Hay un propósito que se cumple en nuestras vidas y va de la mano de la voluntad de Dios. Es lo que justifica nuestro tránsito. Obtusos y rebeldes insistimos llamarlo destino, o fatum, esa imprecisión a la que en griego antiguo se nombra: Ananké, y lo representaban Las moiras, o sea «lo sobrenatural». Es el principio del camino, pero por ahí no es. La vida puede parecernos pura evanescencia o una permanente representación cultural. La escena de una película o las tantas veces en que en una misma puesta teatral Hamlet se hace la fatídica demanda aquella. En verdad, no es más que la hoja en que se lee la realidad, escrita ésta por igual con palabras de la más clara certidumbre, interrogada ésta por la oscuridad siempre presente de la duda y que sólo responde Dios. Una bella mujer toma un carro de pasajeros en el Terminal de Coro, vuelve a Punto Fijo dejando un reto a quien, maletas en mano, le ha ido a despedir. Ese que ha sido su pareja y llaman el poeta.
Cuando esa imprecisión llamada destino insiste que le tomemos por cierta nos engaña con sus certezas. Sentimos que nos recorre a pasos lentos por dentro, que nos da la vuelta o nos encuentra para leernos la cartilla de la prueba, el estupor o la lección. Su filoso puñal en un instante nos atraviesa. Su diadema de revelación el paso nos alumbra abriéndonos la puerta. En ese momento un lado del rostro se nos aja y el otro asoma breve la sonrisa. Es el momento que hubo una vez el payaso inspiró. La vida es festín o tragedia. La verdad es que es el más fino pez pescado entre las aguas de la duda. Como Adán en el huerto había probado un gajo del fruto y lo supe amargo. Se había ido sola, sin mí, con una culpa ajena que no le correspondía. Yo, como el minotauro, había elegido seguir atrapado en mi laberinto, llamado matrimonio, hijos, por lo menos hasta que estos crecieran. Volvía ella a su fijo punto, desalojando de mí todo lo que no fui, lo que en verdad no era. Allí en el Terminal dejó mi rostro vencido como de piedra, sintiéndome cobarde, vistiendo mi desnudez con eso que llaman cabal, responsable.
Esto viaja por mi pensamiento mientras voy a Punto Fijo a reencontrarme con Argelia. Acaso siendo ya otro o el mismo de siempre. El resultado de un error o la mancha de un borrón en el cuaderno. Una nube que se desplaza lenta y el resplandor de un sol caliente que todo en el desierto lo transparenta. La carretera es larga y a ratos pareciera que bosteza, pero ríe cuando recuerda, todo pareciera ser pasajero aquí. Todo llevado por el viento. El rumor insaciable de las olas en la orilla, allá lejos. El azulado cerro, aparentado volcán, paraje del brisote bueno. De este lado de acá nada pareciera haber, sólo el blanco rotundo de la sal que se aleja. Ya no es más lo que se anduvo y todo lo que sucedió o dejó de suceder es ya otra cosa, conmigo no viene.
Me espera quien guardó mis cartas y poemas en sus cajones. Guardó los guijarros que recogí para ella allá en la playa de Adicora. Me aguardó y dio perdón a las traiciones por que está hecha de amor de pies a cabeza, en la piel y en el espíritu que la lleva. Me hizo oír el caracol de su voz, el súbito de su revelación, me limpio con agua de luz de su seno. La pienso mientras escribo apartado en el asiento del autobús donde la anhelo, la veo parada en la puerta de su casa dando de comer a un viejo o rescatando de la muerte a un perro. Escribo imperturbable entre el resto de pasajeros. Es este el palpito más cierto de que voy y vengo, esta vez definitivamente. Tiene en su mano la llave y la veo abrirme la puerta. Lenguas de humo y fuego en el cielo. Los mechurrios hablando entrecortado y lento. Se palpa, se huele, se toca la liquidez del dinero. Los negocios de artefactos eléctricos colman los ojos de quienes vienen y van por el centro, pero es una sola avidez y se llama desenfrenado comercio. Ciudad petrolera, en la punta de la cabeza del país, cartografía urbana desordenada de un desafuero. Ranchería que fue el más grande burdel mundo fue sustituida. por edificios bajos de concreto. Los transeúntes habitantes me verán llegar sin inmutarse cuando cuando baje en el Terminal y deje atrás la ciudad vieja. La rosa en la cama tendida me espera, su aroma la anuncia, a encontrarme ya viene. Suficiente para olvidar, ciudad, tu indolencia, tu poca ración de alma, descalabro urbano del que no te culpo a ti, sino a quienes del oro negro hicieron lo suyo. Pero no me doy la vuelta, Argelia me espera.
Fragmento de un capitulo de la novela inédita «La Llave de Arena»