
Con un prosa ágil, enérgica y muy visual, Han Kang (Corea del Sur, 1970), Premio Nobel de Literatura 2024, nos cuenta en La vegetariana (2007) la transformación, la resistencia y de algún modo liberación de una ama de casa: Yeonghye, pero lo hace desde la perspectiva del esposo, que la menosprecia, el cuñado, que la desea y la cosifica, y la hermana, que la protege.
A juicio de su marido, Yeonghye era una mujer sin atributos: sin ningún atractivo especial y sin ningún defecto en particular. Su manera callada, sobria y sin ingenio lo hacían sentir cómodo. Una mujer resignada que cumplía con su rol de esposa ordinaria que él deseaba. Su matrimonio transcurría con normalidad hasta que un día, luego de un sueño lleno de trozos de sangre, de manos manchadas de sangre, de rostros desconocidos, la protagonista decide tirar la carne y los huevos del refrigerador. A partir de ahí, la ahora joven vegetariana comenzará una mutación kafkiana profunda de su persona que mucho tiene de rebelión y ensimismamiento frente a un entorno patriarcal que, incluso con violencia, no le perdonará su decisión de no comer carne.
Por su parte, el cuñado de Yeonghye, videoasta, desde que se entera que la hermana de su mujer tiene una mancha mongólica “… verdeazulada floreciendo en medio de las nalgas …”, se obsesiona con grabar a su cuñada para hacer realidad una idea que ha plasmado en un cuaderno de bocetos: “Los cuerpos desnudos de hombres y mujeres tenían pintadas flores suaves y redondas, y estaban unidos en poses sumamente voluptuosas.” ¿Se trata de arte? ¿Es moral? Lo que le gusta de Yeonghye, aunque menos bonita que la hermana, o sea su esposa, es que “se podía sentir en ella la fuerza de un árbol silvestre y sin podar”, cuya pureza despertará en él un deseo incontenible, a veces erótico, a veces puramente vegetal. “Quizá la única vía para salir de ese infierno era haciendo realidad su deseo”, nos dice la narradora siguiendo a Oscar Wilde.
Inhye, la hermana mayor de la protagonista, alberga un sentimiento maternal hacia Yeonghye desde la infancia, cuando eran abofeteadas por un padre autoritario y alcohólico, que perderá de nuevo los estribos ante la negativa de su hija, ya adulta, a comer carne. Recluida finalmente en un hospital psiquiátrico, pues ha dejado de hablar e incluso de comer vegetales, Inhye no puede abandonar a su hermana que ya solo pide agua y arraigar en la tierra. No parece loca, sino más consciente y decidida que nunca. En esta novela las hermanas son, como personas, como mujeres, las más consistentes frente a una sociedad capitalista, una institución psiquiátrica y una familia machista que las minusvalora y las oprime. Y de todos los personajes se puede afirmar, parafraseando una expresión de Inhye: se les ve incómodos como viajeros alojados en un hotel de paso.
La vegetariana es una novela inquietante sobre la intolerancia a lo que no se comprende, a lo diferente, a la experiencia única de la libertad radical.