Por Florencia Pérez Calonga
Infelices para siempre, escrita y dirigida por Maria Paula del Olmo. Con Ananda LI Bredice, Emiliano Díaz, Esteban Lamarque, Sabrina Lara, Rodrigo Raffetto. En El Camarín de las Musas. Mario Bravo 960. Funciones: sábados 20:30 hs.
Hay obras que no cuentan historias, sino que abren un espejo: uno roto, donde cada fragmento refleja los pedazos dispersos de relaciones que creíamos completas. Infelices para siempre no proyecta horizontes ni promesas de futuro; su voz es un susurro constante que vibra en el presente, en ese terreno inestable donde las risas duran lo que un parpadeo y los silencios se extienden como sombras que nadie quiere nombrar.

Todo comienza con una fuga: una novia que abandona su casamiento, huyendo de la promesa vacía de la felicidad eterna. Corre hacia un refugio inesperado, un bar llamado Los Infelices, como si la huida fuera menos una derrota y más una verdad liberadora. Es allí donde los personajes se encuentran, en ese espacio fuera del tiempo, donde cada uno lleva a cuestas su propia mochila de frustraciones, esperanzas rotas y expectativas no cumplidas.
María Paula del Olmo compone un teatro de espejos quebrados, donde las fisuras no se ocultan, sino que se celebran como prueba de una verdad incompleta. La fragilidad no es más que otra forma de existir, y la comedia emerge del mismo lugar que el dolor: de la imposibilidad de ser felices en los términos culturalmente impuestos. En este bar, las conversaciones son restos de sueños deshechos, confesiones disfrazadas de chistes y silencios cargados de una profundidad que no necesita palabras.

Las actuaciones son el núcleo palpitante de la obra. Cada intérprete se mueve entre la comedia y el drama como quien navega en aguas turbulentas, oscilando entre el humor y la desesperación sin perder el equilibrio. La vulnerabilidad se convierte en una herramienta poderosa en el escenario, dejando ver que los personajes no buscan esconder sus frustraciones, sino mostrarlas con total honestidad.
Hay en cada gesto una verdad inquietante: las relaciones humanas están hechas de momentos efímeros, donde la alegría y el dolor coexisten en una danza silenciosa. Los actores logran sostener esa ambigüedad, llevando al espectador por un viaje emocional en el que el llanto y la risa se entrelazan sin previo aviso. La química entre los personajes construye un paisaje emocional compartido, donde la infelicidad aparece no como un defecto, sino como un terreno fértil para el encuentro.

Bajo la dirección de María Paula del Olmo, las actuaciones encuentran su ritmo natural. La obra permite que cada actor explore su personaje en profundidad, sin forzar conclusiones ni promesas de redención. Las emociones fluyen con libertad, creando una atmósfera íntima y cercana, donde la fragilidad humana es recibida sin juicio. En este espacio, el dolor no es un obstáculo, sino una posibilidad: un espejo donde los personajes se ven reflejados y el público encuentra una parte de sí mismo, como un invitado incómodo que se sienta entre los personajes.

Cada encuentro en Infelices para siempre se convierte en un cruce entre lo fugaz y lo eterno, entre lo absurdo de la existencia y la necesidad persistente de encontrarle sentido. El final de la obra no es más que un círculo que vuelve sobre sí mismo: no hay resolución, solo la certeza de que la infelicidad es el pegamento que nos une, el suelo común desde donde intentamos, una y otra vez, construir algo, aunque sea con los pedazos que quedaron. En ese jardín de insatisfacciones, la obra nos invita a reflexionar: ¿qué esperamos del otro, del amor, de nosotros mismos? Y tal vez, al final, no haya respuestas, pero sí un momento de respiro, una pausa para ver el caos con otros ojos y así poder reconocer que, pese a todo, la vida siempre sigue en movimiento.
Fotos gentileza @infelicesparasiempre.teatro
