Por Adrián Baigorria. Desde que, a fines de los años ’60, apareció con Almendra en la escena de lo que en ese momento era música beat, el Flaco Spinetta rompió el molde de todo lo visto en la música popular argentina. Era apenas un adolescente de 17 años y ya había parido composiciones como Muchacha ojos de papel, Ana no duerme y Barro tal vez,convertidas luego en himnos de la canción de nuestro país. En esos albores del rock nacional, él al comando de Almendra, Lito Nebbia con Los Gatos y Javier Martínez con Manal, eran la avanzada del género, acá.
Si en ese momento, Spinetta fue el mejor ‘traductor’, por estos lares, del ‘sonido beatle’ predominante, de ahí en más estuvo siempre a la vanguardia de lo que vendría, no sólo a nivel musical, sino también en la creatividad llevada al paroxismo de sus letras inigualables, plenas de un discurso propio, a veces hasta con palabras inventadas (Estrelicia, Camalotus, Vidamí), que permiten hablar de un lenguaje y un ‘universo spinetteano’.
Como artista, la dimensión de lo hecho por el Flaco a lo largo de su impecable carrera, siempre original e innovadora, no tiene parangón dentro del ‘rock nacional’. De hecho, a menudo, su figura es colocada junto a Gardel, Pichuco Troilo, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa y Astor Piazzolla como lo mejor y lo más representativo de la música argentina.
En buena medida, esa impecable trayectoria quedó reflejada en el histórico show de las Bandas Eternas (2009), esa especie de festival propio en una noche memorable en el estadio de Vélez repleto, con cinco horas de repaso de todo su material con cada grupo, que ofició de cierre, y tal vez de despedida, del artista.
El Flaco: un artista absoluto
La importancia y el valor de la obra de un músico están dados no sólo por lo que hace, sino por el contexto en el que lo produce, por lo precedente y por lo que sucede a posteriori. Es ahí, donde uno advierte lo invaluable, lo heterogéneo y la riqueza única de la obra de Spinetta. Por la estatura artística y los variados momentos de su obra y por ser el músico más influyente del rock nacional. El Flaco leía lo que estaba pasando, en cada etapa musical: el ‘sonido beatle’ de Almendra, el hard rock descomunal en clave zepelliniana de Pescado Rabioso, el increíble power trío psicodélico que era Invisible, la influencia jazzera en A 18’ del sol(1977), la canción en clave jazz rock con Spinetta Jade, la delicada belleza acústica solista de Kamikaze (1982). Luego, el sonido más pop de discos hermosos y frescos como Mondo di cromo (1983) o Pelusón of milk (1991), la electricidad con Los Socios del Desierto y la belleza innovadora de Para los árboles (2003), Pan (2005) y Un mañana (2008), los últimos 3 registros solistas editados en vida, que reflejan el sonido más global de este siglo, con toques funk y sutilezas electrónicas.
Su riqueza poética y el lenguaje creado en sus letras tampoco tienen precedentes en la historia de nuestra música. La exquisitez y el refinado uso de la lengua demostraban lo mucho y vasto de sus lecturas, terminando por crear un discurso propio, con un aroma urbano permanente en su manera tan porteña de describir los paisajes de Buenos Aires. Hasta tenía un humor tremendo y una gran repentización para hacer chistes en sus conciertos. Hay otro elemento que le aporta un plus de valor a su obra: en los años setenta, llevó el rock nacional a todo el país en tour eternos que alcanzaban lugares donde nunca se había escuchado rock en directo (Formosa, por ejemplo). Ese federalismo musical también es invaluable, porque como en muchos lugares no había equipamiento, partían de Buenos Aires en un camión con toda la parafernalia de sonido encima. Consciente del rol social de la música, el Flaco fue generoso y emprendedor también en eso.
[FUENTE]