Escribir por amor al arte

La entrada Escribir por amor al arte se publicó en la revista Cuadernos Hipanoamericanos.

POR CRISTINA SÁNCHEZ-ANDRADE

En la oficina de la Tesorería General de la Seguridad Social, cuando por fin di el paso de dedicarme exclusivamente a la escritura, hace unos veinticinco o treinta años, y me fui a dar de alta como Autónoma, se produjo el siguiente diálogo.

—Buenos días. Vengo a darme de alta como Autónoma.
—Bien, busquemos el epígrafe que le corresponde en el Impuesto de Actividades Económicas (IAE). ¿Profesión?
—Escritora.

El funcionario aparta la vista del ordenador unos segundos para deslizarla sobre mí con disimulo. A lo mejor es mi sensación, pero percibo una leve mueca de guasa. Vuelve a posar los ojos en la pantalla y teclea durante unos segundos.

—No hay ningún epígrafe para «escritora» —concluye, esta vez sin mirarme— Tiene que decirme a qué se dedica y busco otro.
—Pues es que yo me dedico a escribir.
—¿Periodista?
—Bueno, también escribo artículos, pero actualmente no soy periodista. Soy escritora de novelas y relatos.
—De novelas y relatos, ya…—vuelve a teclear— pues me tiene que dar otra actividad porque «escritora de novelas y relatos», como tal, no es ningún epígrafe. —Vuelve a mirarme: ¿No da usted clases?

Ante la insistencia, cada vez estoy más irascible.

—Pues no le puedo dar otra actividad. A eso me dedico. —me quedo un rato pensativa— ¿Le pide usted a un abogado que le describa otra actividad a la que se dedica en paralelo cuando viene a darse de alta como tal? ¿Le pregunta usted si da clases de Derecho Penal?

El diálogo puede seguir indefinidamente. Creo que ahora por fin ha cambiado, pero en mis tiempos, si eras escritor y te querías ir de la Oficina con el alta en Autónomos bajo el brazo, tenías que acabar mintiendo. Tenías que decir que eras periodista, profesor, o lo que fuera. Yo opté por el epígrafe de «Personal Docente de enseñanzas diversas» y también en algún momento (según compruebo ahora en la sede electrónica de la Agencia Tributaria) por otro epígrafe que es «Pintores, Escultores, Ceramistas, Artesanos, Grabadores, Artistas Falleros y artistas similares». Es decir, que ser fallero (profesión muy loable, por supuesto) estaba contemplado y escritor no. Tengo un amigo que, tras mucha discusión, le acabaron apuntando en el epígrafe «Actividades artísticas: relacionadas con el cine, el teatro y el circo, el baile, la música, el deporte y los espectáculos taurinos». Me lo contaba entre indignado y muerto de la risa: «así que resulta que ahora también soy torero».

Este diálogo nos sirve para introducir el tema espinoso de este artículo, que es el de la incertidumbre, la falta de regulación y la precariedad laboral que afecta a la mayoría de los escritores en España. Desde mi experiencia personal, —publiqué mi primer libro en 1999— trataré de analizar las causas y compararé con el panorama en otros países del entorno europeo.

Cuando dije en la Oficina de la Seguridad Social que era escritora, el funcionario me miró de arriba abajo. Esto es algo que también nos ocurre: hay entre nosotros una reticencia a decir «soy escritor» con la boca grande porque la gente, si no eres Pérez Reverte o Vargas Llosa, por poner un ejemplo de escritores con rostros conocidos, piensa que vas de farol. Ser escritor sigue teniendo un aura reservada para unos pocos, y si tú dices que lo eres, estás queriendo incursionar en un territorio sagrado. Algunos dirán que tengo el síndrome de la impostora, tan típico entre mujeres, pero no soy la única que lo piensa.

En paralelo con este fenómeno de no tomar en serio al que afirma ser escritor, se produce otro. A menudo, eres invitado a viajes internacionales o transoceánicos (Ferias del libro, charlas en los Institutos Cervantes, etc.), con estancias en hoteles de cuatro estrellas, que, vistos desde fuera, parecen deslumbrantes. Tus familiares y amigos te dicen: ¡qué suerte tenéis los escritores, todo el día viajando! Personalmente agradezco muchísimo las posibilidades de viajar (creo que es una de las pocas ventajas del oficio), aunque a menudo sean siempre viajes rápidos y cansados, pero preferiría tener una desgravación fiscal como en Alemania o un salario de mil quinientos euros mensuales libres de impuestos como en Austria. Se dice que a los autores se les premia con prestigio, reconocimiento, admiración y cariño. Pero el prestigio no sirve para pagar las facturas del gas. Con admiración y cariño no convenzo a mi dentista de que no me cobre la última endodoncia porque no voy a poder llegar a final de mes.

