donde trabajó como caporal en los servicios portuarios, mientras su compañera estudiaba y se graduaba de maestra.
Fue un trabajador de base, vinculado al movimiento obrero y a las luchas sociales. Solo décadas después, ya en su madurez, haría visible otra faceta de su espíritu: la del creador plástico, el cronista visual de una ciudad que empezaba a desdibujarse bajo el crecimiento urbano.
El despertar tardío de un artista desbordado
Su carrera artística comenzó formalmente en 1968, cuando decidió enviar dos cuadros al último Salón D’Empaire: Carirubana y Maracaibo de noche. Este último dejó perplejos a críticos como Juan Calzadilla y Sergio Antillano, quienes lo animaron a continuar.
Desde entonces, se sucedieron exposiciones en el Centro de Bellas Artes de Maracaibo (1969), la Galería Helena Pavlu de Caracas (1971), la Galería de Artes Visuales de LUZ (1975) y el Salón del Banco Mercantil, donde recibió mención honorífica.
Su pintura, de intensos y explosivos colores, se dedicó casi exclusivamente a retratar Maracaibo, en un acto amoroso y testimonial: los tranvías, los barcos de paleta, las goletas, las casas del Empedrao, el Saladillo, las plazas, las esquinas. Cada cuadro suyo es una crónica visual del pasado urbano, una pintura que funciona como archivo de la memoria popular.
Máscaras y poesía visual
Además de sus lienzos, Figueroa fue creador de máscaras policromadas de papel maché, grotescas y hermosas, de gran tamaño, que expuso en Caracas y Maracaibo. Estas obras, aunque menos conocidas, revelan una veta carnavalesca, irreverente y profundamente lúdica, que lo conecta con la estética popular latinoamericana.
Su obra fue valorada por poetas, críticos y académicos. Su hijo, el poeta Hugo Figueroa Brett, organizó en 1997 la gran retrospectiva Maracaibo eterna, que reunió más de 100 obras bajo la curaduría del Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez.
Un pintor de nostalgias y de ciudad
Natividad Figueroa murió en Maracaibo el 26 de diciembre de 1989. Dejó como legado una serie de cuadros que no solo conservan el rostro de la ciudad, sino que la reinventan desde una mirada afectiva y documental, como lo señaló el crítico Mariano Díaz: “su pintura guarda y preserva para la futura nostalgia el rostro de una ciudad que desaparece”.
Figueroa no fue un artista académico ni institucional. Fue un testigo y un narrador. Su pintura tiene la fuerza de lo vivido, la espontaneidad del trazo urgente, y la calidez de quien pinta desde el amor y la memoria.
Fuente: Diccionario General del Zulia, de Jesús Ángel Semprún Parra y Luis Guillermo Hernández.
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