Por Florencia Pérez Calonga
Posguerra, de Melisa Zulberti. ConFernanda Brewer, Abril Ibaceta Urquiza, María Kuhmichel Apaz, Victoria Maurizi y Gabriela Nahir Azar. En Centro Cultural Recoleta. Sala Vila Vila. Octubre 2024
Estrenada en la Bienal de Danza de Venecia 2024 y presentada por primera vez en Argentina en el marco del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) Posguerra marcó un hito en la carrera de Melisa Zulberti, convirtiéndola en la primera coreógrafa argentina seleccionada para la prestigiosa convocatoria internacional. Entre lo performativo y lo cinematográfico, refleja la idea de un “cuerpo posbélico”, un cuerpo que enfrenta tanto amenazas externas como conflictos internos. A partir de cámaras que transmiten en vivo, se genera un multiverso de perspectivas que se entrelazan con la acción física. La presencia de grandes paneles de espejos dispersos por todo el espacio escénico, junto con un diseño audiovisual disruptivo, intensifican la sensación de fragmentación y alienación que caracterizan a esta pieza.

Desde lo coreográfico, Zulberti traduce el concepto de sobrevivir en un mundo que aplasta, donde el cuerpo y los objetos conviven como protagonistas en una narrativa que interroga los límites del propio cuerpo humano. De esta manera, logra convertir a la danza en un acto resiliente, un movimiento continuo que insiste a pesar del peso simbólico y material del entorno. En esta lucha entre materia y movimiento, entre lo humano y lo industrial, lxs intérpretes parecen flotar y colapsar simultáneamente, enfrentando el peso de espejos gigantes y objetos que devienen metáforas de opresión. En Posguerra la danza no es solo un gesto coreográfico, sino un manifiesto sobre la vida misma: avanzar, aun cuando el camino parezca repetitivo y la opresión no cese. En consecuencia, se convierte en el pulso de quienes, tras una guerra simbólica o real, buscan moverse, aunque todo el entorno que los rodea se desintegre. Cada gesto, aunque agotado, es un acto de resistencia y agotamiento que crea su propio futuro. Esta dualidad crea una estética incómoda, postapocaliptica, donde la danza no es un refugio, sino una confrontación directa con la realidad.

El lenguaje corporal de lxs interpretes: Fernanda Brewer, Abril Ibaceta Urquiza, María Kuhmichel Apaz, Victoria Maurizi y Gabriela Nahir Azar, resuena con la idea de que resistir es, en sí mismo, un acto político, en constante fricción con un entorno que busca aplastar. En sus interacciónes con los paneles de espejos y las proyecciones, los movimientos adquieren una cualidad espectral, como si el presente y el pasado coexistieran en sus gestos. La repetición de ciertas acciones refleja la obsesión con un futuro incierto, mientras que sus cuerpos se tornan vehículos de significados múltiples: son frágiles y resilientes a la vez, capaces de sostener tanto el peso físico como emocional de los objetos industriales que forman parte de la puesta. Cada nuevo intento de moverse se convierte en una afirmación de existencia donde tanto las caídas, las suspensiones o el desequilibrio transmiten una sensación de vulnerabilidad, pero también de persistencia.

La estética de Posguerra es cruda y evocadora, donde lo industrial se combina con lo performático en una puesta en escena que logra que los cuerpos y los objetos se interpelen mutuamente. Los espejos gigantes no solo distorsionan la perspectiva visual, sino que también generan una atmósfera opresiva que refleja tanto el desgaste físico como el psicológico. La integración de proyecciones en vivo desdibuja los límites temporales: el presente se fragmenta en imágenes que regresan, impidiendo que los recuerdos se desvanezcan. Las intérpretes insisten, tropezando entre el desgaste y la supervivencia, como si cada movimiento fuera una protesta silenciosa contra lo inevitable. La iluminación fragmentada enfatiza la tensión entre movimiento y detención, mientras el uso de proyecciones en vivo añade una capa cinemática que sugiere la imposibilidad de escapar del presente. Cada detalle visual y escenográfico funciona como parte de un universo en colapso, donde el cuerpo intenta encontrar un equilibrio, aunque a veces fracase.

En Posguerra, la danza emerge como un pulso constante que desafía la inercia de un entorno devastado. Lxs intérpretes no solo bailan; se desgastan, tropiezan y se reconstruyen, como si cada movimiento fuese una afirmación de que, incluso cuando el futuro se difumina, la única certeza está en el presente. La obra deja resonando una inquietud: no se trata solo de sobrevivir, sino de insistir, de habitar la incertidumbre, con la esperanza de que cada paso, por mínimo que sea, es la única forma de existir.
Fotos gentileza de prensa