El domingo 8 dediciembre, tras un ataque relámpago de menos de dos semanas, los rebeldes islamistas entraron en Damasco y acabaron con 53 años del régimen de terror de la dinastía de los Asad.
Desde que los sirios habían intentado vivir su primavera árabe, en 2011, la tierra en la que se sitúa el Paraíso se había convertido en un infierno. Estalló una guerra que las potencias internacionales utilizaron como tablero para jugar sus propios intereses.
13 años después, con cinco millones de exiliados, siete de desplazados, 600.000 muertos, 17 millones de personas dependientes de la ayuda internacional y un país en ruinas, los sirios intentan pasar página y escribir un nuevo capítulo de su historia, esta vez en paz y sin miedo.
Una mujer siria, Hulva, apodada la dulce, me enseñó a hacer el pan de su tierra. Acababa de amanecer en su aldea, al norte del país, no muy lejos de Alepo, y hacía tiempo que estaba encendido el fuego del horno, de adobe y arcilla, no muy diferente al que utilizaban las antepasadas de Hulva hace nueve mil años. Con sus manos me contaba como amasaba para que fuera perfecto. Nos entendíamos con los ojos, con los gestos.
Estaba en su casa con Informe Semanal para rodar un reportaje sobre la excavación arqueológica que un equipo español realizaba en Tell Halula, un poblado de agricultores del Neolítico, uno de los más antiguos del mundo, a orillas del Eúfrates, el río que vio nacer la agricultura y con ella nuestra civilización, cerca del valle donde se sitúa el Paraíso. “Pocas cosas parecen haber cambiado aquí en los miles de años transcurridos desde que el hombre empezó a sembrar trigo en estos campos, a construir las primeras aldeas, a domesticar animales, a tener tiempo para pensar en sí mismo y pintar, inventar, imaginar…”, escribí entonces.
La misión española tuvo que abandonar sus trabajos en 2011 cuando estalló la guerra civil y el ISIS, el Estado Islámico, aprovechó la situación para ocupar esta zona del país e imponer allí su régimen de terror. Aldeas quemadas; ejecuciones públicas; violaciones; mutilaciones; azotes; decapitaciones transmitidas en directo por el móvil. La presencia del ISIS en Siria se mantuvo hasta 2019, cuando las fuerzas kurdas del país, respaldadas por Estados Unidos, derrotaron al grupo.
“Siria es uno de los lugares más terribles que he visitado”, decía el periodista Andrés Mourenza en su podcast para El País del pasado 4 de diciembre. Y se preguntaba cómo resistía la población tras trece años de guerra y más de 17 millones de personas que precisan de la ayuda humanitaria para seguir en pie. Describía la situación de los desplazados al norte, en la ciudad de Idlib, como un infierno. Campamentos de chabolas donde se apiñaban medio millón de personas; gente viviendo bajo los olivos o en edificios en ruinas; hospitales bombardeados, a lo que había que sumar, las terribles consecuencias del terremoto que en febrero de 2023 asoló la zona. En su siguiente podcast, cinco días después, este analista internacional reconocía su asombro por la precipitada caída de Al-Ásad.
En 12 días de inesperada ofensiva, los rebeldes habían conseguido tumbar más de medio siglo de régimen de los Asad y reconfigurar el mapa geopolítico de Oriente Próximo a un precio devastador: más de medio millón de muertos y doce millones de desplazados, cinco de ellos exiliados.
La primavera árabe, que estalló en Túnez en diciembre de 2010 cuando un vendedor ambulante se inmoló para protestar por la situación de su país, llegó a Siria, tras pasar por Egipto, Líbano, Argelia y derrocar, entre otros, a Gadafi y Mubarak,el 15 de febrero de 2011, en Daraa. Unos escolares de 14 años habían garabateado con pintura roja en las paredes de su colegio la leyenda tu turno, doctor.
El doctor al que se refería el grafiti no era otro que Bashar al-Ásad, graduado como oftalmólogo. Uno de los adolescentes fue detenido y torturado:le obligaron a dormir desnudo en un colchón húmedo, le colgaron de las paredes y le dejaron así, con los músculos estirados hasta la extenuación, durante horas, le electrocutaron con instrumentos metálicos afilados. No hubo misericordia y las familias y amigos tomaron las calles donde empezaron a corear uno de sus cánticos legendarios: “Queremos que saquen a nuestros hijos de la cárcel”. Las fuerzas de seguridad respondieron con gases lacrimógenos, munición a destajo y hasta con francotiradores.
Lo que empezó como un movimiento local contra la represión de los Asad, se convirtió en una guerra atomizada, tablero perfecto para los intereses internacionales de diferentes países: Irán que se suma al conflicto enviando armas y tropas en apoyo de Al-Ásad porque considera que Siria es clave en su frente de resistencia contra Estados Unidos y un corredor necesario para armar a Hezbolá, en el sur del Líbano; Estados Unidos, que entra en escena, apoyando a las milicias kurdas del Norte sirio, con el pretexto del uso de armas químicas por parte de Al-Ásad y para combatir al Estado Islámico; Rusia, a quien Al-Ásad pide ayuda a cambio de la cual Putin mantiene dos bases en el Mediterráneo, estratégicas para su política en África; Turquía se suma al conflicto en2016, apoyando a los rebeldes islamistas, ahora victoriosos, porque quiere asegurar su frontera sur, frenar la inmigración siria y acabar con los intereses kurdos. En 2020 se firmó un alto el fuego. Los bombardeos continuaron hasta que en la madrugada del domingo 8 de diciembre los rebeldes entraron en Damasco y declararon la ciudad libre.
