Volver a la hoguera

La entrada Volver a la hoguera se publicó en la revista Cuadernos Hipanoamericanos.

POR DANIELA TARAZONA

La escritura sucede a través del significado. Ahora, propulsados por la velocidad feroz de las máquinas, quienes escribimos también nos vemos en un nuevo lugar. Este sitio se parece a un pasillo estrecho. A veces, me hace recordar la imagen de la película El Cubo, cuando las paredes se mueven para aplastar a quien se encuentre en medio de ellas. Aquí el ritmo de la banda sonora es sincopado y lejos del campo semántico que pueda describir su insólita atmósfera queda la palabra «duración». El aire se disuelve en el aire, pero la necesidad de responder preguntas pervive en la estrechez de este pasillo. ¿Acabaremos triturados por las paredes? ¿Si escribimos sobre ellas se alejarán de nosotros? Ojalá tengamos suerte, Google.

En su libro Volverse público: las transformaciones del arte en el ágora contemporánea(Caja Negra Editora, 2014) y dentro del ensayo «Google: las palabras más allá de la gramática», el filósofo, crítico de arte y teórico de los medios Boris Groys, apuntó hacia un nuevo comportamiento de la lingüística: «El usuario de una búsqueda en Internet opera, como ya hemos dicho, en una posición metalingüística. Él o ella no hablan sino que practican la selección y evolución de las palabras y los contextos. Sin embargo, Google mismo escapa a la representación lingüística. Realiza una preselección y una priorización que también son actos de curaduría verbal. El sujeto de la búsqueda en Internet sabe que su selección y evaluación de los contextos depende del proceso de preselección y preevaluación que llevó a cabo el motor de búsqueda de Google». Parece que sí, que eso sucedió: nos cambiamos la disposición de las palabras, la lingüística y, en consecuencia, los significados. Además, en este lugar cenagoso, los mensajes y los contenidos se asemejan entre sí, o bien, se han establecido aparejados en el timeline de cada usuario, por ejemplo: a la par de un perro en adopción puede haber un bombardeo y un anuncio de lentes para el sol. ¿Cómo se escribe acerca de la representación de esta simultaneidad? No se trata de sucesos que ocurren a la misma vez y del mismo modo, cada asunto tiene, en efecto, un sitio y una cualidad que lo hace diferenciable en nuestra mente ¿o ya no?

Por supuesto que la labor de la escritura no es la única que atraviesa dificultades. La crisis y la incertidumbre en este mundo de orillas es generalizada. Quienes escribimos compartimos síntomas. Vivimos perseguidos por el tiempo que no rinde, esquinados ante la velocidad supersónica de la información; los acontecimientos parecen ocurrir uno encima del otro, como si dibujaran un núcleo colosal en ebullición y sin tregua. No somos capaces de sostener la atención ante este fenómeno y nuestra mirada se desvía de forma continua. El malabarismo para subsistir incluye la demanda de un salario, de los pagos que no llegan, pero también la elección de un estilo literario, de la forma de encarar la creación en un mercado editorial cada vez más selectivo y arbitrario que se garantiza con el número de seguidores en las redes sociales o las reseñas en Goodreads; las paredes del cubo se estrechan cada vez más: se trabaja para subsistir y a la imperiosa necesidad de hacerle espacio a la escritura entre la prisa del día a día, se suma la disposición de que el artista devenga influencer y emplee el poco tiempo que le queda para promoverse a sí mismo y a su obra en ese trabajo extra de creación de contenidos para las hambrientas redes sociales. A esto se añade que la subsistencia conlleve responder a los dictados venidos de fuerzas invisibles, que exigen y determinan el tratamiento de los temas literarios desde ángulos específicos y rentables para hacerlos fáciles de compartimentar y cuyos hash-tags provoquen un impacto instantáneo en la mente de quien los lea. La coreografía del malabar también se ve compuesta por reglas acerca de los comportamientos correctos. Lo que el artista opine en redes sociales puede incrementar el número de ventas de sus libros o sumirlo en la cancelación, si alguna de sus miradas es descalificada por el tribunal que se forme de manera veloz y siempre viral para, de ser posible, eliminar la lectura de su obra y determinar su reclusión. Sabemos que también la vida del artista puede ser juzgada y evaluada por quienes deseen participar en la condena para descalificar o cancelar. El cuerpo que escribe en tiempo real es ahora el de cualquiera de sus narradores imaginarios. Eso que aprendimos en la universidad: separar al autor de su obra, se ha disuelto; la teoría literaria de los canceladores no permite dicha división. Eres lo que has hecho en tu vida y lo que escribes y estás por escribir. Así se privilegia una escritura que se parece cada vez más a la publicidad predictiva.

No nací hace tanto tiempo, pero creo que he envejecido más rápido después de la pandemia, me refiero a que entiendo poco del vértigo de las redes sociales y me vuelan la cabeza los alcances del Chat GPT y la Inteligencia Artificial. Además de eso, reinando como jefe de redacción, o editor de cualquier contenido previo, existente y por existir, se alza el algoritmo con la voracidad de un dios temible que se multiplica a la manera de un virus cableado, aéreo y todopoderoso. ¿En dónde estamos? Nuestro planeta parece ser una nave que ha salido disparada hacia quién sabe qué destino. Aunque en el desplazamiento la escritura es oportuna: el viaje sigue el ritmo de nuestro interior y deseamos con fervor que ese tiempo interno, dilatado y singular, pueda suceder. Estamos a bordo de la nave, pero procuramos que nuestras miradas otorguen otros valores al trayecto que no sean solamente los de ir de un sitio a otro sin permitirse dejar los ojos puestos sobre los paisajes y las personas. Queremos estar en el mundo y habitarlo, recuperar el espacio que parece haber desaparecido de la manera en que lo conocíamos debido al vigoroso desempeño de las máquinas. Necesitamos hacernos de un lugar para escribir. Es preciso que las palabras para ejecutar esta «nueva lingüística» se revitalicen y se carguen de sentido. Viajamos, sin duda. Ya nos fuimos.

