Por Florencia Pérez Calonga
Arcadia, de Barbara Hang y Ana Laura Lozza. Con Natali Faloni, Barbara Hang, Alina Marinelli, y Flor Sanchez Elía. En Dumont 4040. Santos Dumont 4040.
Enmarcada en un contexto de cuerpos y objetos cotidianos en constante interacción, Arcadia construye un espacio de danza que se percibe como una comunidad viva, un intento de crear armonía en medio de la dificultad inherente a lo colectivo. Solo se necesitan un par de colchones, bastidores de madera y sillas de plástico, para que el escenario se transforme en un paisaje donde los objetos se convierten en símbolos de un esfuerzo compartido, protagonistas de un relato sobre la lucha por construir alguna especie de armonía. Estos elementos no solo representan herramientas de organización, sino también las fricciones y caídas inevitables de cualquier intento de convivencia, lo que sugiere que toda forma de equilibrio social está, por definición, en conflicto permanente.

Ana Laura Lozza y Bárbara Hang proponen una visión compleja y cautivadora sobre la idea de comunidad. Presentada originalmente en el Cultural San Martín en 2017 y reestrenada en noviembre en Dumont 4040, de la mano del club de artes escénicas Paraíso, Arcadia utiliza un espacio cargado de simbolismo que invita al espectador a reflexionar no solo sobre la fragilidad y la fortaleza de los vínculos humanos, sino también sobre el trabajo constante y vulnerable que implica construir un espacio compartido. La obra cuestiona si la armonía es un destino deseable o simplemente una aspiración inalcanzable, dejando al espectador con la inquietud de si esta comunidad imaginaria puede materializarse en la realidad o si pertenece únicamente al terreno de los sueños.

La música en vivo de Guillermina Etkin añade una capa de profundidad a esta pieza, que acompaña y amplifica los movimientos de las intérpretes. Las melodías parecen latir al compás de los cuerpos, subrayando los momentos de tensión y de calma, como una banda sonora para la creación de un ideal. Sin embargo, la obra no se conforma con la utopía; en su búsqueda de un orden común, muestra también los quiebres y los momentos de desorden que aparecen en el camino. Los sonidos resuenan, se desvanecen y resurgen, dando la sensación de que el espacio sonoro es tan inestable como la microcomunidad que las intérpretes intentan formar. La música, entonces, se convierte en un espejo de las emociones en juego: un recordatorio constante de que todo lo que se construye en escena es, en el fondo, efímero y vulnerable.

En esta especie de laboratorio de objetos, los cuerpos dialogan con el entorno físico y desafían su propio sentido de pertenencia a la colectividad. En Arcadia, las intérpretes construyen y desarman estructuras usando elementos comunes, en un proceso que se asemeja a la formación de una sociedad en miniatura. Los colchones, por ejemplo, funcionan como plataformas y barreras, y son reutilizados para demarcar un terreno que, paradójicamente, se vuelve cada vez más inestable, lo que pone en evidencia que todo intento de cohesión depende tanto de la colaboración como de la resistencia de sus partes. A medida que las intérpretes ensamblan y desmantelan diferentes estructuras, se forma una narrativa en la que cada acción, cada ajuste y cada caída se sienten como parte de una coreografía mayor, casi como una metáfora de la condición humana en comunidad. La presencia del espectador en el proceso lo transforma en un testigo de las ambiciones, los fracasos y las renovadas aspiraciones de esta Arcadia imaginada.

Pero Arcadia no solo propone un análisis sobre la idea de comunidad; también ofrece una reflexión más profunda sobre la naturaleza de los vínculos y la fragilidad de toda organización. La obra se articula en torno a la paradoja de que, cuanto más se intenta organizar el espacio, más evidente se vuelve su inestabilidad. Los objetos utilizados se presentan, en este sentido, como metáforas de las herramientas y los límites que cada sociedad impone para sostenerse, aunque, en última instancia, sean transitorias y frágiles. En un mundo donde las estructuras y los acuerdos se ven constantemente amenazados por el cambio, Arcadia recuerda que el ideal de armonía es una aspiración que requiere de un esfuerzo continuo y, a menudo, doloroso. Un retrato crudo de la vida en sociedad, una danza entre la construcción y la destrucción, la unión y la separación, que deja a cada individuo la tarea de encontrar su propio lugar en esta coreografía del conflicto y el consenso que es la vida.
Fotos IG: @barbhang