La entrada Roque Larraquy y la escritura primigenia se publicó en la revista Cuadernos Hipanoamericanos.
POR DANIELA TARAZONA
La mirada de Roque Larraquy es canina y desde cada ojo dispara una estrella minúscula. Cuando lo conocí en un café de Buenos Aires, en mayo de 2015, su voz me provocó asombro, pues hay en ella reverberaciones de cavernas prehistóricas. Nos dimos cita porque había leído mi primera novela, El animal sobre la piedra, publicado por la editorial argentina Entropía en 2011 y me escribió un correo electrónico para enviarme la suya: La comemadre, editada por el mismo sello. Tras aquel intercambio continuamos escribiéndonos hasta encontrarnos.
En 2017 visitó la Ciudad de México y, entre otros paseos, fuimos a ver la Lucha Libre en la Arena Coliseo de la colonia Doctores. Nos divertimos como si fuéramos niños. También observamos la lluvia torrencial algunas veces y comprobamos que nuestra coincidencia era anterior o venida de otra dimensión. Tres años después, nos habíamos hecho tan amigos que viajamos juntos para conocer el Perito Moreno. Nunca voy a olvidar la imagen interestelar del Lago Argentino que se asomaba por la ventanilla del avión y la emoción absoluta que nos agarró el corazón.
Roque tiene poderes especiales para enunciar las palabras, su conversación es hipnótica y fascina a sus lectores. Comenzó a escribir a los cinco años, cuenta que hacía poemas de realismo socialista: «impulsado por mi padre, que decía que el objeto estético más relevante para la literatura son las manos del obrero». El primer libro que leyó completo fue Alicia en el país de las maravillasy alimentó su imaginación naciente. En su casa no había televisor, pero sí libros de una colección popular, del Centro Editor de América Latina, que se sumaban en los anaqueles, semana a semana, después de que sus padres los compraran en el quiosco. Roque hacía cosas raras: colocaba un libro con láminas de pinturas de Brueghel en el atril del piano (tomó clases de los cuatro a los siete años) y tocaba música para animar las escenas que veía en su pensamiento.
Dice que no es nostálgico ni tampoco melancólico y que se le reconoce como olvidadizo. Por ejemplo, nunca recuerda los cumpleaños y, a veces, olvida quién le dio un regalo. Cuando le pregunto sobre lo que ha perdido en tiempos recientes, responde no acordarse de nada, pero sí rememora la pérdida más relevante de su vida: la de su viejo, médico psiquiatra, un faro para él que partió de este mundo hace muchos años. Y aunque no sienta melancolía, dice: «sigo habitando el momento de ese pasado en un presente imaginario en mi cabeza». Y en este presente habla de Lola, su perra de 15 años que en los últimos meses se va yendo hacia otra parte. La huele siempre, en su olor a cartón mojado encuentra semejanza y amor. Me cuenta que está despidiéndose de ella y sabe que la va a perder.
La escritura de Roque es singular y magnífica. Además de elevar el lenguaje y entregar frases, párrafos y páginas bellísimas cuya lectura toma al cuerpo y se paladea, crea personajes y atmósferas con destreza. Sus libros La comemadre(2010), Informe sobre ectoplasma animal(2014) y La telepatía nacional(2020) tienen en común un aspecto complejo de describir: la alusión al Más allá. Mientras en La comemadre se plantea el registro de la realidad en el instante posterior a la decapitación de un cuerpo, en Informe sobre ectoplasma animal se figuran las apariciones de fantasmas en frecuencias de luz y en La telepatía nacional se indaga sobre el intercambio telepático de los personajes. Por eso, le pregunto: ¿Qué es para ti el Más allá? «El Más allá es, sin duda para mí, una fuente de preguntas, de inspiración, de deseo. Sí, casi te diría que es algo que me hace feliz preguntarme una y otra vez, por más que todavía la vida me haya dejado del lado más cercano al de mis padres. No me convertí en creyente, no sé si hay algo más allá. Yo sigo siendo ateo-agnóstico, pero también creo que la pregunta sobre el Más allá sea lo que fuere el Más allá, siempre es una puesta en forma de la humildad, de cómo uno ve las cosas y de entender que uno no tiene todas las respuestas y qué bien que así sea», responde Roque.
Roque suele escribir durante la noche. Así aleja los conjuros textuales de las interrupciones de la vida cotidiana. En la noche no hay negociaciones o concesiones de ningún tipo; para él la escritura de literatura implica avanzar sin deberle nada a nadie. En la noche: «Casi te diría que no hay ética, uno está corrido del eje y sencillamente produce algo que en todo caso debería poder, si escribir tuviera una necesidad instrumental, en principio sería poder pensar algo que te transforme. Entonces, mejor transformarse en soledad; imagínate si uno se transforma delante de otros, el decoro a la mierda».
En el reino nocturno convoca, porque, hasta ahora, valerse de la historia lo lleva a encontrarse con las escenas y a provocar que las voces se pronuncien.
Ha sido guionista «para poder pagar la olla», y aprendió a desechar, rescribir, cortar, volver a escribir y deshacerse de lo escrito, pero la escritura de literatura se asienta de manera diferente a la del guion: «En la literatura, la oración, que tardé 15 años en parir, la llevo en mi corazón y no me la arranques porque te mato (…) creo que reescribo un montón lo literario porque el guion me dio el entrenamiento por esa reescritura y para desconfiar continuamente en mis primeras decisiones». Y, además, es docente en la carrera de escritura de la Universidad Nacional de las Artes, de la que fue director durante varios años junto con Tamara Kamenszain. Piensa que escribir, más que enseñarse, se entrena. Siente una gran conmoción por ser testigo, tras la formación de los alumnos, de los arcos de reescritura.
Roque permite que el tiempo envejezca lo que va escribiendo en los manuscritos de sus libros. Demora varios años en cada uno. Le gusta comprobar la putrefacción del texto y la aparición de una nueva idea. Esta forma carnavalesca de encarar las palabras implica darle lugar a la lentitud. Porque la escritura no se vincula a la rapidez, sino al tiempo necesario.
Ahora, las estrellas minúsculas de sus ojos se iluminan de nuevo para dedicarse a la escritura de la memoria primigenia y su origen en un nuevo libro. Los personajes serán anteriores a los homo sapiens y sus voces, con certeza, guardarán el soplo descoyuntado de la antigüedad más remota para renovar, con la fuerza de un dardo encendido, el lenguaje que cifra lo que vamos siendo.
Es del todo cierto: Roque ha puesto el pulso de sus libros en la prehistoria de lo que está más allá, en el lenguaje conjurado y lejos de la prisa o, como él refiere, de la instrumentalización y la negociación. Su escritura nocturna y ectoplásmica ocurre antes del tiempo y bajo una inclinación primordial: querer escribir.
La entrada Roque Larraquy y la escritura primigenia se publicó en la revista Cuadernos Hipanoamericanos.