Viena, 1800. En la capital austríaca los «duelos musicales» eran uno de las formas de entretenimiento favorito de los aristócratas. Consistían en enfrentar a dos músicos -cada uno apadrinado por un noble- para que improvisaran, bien sobre una melodía cantada por alguien del público o sobre un motivo que uno de ellos eligiera. El retador comenzaba, el retado respondía, y se establecía el duelo de virtuosos, sobre el que los asistentes habían de elegir al ganador.
En aquel año había llegado a Viena Daniel Gottlieb Steibelt, un músico alemán, nacido en Berlín en 1965. Venía de cosechar un gran éxito como pianista y compositor en Francia y Alemania gracias sobre todo a «La Coquete», una canción que compuso para María Antonieta, y al «Storm Rondo» de su «Concierto número 3».
Steibelt era, al parecer, un hombre pagado de sí mismo y de gran formalidad. Era atractivo y un tanto exhibicionista. De Con su viaje a Viena pretendía agrandar su fama como músico, y a los mecenas de la ciudad les gustó la idea de celebrar un duelo entre el alemán y Ludwig van Beethoven, que había participado ya, con éxito, en varios de ellos, y ya era, en esos momentos, un músico con una gran reputación. Dos príncipes apadrinaron, respectivamente, a cada uno de los dos músicos: Lobkowitz a Steibelt y Lichnowsky a Beethoven.
El historiador Alexander Wheelock Thayer escribió a propósito de la rivalidad entre ambos: «Cuando Steibelt llegó a Viena con su gran renombre, algunos de los amigos de Beethoven se alarmaron temiendo que pudiera perjudicar su reputación. Steibelt no visitó al músico de Bonn; su primer encuentro se produjo en la casa del Conde Fries».
Según se cuenta, Beethoven presentó su «Trío para piano, clarinete y violonchelo». Steibelt, presente entre el público, no se comportó con el respeto debido, e incluso hizo comentarios despectivos acerca de la pieza. Cuando le tocó el turno de sentarse ante el piano, hizo unas improvisaciones, que Beethoven despreció por considerarlas preparadas de antemano, y le tachó en privado de tramposo.
Una semana se volvieron a encontrar en otra velada musical. Esta vez Steibelt tocó primero con gran éxito. Pero en sus improvisaciones se burló de Beethoven y de la pieza que había tocado la semana anterior, el Trío. Sin lugar a dudas, le estaba retando y, conforme a las reglas debía contestarle. Ante el entusiasmo del público presente, Beethoven se dirigió hacia el piano. Estaba furioso -su alumno Ferdinad Ries escribió que su maestro tocaba mejor cuando estaba enojado-.
Beethoven cogió una de las partituras que había utilizado Steibelt y la colocó boca abajo sobre el atril. Señaló con el dedo algunas notas, vueltas del revés, tocó el tema de los primeros compases y comenzó a improvisar sobre él. Los presentes se volvieron locos; Beethoven mostró su maestría al piano y su absoluto dominio del instrumento y de la composición, además de componer una pieza muy superior en belleza a la partitura de Steibelt.
Éste, furioso y humillado, salió corriendo de la habitación. Su benefactor, el príncipe Lobkowitz, salió detrás de él. Unos instantes después, regresó y comunicó a los presentes que Steibelt había decidido marcharse de Viena y no volver a la ciudad mientras Beethoven viviera allí. El autor de «Para Elisa» permaneció en la capital austríaca hasta su muerte, el 26 de marzo de 1827, y Steibelt, que había fallecido cuatro años antes, no volvió a pisar Viena. Pero aquellas notas de las que Beethoven se burló se convirtieron, con el tiempo, en uno de los temas del final de su Tercera Sinfonía, «Heroíca».