Me entusiasmó la idea de este dossier porque coincido con su premisa: la escritura que me importa suele manifestarse en contra de lo establecido. La escritura desgaja y corrompe, es crítica e intrépida. La escritura es riesgosa y quien escribe, como decimos, «se la juega».

He tenido presente, a lo largo de los años y aún más ahora, las visiones del escritor mexicano Jesús Gardea (Delicias, 1939-Ciudad de México, 2000), un autor extraordinario a quien conocí y cuya obra estudié. Alguna vez, mientras conversaba en una conferencia y descalificaba la velocidad de aquellos años (era 1997 o ‘98), ante la pregunta inquieta de un joven sobre cómo salir del atolladero de la época, Gardea dijo al público que sugería que tomaran un mazo y rompieran sus pantallas de televisión. Recuerdo la polémica que desató su sugerencia: a la salida, los asistentes comentaban entre risas y desaprobación su consejo. En aquel tiempo ultra lejano, también nos dijo, en una entrevista que le hicimos: «¿Quién me dice qué pasa en mi cerebro con esa pantalla, con la luz de esa pantalla? Procuro documentarme, he leído mucho sobre la televisión, la computadora y el cine… Yo debí haber nacido en el siglo pasado. No concibo la lucidez en compañía de la tecnología porque entorpece. Ofrece una sustitución de la realidad, y muchas veces una sustitución que nada tiene que ver con la vida».

En la conformación de un libro tiene lugar la situación del escritor en su día a día: su trabajo, el cobro de sus colaboraciones, si las tiene; la difusión de su obra en las redes sociales, si la lleva a cabo; el cobro de sus regalías, si se las pagan; hacerle sitio a su escritura a la par de sus tareas cotidianas, si le da tiempo. Dentro de las siguientes páginas, cuatro autoras muestran sus miradas: la poeta española Ángela Segovia escribe sobre la literatura contra la prisa; la narradora española Cristina Sánchez-Andrade examina la literatura contra el trabajo; Lorena Amaro, académica y crítica chilena, reflexiona acerca de la situación actual de la literatura y el mercado; y, para finalizar, la poeta y ensayista mexicana Tedi López Mills escribe en torno a los procesos de cancelación.

«Los libros nos sacan volando del tiempo cuando el escritor ha logrado salirse del tiempo en ellos», escribe Ángela Segovia para figurar el «tiempo sin tiempo de la literatura». A esto mismo se refiere Lorena Amaro, a través de María Sonia Cristoff, con las microrresistencias y las «tácticas de desacato» que se fundamentan en la defensa de «otro concepto del tiempo, de la escritura». Contra la prisa, la rebelión. La necesidad de esta fuga por parte de quien escribe se ve mermada también por la de «vivir dignamente de su trabajo», como refiere Cristina Sánchez-Andrade. Existe, además, la problemática separación del autor de su obra señala Tedi López Mills. «Hoy un texto es una mercancía (…) que incluye al autor o autora», escribe Lorena Amaro. Nuestra imaginación y nuestra persona se enfrentan al mismo control de calidad que el propinado sobre cualquier otro producto.

Las pantallas están retacadas de contenidos fugaces, nuestra percepción también. ¿De qué manera un poema, una historia, un conjunto de palabras, el texto en sí puede hacerse lugar en medio de esta explosión de «contenidos»? ¿Cómo saciamos el hambre de la prisa que nos aqueja, del trabajo, del mercado, de la cancelación y la censura? ¿Cómo enfrentar el poder de las máquinas que creamos? Quizá tendremos que reunirnos alrededor del fuego, entre posteo y posteo, para recuperar la potencia de nuestros lenguajes, a voz viva, con el cuerpo caliente y el pensamiento erizado para hacernos sitio en el espacio disuelto. Nuestros fantasmas, lo sabemos, no son puros.

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El Maracaibeño es un periódico literario y cultural fundado por Luis Perozo Cervantes, cuyo primer y único número impreso fue lanzado el 8 de septiembre de 2014, bajo el lema “El nuevo gentilicio cultural”. Su creación surgió como respuesta a la necesidad de un espacio dedicado a la promoción y difusión de la cultura en Maracaibo.

El 1 de octubre de 2017, El Maracaibeño dio un paso importante al transformarse en un diario digital, convirtiéndose en el primer periódico de la ciudad enfocado exclusivamente en la cultura. Con su nueva versión digital, adoptó el lema “Periódico Cultural de Maracaibo”, extendiendo su alcance a todo el país.

Este periódico es una propuesta respaldada por la Asociación Civil Movimiento Poético de Maracaibo, que busca fomentar un periodismo cultural que contribuya a la construcción de una nueva ciudadanía cultural en la región. El Maracaibeño se posiciona como un vehículo para llevar las noticias más relevantes de la cultura, desde críticas de arte hasta crónicas y ensayos, cubriendo así una amplia gama de expresiones artísticas.

El Maracaibeño no solo es un medio informativo, sino un símbolo de la riqueza cultural de Maracaibo, llevando a sus lectores las noticias más importantes del ámbito cultural, tanto local como internacional.

Tal vez lleguemos a esa calma, aun con prisa

Literatura a la contra

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