Pretendo ser práctica en este artículo. No quiero escribir sobre nuestro maravilloso talento ni sobre nuestro trabajo único e irrepetible, ni sobre el halo de divinidad que acompaña a la escritura. Cuando la gente piensa en los escritores, probablemente porque los veamos en las películas americanas, se imagina que viven en apartamentos elegantes, como el del protagonista escritor con un cuadro obsesivo-compulsivo de la película Mejor… imposible (As Good as It Gets,1997), magistralmente interpretado por Jack Nicholson. Cuando los lectores te ven firmando en una caseta de la Feria del libro de Madrid, no tienen ni idea de cómo ha sido el duro proceso hasta llegar hasta la publicación del libro. No se imaginan que, probablemente, al volver a casa, tendrás que ingeniártelas para llegar a fin de mes, pues a pesar del éxito, el cariño del público y los abrazos que ha recibido unas horas antes, tus irregulares ingresos no te alcanzan para pagar el alquiler del piso o los impuestos municipales. No tienen idea de que a lo mejor te quedas sin vacaciones, por no hablar de ocuparte de los gastos de los hijos, por ejemplo.

Tengo que empezar diciendo que, —al menos desde mi experiencia personal, de nuevo puede ser que las generaciones jóvenes lo vivan de otra manera—, la escritura no se escoge como oficio, sino que ella te escoge a ti. Me explicaré porque esto parece un tanto fantasioso. Uno no está a final del bachillerato, por ejemplo, y decide que va a ser escritor, como quien decide que va a ser médico, abogado o ingeniero. Entre otras cosas, cuando yo terminé, no había ninguna carrera para personas con vocación escritora, y si decías que eso era lo que te gustaba, tu padre se reía de ti y te decía que te sacaras los pájaros de la cabeza (no es fácil escuchar esto cuando tienes dieciocho años). Lo más parecido era Periodismo (que fui lo que yo escogí, ¡oh, qué error!), Filosofía o alguna Filología.

Uno no escoge ser escritor, al menos escritor con los estándares españoles. Uno jamás escogería un trabajo con un horario de mierda de más de 70 horas semanales (sábados y domingos incluidos) con un sueldo de risa, por debajo del salario mínimo, sin ningún tipo de protección social. Serías tonto y estarías mal de la cabeza.

Pero hay algo dentro de ti (y creo que en esto coincidimos todos los autores) que, en un momento, tal vez después de bastante resistencia, hace click. Es ahí cuando comprendes que no puedes dedicarte a otra cosa y te resignas (o no). En mi caso, pasó bastante tiempo hasta que lo entendí y dejé de oponer resistencia. A veces, muchas, me arrepiento de no haber seguido en ese trabajo de oficina que me proporcionaba un sueldo decente, con seguridad social y catorce pagas. Otras me pongo reivindicativa y juro que no haré nada, absolutamente nada, sin cobrar, cosa que incumplo cinco minutos después. Por ejemplo, ¿cómo vas a cobrar a un amigo escritor que te pide que le presentes la novela que ha publicado en una editorial pequeña que ni si quiera le ha pagado un anticipo? Preparar la presentación de una novela son horas y horas de trabajo que nadie te paga.

Digamos que ya he comprendido o «asimilado» que mi vida de momento no es un ejemplo en cuanto a seguridad laboral. ¿Desempeñar un trabajo de oficina y la escritura a la vez?: imposible. Ya lo he intentado y no puede ser, no sacas tiempo para la escritura, te desquicias. Tampoco consuela que García Márquez, por mencionar a un Premio Nobel de gran reconocimiento mundial, viviera en la indigencia cuando escribía Cien años de soledad y que subsistiera de lo que podía conseguir con sus escritos periodísticos y colaboraciones esporádicas.

No por ello quiero desaprovechar la oportunidad de ser muy crítica y contunde. Dignificar las condiciones en las que trabajamos, es absolutamente prioritario. Para ello tengo que —debo— hablar aquí de las dificultades de dedicación exclusiva a la escritura, el rol de las editoriales, la distribución de royalties y la falta de apoyo institucional y de políticas públicas. También debo al menos mencionar otros factores que nos sitúan en la precariedad, como la concentración editorial, los costes de autónomo, o la dificultad para acceder a la Seguridad Social.

