
Por Ignacio Pedernera
Alejandra, de Martín Rechimuzzi. Escrita y dirigida por Martín Rechimuzzi. Con Martín Rechimuzzi y Dúo Acuarela. En El Nacional Sancor Seguros. Av. Corrientes 960, CABA. Próximas funciones: viernes 25/10, viernes 1/11, viernes 15/11 y viernes 30/11 23 hs.
“¿A qué conduciría el convertirme con una definición en imagen o fantasma, cuando me tenéis presente ante vosotros mirándome con los ojos?”, pregunta la Locura a sus interlocutores en el Elogio que Erasmo de Róterdam le dedicó en el siglo XVI. Esta pregunta aparece casi como un perfume que se siente en el aire en este experimento unipersonal que es Alejandra, de Martín Rechimuzzi. Quizás sin quererlo, la obra se termina dando como un cuestionamiento sobre la condición simbólica del teatro, que busca poner a la locura frente a los ojos del espectador sin poder evitar convertirla así en imagen. En un giro casi antiretórico, podríamos también preguntarnos si existe una verdad que exceda a la imagen: ¿cómo se puede personificar a la locura, si no es a través de aquellas personas a las que se ha identificado con ella?
La obra comienza a partir de un texto leído que funciona a modo de confesión. Así, Rechimuzzi narra a partir de una experiencia personal ese primer acercamiento a la locura que desencadena el interés por ese objeto esquivo y tan deliberadamente aislado del mundo pretendidamente racional. Así se da inicio a esta “perforación a cielo abierto”. Luego de esa presentación, el unipersonal abandona el carácter narrativo y se vuelve un desfile de personajes en una misma escena: el cumpleaños de 15 de Alejandra, donde los monólogos solo se ven interrumpidos por los números musicales del Dúo Acuarela que invitan a los espectadores a sumergirse en ese micromundo que, como destaca constantemente el animador del evento, es un sueño, una fantasía: la fantasía de Alejandra.
Cada uno de los personajes que aparecen a lo largo de este cumpleaños de 15 tiene un funcionamiento propio que incorpora a la presentación un carácter prestado del formato stand-up. Después de todo, la comedia y la locura siempre han tenido un vínculo casi de parentesco. Es posible plantear que, a medida que la obra avanza, la sucesión de personajes (el animador, la madrina y Alejandra) cobra sentido a partir de un hilo conductor: cada uno de ellos explora una forma particular de la locura. Pero también es posible plantear lo contrario: monólogo tras monólogo, toda la escena comienza a perder la razón, y la fantasía queda a la deriva de una y muchas Alejandras. Sin previo aviso, el espectador podría preguntarse cómo un salón de fiestas se convirtió sin previo aviso en un pabellón psiquiátrico, y las quince velitas en pastillas.
La escenografía de la obra está casi íntegramente compuesta por la pantalla de video, las luces y unos maniquíes que bajan a escena, trayendo consigo los vestuarios de los diferentes personajes. Y cada uno de estos elementos tiene un funcionamiento un tanto esquizofrénico. Al mismo tiempo que la pantalla invita a sumergirse en la fantasía de un salón de fiestas, se interrumpe con reflexiones sobre la locura, como la de aquel poema de Marisa Wagner que, citando a Alfredo Moffat, dice: “la locura empobrece/la pobreza enloquece”. El lenguaje escrito en la pantalla evidencia el proceso creativo de la obra y su recorrido hasta llegar a este estado que vemos hoy. Las luces por momentos pierden su clásica función de dirigir la mirada del espectador, y se convierten en una jaula: ya no atraen la atención, sino que la repelen para que no se vea lo que no debería ser visto. Los maniquíes facilitan el cambio de vestuario en vivo, y con eso traen también la gran pregunta: ¿son varios personajes los que aparecen en escena, o son acaso uno solo y ninguno a la vez?
Hay mucho para decir sobre Alejandra, quizás tanto como puede decirse sobre la locura. Pero no deja de resonar aquí el problema inicial: todo intento de definir la locura está destinado a fallar. Las palabras quedan a la deriva, y solo pueden intentar explicar al hospicio y al mundo racional. La Locura con mayúsculas hace un último giro irónico: al interpretarla, solo podemos mirar hacia lo que no es, hacia la medicalización, el aislamiento y (en los mejores casos) el arte. Tal vez lo mejor, entonces, sea entregarse por completo a la fantasía.
Imagen: Instagram @rechimuzziok