José Ramón Pocaterra nació en Maracaibo el 6 de agosto de 1896 y falleció en diciembre de 1958, dejando tras de sí una estela de versos, convicciones y acordes que lo inscriben como una de las figuras multifacéticas de la intelectualidad zuliana del siglo XX. Fue poeta, ensayista, político de ideas firmes y músico sensible, un hombre que conjugó en su vida el ímpetu lírico, el compromiso social y el amor por la creación en todas sus formas.
Desde muy joven, Pocaterra se insertó en los círculos literarios más relevantes de su época. Participó activamente en los grupos Seremos y Tierra, dos de las agrupaciones más influyentes del panorama cultural marabino en las primeras décadas del siglo pasado. Fue colaborador de revistas fundamentales como Seremos, Índice y Vertical, donde publicó textos que revelaban no solo una sólida formación literaria, sino también una aguda preocupación filosófica y existencial. Su poesía, de hondo aliento, se caracterizó por una exploración permanente de las zonas oscuras del alma humana, del cosmos y de la verdad. Tal como lo expresó Pedro Lhaya, fue un poeta de “voz robusta y de positiva fibra poética”, cuyas noches creativas estuvieron marcadas por la intensidad de una búsqueda espiritual que trascendía la estética para adentrarse en los misterios del ser.
No menos significativa fue su participación en la vida política del país. La prisión que sufrió en el Castillo de San Carlos entre 1928 y 1930, por razones políticas, es testimonio de su coherencia ideológica y su valentía frente al autoritarismo. Años más tarde, fundaría junto a Valmore Rodríguez el Bloque Nacional Democrático (BND), una organización política que se alineó con las fuerzas democráticas en una época de profundas transformaciones y agudas tensiones en Venezuela. Este compromiso lo vinculó con otros líderes y pensadores que, desde la palabra y la acción, aspiraban a una nación más justa, más plural y más libre.
Pocaterra también tuvo una destacada labor como crítico literario. Fue el primer comentarista de la obra de María Calcaño, adelantándose a su tiempo al reconocer en la autora de Al norte de mi garganta una voz innovadora y auténticamente femenina dentro de la poesía venezolana. En un contexto donde las voces de las mujeres eran escasamente visibilizadas, su gesto crítico no solo demuestra sensibilidad literaria, sino también una apertura poco común para su época.
En 1944, su poemario Voces del Viento fue distinguido con mención honorífica en la Exposición del Libro Zuliano, y publicado posteriormente por la Universidad del Zulia en 1951. En este libro, Pocaterra plasmó con gran fuerza expresiva su visión del mundo, cargada de simbolismo, profundidad metafísica y una notable musicalidad. Tal como lo señala Aniceto Ramírez y Astier en la introducción de la obra, el poeta logra entretejer los elementos naturales y cósmicos con una inquietud intelectual que recuerda las mejores tradiciones del modernismo y del simbolismo, sin perder el anclaje en lo zuliano.
Además de su desempeño como escritor y político, José Ramón Pocaterra cultivó la música con dedicación. Aunque menos documentada, esta faceta artística formó parte esencial de su sensibilidad, y se presume que su vinculación con las letras y la política también estuvo acompañada por una pasión por el arte sonoro, lo que lo convirtió en un hombre de espíritu verdaderamente renacentista, comprometido con todas las formas del pensamiento y la belleza.
Pocaterra pertenece a esa estirpe de creadores que, desde el corazón de Maracaibo, proyectaron su voz hacia las grandes preguntas del ser y del tiempo. Su obra, aunque discreta en volumen, resuena con la intensidad de quienes escriben no por moda ni por consigna, sino por necesidad interior, por pulsión de vida. En sus versos hay ecos de angustia existencial, de mística búsqueda y de fe en el poder redentor de la palabra.
Hoy, cuando se le recuerda en una fecha marcada por su natalicio, la figura de José Ramón Pocaterra se eleva como símbolo de una Maracaibo culta, crítica y apasionada. Su nombre merece ser evocado en las aulas, las bibliotecas y los foros literarios, no solo como poeta de la oscuridad luminosa, sino como un faro de integridad intelectual y compromiso ciudadano.