La situación de la mayoría de los escritores en España es dramática. Nada está regulado ni preestablecido. Esto supone que conviven con bajos ingresos y gran inestabilidad económica. El Libro Blanco del Escritor, elaborado por la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE) y publicado en 2019, detalla una situación alarmante para los escritores en España: un 77,2% obtiene menos de 1.000 euros al año por derechos de autor, describiendo esta realidad como «desoladora». Este informe subraya las dificultades económicas que enfrenta una mayoría significativa de los creadores literarios en el país, reflejando una problemática estructural que impacta negativamente en el sector cultural.

Un reflejo de esta situación extrema son las ayudas que proporciona CEDRO, llamadas de «urgente necesidad». Por medio de ellas, los autores pueden acceder a una ayuda puntual que cubre situaciones ante la carencia de recursos económicos o derivada de una enfermedad, con las siguientes coberturas: pago de vivienda, tratamientos médicos no atendidos por la sanidad pública, adquisición de material adaptado cuando se tenga reconocida una discapacidad y situación prolongada de desempleo. Si esas coberturas, que nunca cubren el cien por cien de las necesidades, están contempladas es porque las situaciones que las desencadenan son habituales.

La gran dependencia de las ventas de libros y la falta de otras fuentes de ingresos como las escasas ayudas públicas o apoyo de instituciones culturales agudizan esta precariedad. En España, ¿qué ayudas institucionales tienen los escritores? Veamos. Por un lado, están las Ayudas a la creación literaria: cada año, el Ministerio de Cultura y Deporte otorga subvenciones para fomentar la creación literaria en las áreas de narrativa, poesía, ensayo, literatura infantil y juvenil, entre otras. En el caso de la novela, que es el que conozco, estas ayudas son exactamente de 6,250 euros, que además tributan (lo que se te queda en bastante menos). No quisiera mostrarme desagradecida, considero que son de gran valor, pero insuficientes, y con una duración limitada. En teoría es un apoyo económico para que los escritores puedan dedicarse a sus proyectos durante ese año. Puesto que escribir una novela a toda velocidad en un año es una labor titánica, que no te va a permitir que hagas nada más, ¿quién vive con menos de 6,000 euros anuales?

A parte de esto, hay ayudas de AC/E para Residencias de creación Literaria, que ofrecen a los escritores la oportunidad de trabajar en sus proyectos en un ambiente propicio y con apoyo logístico, aunque siempre de manera temporal. La oportunidad es estupenda pero no deja de ser un parche. Está también el Programa AC/E para la Internacionalización de la Cultura Española, que financia la presencia de autores y sus obras en ferias internacionales, festivales y eventos literarios en el extranjero. A través de este apoyo, los autores pueden acceder a nuevos mercados y conectar con otros escritores y editores internacionales. A pesar de que la gestión por parte del personal de AC/E y la voluntad de ayudar a los autores no puede ser más encomiable, no paga las facturas. Además, el acceso a estos recursos puede ser competitivo y depende de factores como la trayectoria del autor, la calidad de la obra y el ámbito geográfico, así que a menudo, por mucho que lo intentas, no consigues gran cosa.

¿Qué papel tienen las editoriales? ¿Cuál es el porcentaje que percibe un escritor de la publicación de un libro? Vamos a ir al ejemplo de un escritor medio, uno que ha publicado tres o cuatro libros en editoriales conocidas. Dejando a un lado las editoriales pequeñas o a los poetas (que no suelen percibir nada o, casi nada, por la publicación) en España, un escritor medio suele recibir un adelanto que puede rondar entre 500 y 1.500 euros. En casos de editoriales grandes o autores con una mejor posición, esto podría ascender a entre 3.000 y 8.000 euros, pero es menos frecuente en autores no consolidados. Por otro lado, estarían los royalties o derechos de autor:  entre el 7% y el 10% del precio de venta de cada ejemplar vendido, pero estos no se empiezan a percibir hasta que se haya recuperado el anticipo, que es un adelanto a cuenta de los royalties de cada ejemplar vendido. Se considera que una novela media en una editorial de tamaño medio puede vender alrededor de 1.000 a 3.000 ejemplares si logra una distribución razonable con lo que la mayoría de los escritores se quedan solo con el anticipo. Entre 3,000 y 5,000 euros en el mejor de los casos es lo que cobra un escritor por una novela, que a lo mejor le ha llevado tres años de su vida. Una novela en la que ha puesto todo: dinero, ilusión, tiempo, energías.

