MANDU’A GUA CHE YVY (Recuerda mi tierra)

Por María del Rosario Goñi

“Si nos alcanzara, aquél ser que fuimos ¿nos sería extraño? Tal vez lo abracemos. Tal vez lo ignoremos, y así seguir siendo lo que ahora somos.  Soy lo que fui, comprenderás. Si no sentís, no entenderás” [Antonio Tarragó Ros, Paula y María Marull, Lo que el río hace]

Transcurrieron veintitrés años del siglo XXI y estamos en Argentina. La historia del país se sigue contando en base a oposiciones: unitarios y federales, civilizados y bárbaros. Buenos Aires y el interior. Una serie de exagerados contrastes puesto que el federalismo es solo un dogma constitucional al que todos aspiran conquistar y en el que casi nadie cree. Así se describe nuestra identidad nacional, entre luces y sombras, que definen un paisaje fragmentado. No sorprende que aquellas dicotomías impregnen el espíritu de cada persona que habita nuestra suelo, rico en belleza natural, próspero en una cultura autóctona y ancestral. 

Este clima dibuja la dramaturgia de las hermanas Marull, Paula y María, que de tan idénticas parecen una. Hace diez años se estrenaba La Pilarcita, escrita y dirigida por María. En la historia que cuenta recupera la leyenda de la niña santa, Pilar Zaracho, a cuyas peregrinaciones acuden hoy día los miles de fieles que necesitan un milagro. Quizá sea posible advertir que la obra logra construir una atmósfera en la cual los contrastes dialogan permanentemente con el entorno. “El cotidiano ajetreo de Buenos Aires convertida en metrópolis cosmopolita”, conforme la define Jaime Rest en uno de sus ensayos, convive en algunos de los personajes de la escena teatral y choca con el silencio, la quietud y las eternas siestas del Paraje Cerro Pitá en Corrientes. Este parece ser un tema de mucho interés para “las Marull”. Vuelven juntas ahora con Lo que el río hace, obra escrita e interpretada por ambas en el mismo papel protagónico. En esta ocasión nos trasladan a Esquina, el pueblo de la infancia, también en Corrientes, para resolver un tema de herencia que será el puente que las unirá a sus recuerdos en una memoria perezosa que ha quedado anestesiada. 

¿Qué activa el ejercicio para rememorar? Serán los sonidos del carnaval, o bien, el trinar de pájaros en la calma de los días sofocantemente calurosos. Tal vez sea el reflejo del sol y de la luna en ese río que se percibe como un referente, porque los sentidos activan las sensaciones, y junto a ellas los recuerdos de quienes supimos ser antaño, cuando el tiempo no corría vertiginoso como en la gran ciudad. Pareciera ser de gran importancia saber quiénes fuimos para entender cómo somos. Así, a través de historias mínimas, se tocan temas universales como el tiempo (cómo estamos utilizando nuestro tiempo), y la necesidad de reencontrarnos con quienes fuimos para avanzar en una historia que nos consolide como nación con nuestra propia idiosincrasia, que admita las diferencias.

El choque de culturas que plantea la dramaturgia de las hermanas Marull (Buenos Aires y el litoral) propone una invitación para interpelarnos sobre la noción de la diferencia. Puesto que pareciera que en algunos aspectos los argentinos somos muy diferentes y, en otros, no lo somos tanto. Nuestra génesis nacional construyó una historia de contrastes y oposiciones con una connotación negativa cuando en verdad se trata de una fortaleza. En un mundo globalizado, cuyas reglas de mercado tienden a homogeneizar formas, gustos, estilos y deseos, la diferencia nos rescata en un potencial auténtico. Por así decirlo, y parafraseando a Rest, como una suerte de nostalgia de que es indispensable recuperar valores extraviados, o poner al descubierto el origen de culturas ancestrales, permitirá el reencuentro con lo propio y abrirá una oportunidad de reconciliación. 

Desde otro punto de vista, ambas obras dialogan en pos de acortar distancias entre las desigualdades que plantean al inicio, y quizá ello explique por qué el citadino de la gran metrópoli se identifique con el litoraleño en el transcurrir de ambas historias. En este sentido, los estados emocionales que embargan a los personajes no reconocen territorios diferenciales. Así, la soledad que experimenta Celina en su Esquina natal la conecta con Selva en su monoambiente en CABA; o la frustración de Celeste por fracasar en la comparsa es semejante al amor no correspondido de Selva. Por su parte, será Amelia (la protagonista de Lo que el río hace) quien nos conectará con el amor del vínculo primario y sagrado del padre que espera, despide y permanece latente por el retorno de la hija que viaja a la gran ciudad, una sensación que permite reconstruir el imaginario de quienes han transitado tal circunstancia.

Amigarse con la diferencia posibilita una oportunidad para crecer y enriquecernos. Se trata de volver para avanzar. Recuperar emociones dormidas para entender quiénes somos. El vértigo que corrompe a la sociedad moderna se amortigua en el terruño, construido en base a fragmentos del ser nacional. La cultura que nos es propia se reafirma en el collage de partes que admite la diversidad. El día que superemos los límites que nos separan se habrá alcanzado la tan ansiada meta federal.

Imagen de portada: Carlos Furman para la obra Lo que el río hace.

Fuente

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#595: Instalación del 10mo Festival de Poesía de Maracaibo

Hysteria, crítica teatral

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