Por Florencia Pérez Calonga
La última sesión de Freud, de Mark St. German. Adaptación y dirección Daniel Veronese. Con Luis Machin y Javier Lorenzo. En Teatro El Picadero. Pasaje Santos Discépolo 1857. Funciones: lunes, viernes, sábados y domingos de diciembre.
En el consultorio de Sigmund Freud, donde los libros, las esculturas y el humo de su inseparable cigarro se mezclan con las ideas que flotan densas en el aire, el tiempo parece haberse detenido mientras que afuera el mundo arde. Es 1939, y la guerra comienza a golpear las puertas de Europa. En medio del caos y la incertidumbre, un encuentro ficticio pero cargado de significados pone frente a frente al padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, y al reconocido escritor británico C.S. Lewis. En La última sesión de Freud, dos miradas se cruzan: la del psicoanalista que diseccionó la mente humana y la del escritor que encontró en la fe un refugio frente a la incertidumbre.

Luis Machín encarna a Freud con la dureza de quien ha enfrentado la enfermedad y el escepticismo con igual determinación, pero también con la fragilidad de quien sabe que la muerte lo acecha. En su mirada hay dureza y agotamiento, pero también una chispa de desafío intelectual que arde con intensidad. A su lado, Javier Lorenzo da vida a un Lewis lleno de pasión y convicciones, un hombre que defiende lo invisible con una fuerza que desarma. El escritor no es aquí un apologista dogmático, sino un hombre que lucha por encontrar un lugar para lo divino en un mundo que parece haberse rendido al caos. Este duelo dialéctico no es un simple intercambio de palabras, es un combate de ideas donde la ciencia y la religión se enfrentan, no para destruirse, sino para revelarse mutuamente en toda su complejidad.

La puesta en escena, diseñada por Diego Siliano, encierra al espectador en un espacio íntimo cargado de simbolismos. Por su parte, Veronese, con su maestría habitual, deja que el texto de Mark St. Germain respire y cobre vida a través de las interpretaciones, evitando cualquier exceso innecesario. La dirección se despliega con la misma precisión que el lenguaje psicoanalítico de Freud o las reflexiones metafísicas de Lewis, guiando al espectador hacia un lugar donde las preguntas son más importantes que las respuestas. De esta manera, convierte el consultorio en un microcosmos donde las grandes preguntas de la humanidad se condensan: es posible encontrar sentido en un universo indiferente? ¿Es la fe un refugio o una trampa? ¿Qué nos queda cuando el conocimiento ya no puede responder?

La obra no busca respuestas fáciles; al contrario, abre fisuras en la percepción del espectador, obligándolo a transitar las grietas entre lo racional y lo trascendental. Es aquí donde reside su fuerza poética: en ese vacío que no se llena, pero que se habita. El eco de las palabras de Freud y Lewis resuena mucho más allá del escenario, recordándonos que la búsqueda de sentido es un diálogo inacabado, una última sesión que nunca termina. La última sesión de Freud es, en esencia, una experiencia teatral que no solo ilumina los contrastes de dos mentes brillantes, sino que también interpela a quienes, como nosotros, buscan respuestas en un mundo que siempre parece estar al borde del abismo.
Fotos gentileza de prensa