Al-Ásad y su familia habían huido a Moscú. En menos de dos semanas, como fichas de dominó, habían caído las principales ciudades. Las milicias islamistas habían reinventado la guerra relámpago. “La operación recuerda a la ofensiva talibán sobre Kabul en 2019”, escribe en El Mundo del día 8 Alberto Rojas: de Alepo a Hama, el HTS tardó tres días. De Hama a Homs, otros dos. Ahora sus vanguardias de motos y pick ups Toyota, como si fuera una excursión de los ángeles del infierno, han llegado a Damasco. Habría que revisar la ofensiva relámpago de la Wehrmatch sobre Francia en 1940 para encontrar un avance similar”.
En una de las imágenes más esperadas de ese domingo, el líder de los rebeldes, Abu Mohamed al Jolani, se dirigió a los sirios desde la histórica mezquita de los Omeyas y proclamó que el derrocamiento del presidente Ásad “supone una nueva historia para toda la umma (la nación) islámica y para toda la región”.
¿Quién es Al-Jolani, el vencedor de esta guerra? Lo primero que los expertos destacan es que nadie sabe su verdadero nombre: El apodo por el que se le conoce, Al-Jolani, en árabe significa el del Golán donde se cree que nació, en una familia de funcionarios gubernamentales que terminaron viviendo en Idlib. Parece que empezó a estudiar medicina hasta que sintió la llamada de la Yihad cuando en 2003 EEUU invadió Irak. Fue encarcelado en el centro de detención clandestino estadounidense de Camp Bucca, donde le sometieron a durísimos interrogatorios.
Liberado en 2008, regresa a Siria y por su capacidad organizativa y de liderazgo se le encarga reconstruir Al Queda en ese país. Funda Al Nusra y le otorgan el título de emir. Tanto él como su organización fueron declarados terroristas por los Estados Unidos. En 2016, Al Nusra rompe vínculos con al Qaeda y adopta el nombre de Hayat Tahrir al Sham, HTS, que consolida su poder en Alepo e Idlib.Al Jolani impulsa la creación del gobierno sirio de salvación con un consejo de 75 hombres de reconocido prestigio y 10 ministerios encargados de organizar los servicios públicos. Su aparato militar es el que le da fuerza. Se financia con los pasos fronterizos, los retenes de carreteras, presionando a empresarios…
En 2019 HTS ejecuta su propia noche de los cuchillos largos y se libra de los grupos rivales y acepta ponerse bajo el paraguas de protección turco mientras organiza estructuras de estado como un cuerpo de policía, leyes, un sistema adiestramiento homogeneizado o una cadena de mando única y centralizada. Logra mejorar su imagen local. Utiliza las redes sociales para mejorar la internacional. Modera su mensaje. Y tras su proclama de libertad en la mezquita de Damasco, concede una entrevista a la CNN en la que se compromete a elecciones, a un gobierno institucional y a respetar las minorías religiosas como la alauí, a la que pertenecía Al-Ásad y sus partidarios o, la cristiana.
Estados Unidos le sigue calificando como un terrorista y ofrece una recompensa de diez millones de dólares por su cabeza. Los analistas consideran que no constituye una amenaza directa, pero sí podría ser el caldo de cultivo de una nueva guerra.
Una de las primeras medidas de los vencedores fue abrir las puertas de la prisión de Sednaya, el centro del terror impuesto por Al-Asad.A esta cárcel, destinada a opositores, estudiantes, intelectuales, era fácil entrar, pero casi imposible salir. La llamaban el matadero humano. Entre las innumerables pruebas de la represión feroz de Ásad, quien según la oposición ha asesinado a más de 140.000 personas, los periodistas que la recorrieron se encontraron salas de tortura con una prensa humana, la machacadora de huesos, una butaca para descargas eléctricas, un crematorio, una sala llena de cadáveres.
Los presos liberados presentaban una apariencia cadavérica. Algunos de ellos, con la cabeza rapada y aspecto enloquecido, no recordaban ni su nombre. En el centro de la cárcel un cadalso con las sogas todavía ensangrentadas. Alberto Rojas escribía en El Mundo del 10 de diciembre que “habría que revisar las fórmulas de los campos de exterminio nazis para encontrar un horror tan despiadado”.
Los expertos coinciden en que Rusia, ocupada con la guerra de Ucrania, e Irán, debilitado por los bombardeos israelíes contra Hamas y la muerte de sus dirigentes, ha dejado caer a Al-Ásad. Estos países son los grandes perdedores de esta guerra y Turquía el gran vencedor. El desastre para el Kremlin es equivalente a la huida de Kabul para la Casa Blanca. Lo mismo sucede con Irán. Israel ha calificado de día histórico la caída de su enemigo y ha aprovechado el caos para bombardear los despojos militares de Al-Ásad y ocupar parte de los Altos del Golán. También Ankara ha sacado ventaja y bombardeado a los kurdos.
“El mundo no ha contribuido a que Siria sea un lugar mejor y por eso Siria ha contribuido a que el mundo sea un lugar peor” declaró en una entrevista a El País el escritor sirio Yassin al Haj Saleh. “Tenemos que pasar esta página negra de nuestra historia. Nos esperan muchas otras páginas con dificultades, con adversidades, con crisis, con luchas, con problemas. Tenemos que encararlas”.
Muchas veces he pensado que habrá sido de Hulva, “la dulce”. Qué habrá sido de sus hijos, de su marido orgulloso de que el mayor fuese capaz, a sus ocho años, de llevar el tractor. ¿Seguirá horneando pan? “Tenemos rebaños, tenemos agua, tenemos montaña, sol, naturaleza, somos campesinos y trabajamos aquí la tierra con gusto”, me dijo durante el reportaje de Informe Semanal un pastor. Posiblemente huyeron cuando estalló el infierno. Tal vez ahora puedan regresar, como los miles de sirios que lo están haciendo y reconstruir su Paraíso.