ENTREVISTA A DAVID BAGUÉ I SOLER,LUTHIER
(Fotografías: Marcos Carrascosa)
En el barrio de Gràcia en Barcelona late minuto a minuto el corazón de uno de los mejores luthiers del mundo: David Bagué i Soler. Sus manos siguen el pulso de un humanista. Aquel niño “raro”, que a los doce años tras destripar un violín para conocerlo a fondo decidió dedicar su vida a construirlos, le sonríe hoy al hombre maduro de sesenta años, que desafía una salud delicada que le ha tenido entre la vida y la muerte. Cada día siente dolor. En su taller se cura y concibe sueños como el proyecto de Alta Cultura Social que permitirá democratizar la vocación musical construyendo violines “a la carta”.
Lourdes Durán Ramírez: Vamos a empezar por lo que usted ha descrito como “violines prêt-à-porter”. ¿Cómo surge el proyecto y en qué consiste?
David Bagué i Soler: Durante la pandemia pensé que podría ser interesante ver el fin del mundo sentado, escuchando La Cabalgata de las Walkirias, de Wagner. De ahí surgió los instrumentos del prêt-à-porter, que es una democratización de estos cincuenta años de pensamiento y obra: hacer es pensar. Uno puede llegar a los sesenta años con una visión del oficio, hay muchísimos luthiers y muy buenos, pero como yo no hay nadie. Esto es la aceptación del defecto y te ayuda a poder caminar. Estos instrumentos que me puse a hacer en la pandemia fueron la conclusión de que este camino debía conducir mi trabajo a una democratización. Hay mucha gente joven que anhela tener instrumentos antiguos o de primer nivel, pero son muy caros y les es imposible pagarlos. Tengo madera en mi bodega, no tengo hijos. El oficio se acaba conmigo. No son modelos Stradivarius, ni Gardelius, son más frescos, más rápidos. Esta línea nueva es lo que llamo el proyecto de Alta Cultura Social. Hacer instrumentos a la carta.
L.D.R.: ¿Violines low cost?
D.B.S.: No, es el concepto prêt-à-porter, la alta costura democratizada. El low cost no, porque estos instrumentos no están exentos de calidad, siguen siendo David Bagué de primer orden.
L.D.R.: Pienso en el niño de 12 años, maravillado frente al violín que le muestra el padre, que lo destripa y acaba convirtiéndose en luthier. ¡Y no en uno cualquiera!
D.B.S.: (Risas). Mi madre era profesora de piano sin ejercer, en aquellos tiempos, ya sabes; mi padre compró un violín por si alguno de los hijos lo quería tocar. Yo soy el pequeño. Cogí el violín y saqué todas sus piezas. Después les dije a mis padres que quería dedicar mi vida a hacer violines. Sí, fue un momento de epifanía. Yo era un niño distinto. Raro. Llevaba aparatos ortopédicos. No fui diagnosticado en su momento, pero soy un TDAH y un disléxico de libro. En la escuela recuerdo estar en mi mundo y no enterarme de nada de lo que se impartía. Esta conjugación me llevó a ser observante en el interior más que en el exterior de las aulas.
L.D.R.: ¿Qué le dijeron sus padres?
D.B.S.: La clave está en ellos. Cuando les transmito que yo quiero dedicarme a esto, me dijeron: “Nosotros te ayudaremos. Lo importante es que seas feliz.” Fueron víctimas y protagonistas de la guerra civil. Mi padre dibujó y mi madre tocó el piano casi hasta morir. Esta herencia pesa. Entendieron al niño y le animaron en su coraje a seguir. Aquella época fue difícil. No me bastan los años para agradecerles su gesto, sus sacrificios. Por eso esta visión tan visceral que tengo del oficio. Todo cuadra: la dislexia, el TDAH, la ortopedia.
L.D.R.: A lo que sumar su enfermedad de artritis reumatoide. A los 28 años le dieron un año de vida. ¿Es usted fuerte como esos árboles de los que salen violines?
D.B.S. (Risas): Seguramente acaba cuadrando todo. Desde el inicio de la vida no todo es de color de rosa. Tienes una actitud ante este pasaje que otros no tienen. Un defecto lo acabas convirtiendo en virtud. El apasionamiento por este oficio lo mantengo intacto. Hoy mismo (la mañana de la entrevista) he recorrido treinta y cinco kms en bicicleta. Pedaleaba y ya estaba pensando en que anoche dejé encoladas dos piezas. Esta mirada es la de aquel niño de doce años que ahora tiene sesenta.
L.D.R.: Pasión y obsesión. ¿No se puede ser un buen luthier sin ellas?
D.B.S.: Sí, pero acabas dando otro tipo de piezas cuando la artesanía se impone. El problema es que encuadran este oficio como una artesanía y yo he intentado dar la versión más artística. La artesanía reclama técnica, pero cuando una pieza está cargada de sentimientos, pasión, devoción es cuando se convierte en una pieza con magnetismo, algo propio de las piezas de arte. Como fui un niño que empezó de la nada, de prueba-error, se dio una capacidad de canibalización con lo que haces. No soy un hombre técnico porque soy disperso y despistado, pero a la vez, cuando construyo un instrumento me invade más la pasión.
L.D.R.: A mí me parece usted muy concentrado.
