Por Florencia Pérez Calonga
Mi corazón no es de piedra ni madera, escrita y dirigida por Martín Marcou. Con Cris Bernal Niño, Morena Ifran, Facundo Tomás. En Espacio Tole Tole. Pasteur 683. Funciones: sábados 21:00 hs.
Gaby es una habitante del sur, de esas que no solo resisten, sino que construyen sentido en cada pequeño gesto cotidiano. Vive en un rincón remoto de la Patagonia, lejos de las certezas urbanas, donde el viento azota como un recordatorio constante de la intemperie. Pero en ese paisaje inmenso y árido, ella construye su propio refugio: entre santuarios, plantas, animales y recuerdos, teje un espacio en el que lo afectivo se convierte en trinchera. Su historia no es la de alguien que deambula sin destino; su arraigo es también una forma de supervivencia, un anhelo de calor que resuena en su relación con los amigos, los amantes fugaces y la memoria de una madre que se dibuja como una sombra que atraviesa su presente.
Los hombres que pasan por la vida de Gaby se mueven con la previsibilidad de las estaciones: llegan, prometen quedarse, pero terminan desvaneciéndose al primer viento fuerte. Luis, con sus promesas rotas y certezas tóxicas, solo le ofrece un amor con fecha de vencimiento. Pero la aparición de Jairo, un mochilero colombiano que escribe poemas en los confines del mundo, enciende una chispa momentánea: él busca un trabajo que lo ayude a solventar los gastos de su estadía, pero también un amor o tal vez algo parecido. Gaby sabe leer esas intenciones desde lejos, para ella no hay promesa ni palabra bonita que no haya escuchado antes. Su experiencia la convierte en estratega del deseo, adelantándose a los abandonos, gestionando los vínculos como quien maneja el fuego en pleno invierno: con precaución, pero sin miedo a quemarse. Su personaje es un refugio encarnado que, a través de su historia, celebra las vidas travestis trans que florecen en un entorno adverso, como flores silvestres que se niegan a marchitarse.

El sur no es solo un escenario en esta historia: es un espejo del desarraigo y del deseo. Los kilómetros que separan el mundo de la protagonista de Buenos Aires son los mismos que trazan las distancias internas entre el amor y la traición, entre el deseo y la resignación. Gaby no espera un final feliz; ella comprende que el amor es también una forma de resistencia. Con un tono que mezcla lo dramático con lo humorístico, Martín Marcou vuelve a la autoficción para rendir homenaje a quienes habitan las fronteras invisibles de lo normativo. Su Gaby recuerda a aquel gaucho queer de Hijo del campo, pero aquí la soledad se transforma en una sabiduría que le permite adelantarse al abandono y reconocer el amor sincero en la mirada del otro.
Las actuaciones son, sin duda, la columna vertebral de esta obra. Marcou construye cada personaje con honestidad y sin concesiones, revelando con precisión los estereotipos sociales que se esconden detrás de las expectativas del «deber ser». Cada gesto, mirada y diálogo ponen en evidencia cómo se espera que el otro encaje en un molde predeterminado, desnudando esas normas implícitas con sutileza pero sin temor a incomodar. Los intérpretes logran dar vida a personajes complejos, cuyas vulnerabilidades y contradicciones se despliegan de forma natural, invitando al espectador a cuestionar esos mandatos sociales que operan en nuestras propias relaciones cotidianas.

Mi corazón no es de piedra ni madera es un acto de amor hacia esas vidas que desafían los márgenes, celebrando cada batalla ganada y cada cicatriz que dibuja la geografía del ser. Hay algo profundamente transformador y simbólico en esta obra, que nos invita a habitar las emociones con la misma valentía con la que Gaby enfrenta el viento patagónico. Su historia y la de quienes la rodean se convierte en un mapa que cada uno traza a su manera, buscando refugios y encuentros en geografías que, a menudo, quedan fuera de foco. Al final, es ese coraje cotidiano el que la obra celebra: no solo resistir, sino vivir y amar intensamente, aunque ese amor muchas veces sepa a despedida.
Fotos gentileza de prensa
