Cuando una revista, semanario o periódico nace en la Gran Caracas, nace con cédula venezolana: El Nacional, El Venezolano, El Nuevo País, El Martillo Venezuela… En algunos casos, cédula y visa internacional vienen amorochados: Latin American Herald Tribune, El Universal Daily News, Diario del Caribe (interrumpido)…
Allí no queda todo. El documento de identificación nacional también puede venir ──como en efecto viene── con carta de ciudadanía interplanetaria: El Mundo, El Universal, El Globo (otro interrumpido). Por supuesto, el interplanetario es el más completo, no solo por su nada humilde pretensión espacio-temporal, sino porque también trae el encarte de visa internacional.
Eso de que trae el encarte no es para nada una exageración. Ningún maracaibeño necesita probar su bien acreditado y no menos moderado sentido de las proporciones, pero como nunca falta un escéptico, no está de más recordar el aforismo jurídico, aquel de: “Quién puede lo más, puede lo menos”.
Ahora a lo que venimos. Resulta que, pongamos por caso, se funda un periódico en una ciudad o pueblo como Jajó, Coro, Tovar, Pampán, Cabimas, San Cristóbal, Barquisimeto o Maracaibo, en fin, fuera de las coordenadas de la Gran capital. Pues, pasa y resulta que tal emprendimiento provoca en la narrativa centralista-condescendiente calificaciones al modo de: “Sorprendente esfuerzo editorial y empresarial hecho en la provincia”; “Su interfaz no tiene nada que envidiar a los mejores de la capital”; “La libertad de expresión trata de resistir en el interior” (Diccionario de la Fraseología Común, V. Bustamante, 2023).
Calificaciones como esas dan por sentado y definitivo un supuesto (implícito y de autor fantasma, pero poderoso), que casi nunca se ha debatido o no se ha hecho suficientemente:
Una editorial, periódico, revista… nacida en la ‘provincia’ no puede reclamarse (y menos desde su propio lema o marca) con la certificación de “Nacional”, «Venezolano», «…de Venezuela, “…del Caribe» u otras similares. Hay sus excepciones: Diario de la Nación (San Cristóbal). Una investigación más rigurosa seguramente encuentre otras, pero, como se dice, toda regla tiene…
En definitiva, según el extendido supuesto, la circunstancia “lugar de nacimiento de una revista”, según ocurra dentro o fuera de la Gran Caracas, es lo que define la tan singular ciudadanía nacional. Luego, lo que está al este de Guatire y Guarenas, y al oeste de los Teques y San Antonio de los Altos, está fuera de la categoría «Nacional».
Quizás parezca una humorada o juego de palabras. Nada que ver. Lo cierto es que hay razones, como mínimo, para preguntarse si la carta de ciudadanía de los productos editoriales (según ese retorcido criterio) está montada como en pirámide: local-regional (la base), nacional, internacional e interplanetario (la cúspide); y que el centro de esa arquitectura es que la publicación sea o no realizada en Caracas. Por último, no hay más que observar que su denominación es construida con un sustantivo o adjetivo relacionado con una entidad geográfica lo más amplia posible o de pertenencia nacional geográfica.
¿Vale?
A propósito, un tema colateral (¿o más bien de fondo?) es la relación de esa oportunista cultura “antichovinista” con el modelo de apropiación de la renta en Venezuela, que tiene no solamente al Estado como instrumento, eje y cómplice, pero eso es otro tema, además muy técnico, pero que por callado… En fin, las cosas no se sostienen solas.
Para terminar. Nadie sale por allí diciendo, y menos todavía escribiendo, que un medio de comunicación con partida de nacimiento fuera de la capital no puede ser nacional. Pero se vive así. Ese es el sentido común dominante. Es una cultura a la manera como lo expresó Foucault con la metáfora de El pez que no sabe… Se incrustó en el ADN de la cotidianidad. Es como la ley de la gravedad, no se discute (después supimos que no hay tal ley, no como nos la enseñaron en la básica). Sin embargo, a quienes la cuestionan (en negro sobre blanco) el piropo más amable que nos dicen es: «Chauvinistas trasnochados e infectados con regionalismo maracucho y decadente». O cosas así.
¿Este reproche que aquí acabamos de desahogar es una mera tremendura, anécdota provinciana, propuesta de ‘simplón regionalismo’ u otra manifestación más (sin mayores consecuencias) de ‘resentimiento zuliano’ contra el centralismo?
O, quizás…
¿Vale la pena plantearse este tema a propósito del relanzamiento de El Maracaibeño? ¿Un lema para El Maracaibeño con connotación nacional o Caribe, complementario a la afortunada denominación que resume la identidad del caribeño de Maracaibo)?
(¿Qué soy un regionalista? ¡Lo soy!… y del ala más intransigente: chovinista y planetario)