Sobre la persistencia de los raros

La entrada Sobre la persistencia de los raros se publicó en la revista Cuadernos Hipanoamericanos.

POR JAVIER SERENA
Director Cuadernos Hispanoamericanos

No es por un afán erudito ni por sofisticación, pero lo cierto es que autores calificados alguna vez como raros, aparecen con frecuencia en las páginas de esta revista. De hecho, al menos dos dossieres les han sido dedicados: el que titulamos Los raros —en el que se abordó aquel grupo conocido con ese nombre y que incluía a los uruguayos Felisberto Hernández, Mario Levrero o Armonía Sommers— ; y Desde los márgenes—que exploraba algunas escrituras poco convencionales, alejadas de las literaturas más centrales y canónicas—.

Y, además de esos dossieres, son habituales los textos que indagan en libros o escritores que han pasado inadvertidos, o que no han gozado de suficiente repercusión, como en la sección Segunda Vuelta, reservada para relecturas de obras que en su momento no tuvieron la atención debida, en muchas ocasiones por no encajar con el gusto de la época y proponer fórmulas que podían resultar desconcertantes.

Ante esa recurrencia por citar algunos nombres no tan comunes, o que no fueron leídos en exceso y de repente sí lo son, puede despertarse la sospecha: ¿se debe al deseo de mostrar un conocimiento oculto y rebuscado, por una voluntad de distinguirse de un lector medio, por sumarse a una reparación tardía que quizá resulte desmedida, o se trata de una reivindicación sincera, que intenta enmendar olvidos o mostrar nuevos enfoques sobre libros o autores que siguen vigentes años después de haber sido publicados? La desconfianza ante las referencias a autores o libros no tan populares o castigados durante tiempo con el desinterés puede ser comprensible, pero, si atendemos a la presencia que tienen en estas páginas de acuerdo al criterio de nuestros colaboradores, hay una evidencia: son esos autores raros, los que no se integran en el canon, a veces imperfectos o irregulares, aquellos que rehúyen de una escritura más corriente y normalizada, quienes muchas veces hacen propuestas más genuinas, y así contribuyen a la necesaria renovación del tedio de la literatura conocida, y al cabo del tiempo despiertan todavía la curiosidad de los lectores por la singularidad de su senda única.

Es, quizá, esa condición la que mejor caracteriza a los escritores que alguna vez fueron considerados raros. No tanto una extravagancia superficial, sino una incapacidad de adaptarse a fórmulas dadas. Y, si esa necesidad de guiarse por instintos propios es algo que pudo dificultar su aceptación en su momento, en cambio garantiza su duración y hasta su presencia progresiva, porque esa resistencia esconde una voz más consistente, limpia del murmullo común de las tendencias de una época en que los autores se disuelven poco a poco con el transcurrir de los años, hasta perderse en la irrelevancia y el silencio definitivo.

En su ensayo Fallar otra vez, Alan Pauls aborda ese rasgo de algunos autores que han experimentado esas trayectorias, apuntando que es en la aparente persistencia en un error en lo que se sustenta algunas de las escrituras que siguen intactas con el tiempo. Un error —o una disidencia o una rareza— que puede ser una anomalía formal, o una propuesta contraria a las seducciones del supuesto buen arte narrativo. En su ensayo, alude a autores cuya lectura está lejos de caer en el olvido, por mucho que fueran rescatados, o poco o mal leídos en su momento. En Proust, la frase larga y compleja se propone como el mecanismo de indagación en el tiempo, alterando la lógica causal de la novela por la asociación de la memoria, lo que supuso una novedad que rompió con toda la tradición decimonónica. Kafka, por su parte, opta por extremar el aburrimiento hasta exasperar el absurdo burocrático, y es a través de ese artefacto inverso a los artificios de una trama sorpresiva, como aflora una inteligencia y un humor que no caduca.

En nuestro ámbito, hay también incontables casos. Borges, tan incontestable y ampliamente citado, fue un autor de escasos lectores durante décadas, quizá porque el gusto común no estaba preparado todavía para sus especulaciones filosóficas y sus juegos posmodernos o el carácter lúdico que escondía el clasicismo extranjero de su prosa. Los españoles Javier Tomeo o Enrique Vila-Matas, por ejemplo, no fueron populares en su aparición, sino poco a poco, como si sedujeran de manera anticipada a los lectores que cada vez desconfiaban más del lirismo y el costumbrismo y la previsibilidad de la novela. Si César Aira pudo provocar extrañeza en sus primeros libros, ahora cuenta con lectores que esperan sus entregas, casi como un grupo de devotos que hubiera descubierto su valor y lo defendieran de su posible esquinamiento. Y si Sergio Pitol en su El arte de la fuga publicó un artefacto difícil de clasificar —¿ensayo, crónica, novela?—, también trazó una senda que luego se ha explorado de manera habitual.

Contrarios a los cánones, a las modas, a las pautas establecidas, y escarbando en un espíritu y una intuición genuina, todos estos escritores raros nacen sin lectores, y, superada esa indiferencia pasajera, son leídos sin importar la fecha de su aparición, contemporáneos ya en adelante, y por eso son ellos, los que evitan el agotamiento de los géneros y renuevan la curiosidad y el entusiasmo, los que marcan siempre el porvenir y el presente de esta revista.

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Fuente

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