D.B.S.: Seguramente es por compensación al ser un caos absoluto. La dislexia se paga. No se cura. El TDAH tampoco. Con los años el agujero se hace más grande. Acabas convirtiendo tu taller, tu casa, en tu sanatorio. Mi estilo de vida es muy ochocentista, no entro en el juego humano de la vorágine de velocidades, de las redes sociales. Mi tiempo es mío. Sigo estando inspirado como el niño que fui. Vivo en la misma casa, duermo en la misma cama, hecha por mi bisabuelo de La Palma hace doscientos años. Soy un romántico empedernido. Pero, también sé que me limita. Quien quiera que se acerque a mi mundo tiene que hacer el esfuerzo de llamar a un teléfono fijo. Encargarme un instrumento a través de este medio porque los transporta a un pensamiento crítico, porque es un acto crítico lo que yo intento hacer. La retransmisión de lo que estás haciendo en cada minuto, como hacen tantos en las redes sociales, no puedo entenderlo. Es muy banal. El gran ejercicio de libertad es este. Yo ya estuve descolgado. Ni subí al tren. Estoy muy orgulloso de mi mundo. No necesito de los demás a nivel pensamiento. Estoy feliz. No necesito estas legiones de humanos diciendo animaladas.
L.D.R.: ¿Se imagina a un robot haciendo violines?
D.B.S.: Seguro, todo es posible. Mi análisis de la inteligencia artificial es que acaba siendo un refrito del conocimiento humano. Hacer es pensar y viene de la reflexión. El secreto no pivota en la técnica sino en el sentido de la trascendencia. Un Stradivarius es exhibido junto a las grandes obras de arte. Tocar el cielo con las manos. La música es quizá lo que está más cerca de lo divino. No creo que la IA sea humanista.
L.D.R.: ¿Cómo es el proceso de hacer un violín?
D.B.S.: Después de cincuenta años, mi bodega de material de madera es ingente. La madera fresca no se usa. La selección viene de herencia de otros talleres italianos, de toda Europa. Por suerte, he vivido en un periodo de tiempo en que todo era más fácil y tuve la ocasión de poder adquirir piezas de madera preciosas y ahora inalcanzables. El buen luthier es el que es capaz con un trozo de madera modesta, pero no mala, de hacer un buen instrumento. La gran pieza de arte te hace olvidar la materia con la que está hecha.
L.D.R.: ¿Qué árboles dan la mejor madera para los violines?
D.B.S.: Los violines están hechos con el mismo material desde hace 300 años: el pino, el abeto del valle de Fiemme, en la zona del Véneto, se usa para la tapa armónica, la tapa superior. No solo los violines, sino todos los instrumentos que tienen tapa armónica. El abeto es el que tiene la madera más acústica que hay, por las vetas, la pasta de su madera permite la transmisión de las ondas con más facilidad. Para el resto, aros, fondo y mango es el arce. El mejor es el de la zona de los Balcanes.
L.D.R.: El documentalEn busca del violín perfecto sobre un luthier que busca el mejor árbol para la violinista Janine Jansen plantea la gran duda de talar esos árboles centenarios.
D.B.S.: Sí, pero la naturaleza se nos expone para hacer una tarea tan noble como es hacer música. Está justificado talar siempre con el máximo respeto a la naturaleza. Los árboles marcan la forma, las aguas, cómo ha sido la naturaleza, inviernos fríos. Hay un conocimiento ancestral que da permiso para talar con la finalidad de hacer casas, violines. Es la naturaleza o nosotros.
L.D.R.: Otro de sus sueños es el de una futura orquesta con todos los instrumentos de cuerda hechos por usted. El cuartetoCosmos ya es una carta de presentación. ¿Cómo suena un David Bagué?
D.B.S.: Es un concepto muy abstracto. Sin querer te conviertes en el quinto elemento. Porque no es lo mismo juntar cuatro instrumentos de padres distintos. No nos escapamos de quienes somos. Uno es quien es. Detrás de un violín, una viola o un cello hay un carácter detrás que se transmite. Yo tengo un tipo de sonido que me lo han dado mi ADN ymi pensamiento.
No tengo capacidad de expresarlo con palabras, pero sí seguramente que son instrumentos como una alegoría al sonido antiguo porque mi culto al pasado pesa mucho. El violinista Leónidas Kavacos dice que los violines de David nunca suenan vulgares. Ahora hay una gran construcción de instrumentos, pero es sonido Ikea.
L.D.R.: ¿Toca el violín?
D.B.S.: ¡No! Igual que los violinistas no hacen violines, yo no sé tocarlos. Por suerte o por desgracia soy un luthier puro. A mí me encontró el oficio. Aparte de los que se dedican porque les viene de familia, el 80% de luthiers son músicos que han fallado en la carrera como instrumentistas.
El violín tiene un magnetismo. Lo puedes observar durante horas y no cansarte. El violín es la pieza más bella que ha hecho el ser humano con madera.
L.D.R.: ¿Qué compositores elige para ser interpretados por un Bagué?
D.B.S.: La pregunta es de fácil contestación. Si tenemos que hablar del violín, Bach es el compositor que suena más en mi taller. Cuando tocan sus obras, es como tocar el cielo con los dedos. Dios tuvo mucha suerte de encontrar a Bach.
Con sonatas, partitas de Bach puedes oír el instrumento puro. Por mi época también he escuchado a Paganini. Mi gran amigo el violinista Ruggero Ricci fue un gran intérprete de este músico. Mi patria es el arte y la belleza. Bach es la combinación perfecta: por la belleza, la trascendencia, alimento del arte. Bach toca la fibra…