También destaca el problema del acceso a la seguridad social, pues los escritores autónomos en España deben hacer frente a cotizaciones relativamente altas, sin ningún tipo de exención especial, en contraste con países que implementan sistemas de ayudas o cotizaciones reducidas para los trabajadores creativos, como es el caso de la Künstlersozialkasse (Caja de Seguridad Social para Artistas) alemana, que facilita la cotización reducida de los escritores o las subvenciones de larga duración y pagos por préstamo de libros en bibliotecas en los países nórdicos. En Noruega, por ejemplo, el gobierno adquiere una cantidad significativa de cada libro publicado para distribuir en bibliotecas, lo cual representa ingresos iniciales para los autores. Y no solo eso. Según un interesantísimo artículo aparecido en Babelia (El País) el 11 de agosto de 2017, también referido a ese país, que recuerdo haber leído con auténtica estupefacción, «Un autor emergente puede soñar con vivir solo de la literatura porque las becas —sueldo del equivalente a 25.000 euros anuales— son una realidad que no se da con cuentagotas. En EE.UU, el mercado literario es altamente competitivo, pero las oportunidades son mayores». Según una encuesta encargada por la Alliance of Independent Authors (ALLi o Alianza de Autores Independientes), los royalties pueden llegar a ser más altos (10-15% en editoriales grandes) y los anticipos por contratos pueden ser significativos (un anticipo medio puede oscilar entre 10,000 y 50,000 dólares). La única desventaja es que el mercado está dominado por grandes editoriales, lo que dificulta la entrada de nuevos autores.

En España, para muchos escritores, la dedicación exclusiva a la literatura es prácticamente inviable, lo que los obliga a compaginar su actividad creativa con otros trabajos, en ocasiones precarios o a tiempo parcial. Esto, a su vez, afecta la calidad de su trabajo literario y también de vida, limitando la posibilidad de consolidar carreras literarias estables. Autores de gran reconocimiento no han tenido pelos en la lengua para denunciar la situación. Muy críticas son, por ejemplo, Elvira Navarro (a través de novelas como La trabajadora en donde aborda el tema de la precariedad laboral) o Marta Sanz. Esta última, en el diario El Español, dice que «soy consciente de que puedo elegir muchas cosas de mi vida, pero también de que no puedo relajarme porque todos vivimos en la cuerda floja». Sara Mesa en una entrevista para la Revista de la Universidad de México dice que «en España no se puede vivir solamente de la escritura. Es muy raro. Los escritores que lo hacen no viven solamente de escribir, sino que hacen traducciones, escriben artículos de opinión o dan charlas». Si en narrativa existen dificultades, no digamos en poesía. «Hay cierto concepto de solidaridad y de militancia mal entendidas que [a los trabajadores de la cultura] nos intenta pagar con una moneda simbólica cuando vivimos en el mismo sistema económico que el resto de las personas», dice Yolanda Castaño en una entrevista en El País. Elena Medel, por su parte, da cuenta en Wmagazin de su vida como autora: «Llevo casi veinte años publicando. Es una situación de subidas y bajadas. Ahora todo va bien. Solo que he vivido varias situaciones de subir y bajar que espero cualquier cosa. Tengo la sensación de empezar muchas veces».

Es evidente, por todo lo anterior, que la precariedad laboral que enfrentan los escritores en España refleja una alarmante desconexión entre la riqueza cultural que genera la literatura y las condiciones económicas de quienes la producen. A pesar de las ayudas puntuales y la pasión que mueve a los autores, la falta de regulación, los ingresos insuficientes y la ausencia de políticas públicas eficaces perpetúan una situación de incertidumbre que limita el desarrollo de carreras literarias estables. Urge dignificar el oficio del escritor mediante reformas que incluyan mejores condiciones fiscales, apoyo institucional continuado y una distribución más equitativa de las ganancias editoriales. Solo con un cambio estructural será posible garantizar que quienes enriquecen nuestra cultura puedan también vivir dignamente de su trabajo.

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El 1 de octubre de 2017, El Maracaibeño dio un paso importante al transformarse en un diario digital, convirtiéndose en el primer periódico de la ciudad enfocado exclusivamente en la cultura. Con su nueva versión digital, adoptó el lema “Periódico Cultural de Maracaibo”, extendiendo su alcance a todo el país.

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