Toda la sangre

En una novela de Gonzalo Celorio de fines del siglo XX, un profesor de literatura componía un mapa preciso de referencias urbanas y personales mientras recorría bares del centro histórico de Ciudad de México. El título, Y retiemble en sus centros la tierra,anticipaba el derrumbe conjunto de las dos tramas con un verso del himno nacional.

En el principio de Toda la sangre, del mexicano Bernardo Esquinca, Humboldt contempla la excavación que desentierra la estatua de la diosa Teoyaomiqui —después identificada como Tlaltecuhtli—. Es 1803 y el barón se pregunta por el futuro de una ciudad en la que el pasado emerge. La pregunta resuena en 2011, cuando tiene lugar la acción de la novela.

Casasola, el periodista de nota roja que protagoniza la saga que completan La octava plaga, Carne de ataúd, Inframundo y Necropolitana, investiga una serie de crímenes que ocurren en lugares ligados al pasado azteca. Sus movimientos conectan esos sitios históricos con la redacción del Semanario Sensacional y los bares que frecuenta su colega Quintana. La notación precisa de las referencias urbanas se parece a la de Celorio con dos diferencias que revelan el proyecto de escritura de Esquinca y un estado de la literatura latinoamericana. La novela, como toda la saga, desplaza lo personal a un segundo plano y cambia la tradición nacional por la azteca. El pasado y el modo narrativo son otros y funcionan juntos: la religiosidad que se percibe mágica se cuenta con los códigos del policial negro y el fantástico.

La primera edición de Toda la sangre, en 2013, coincidió con la antología Ciudad fantasma. Relato fantástico de la ciudad de México (XIX-XXI), que Esquinca compiló con Vicente Quirarte. La tradición que proponen es el marco de lectura de su obra: desde la leyenda de la Llorona hasta la actualidad, pasando por Carlos Fuentes, que sintetiza la forma en que los años 1960 y 1970 latinoamericanos procesaron las cosmovisiones originarias como “realismo mágico”.

Esquinca revela sus referentes en la ficción, como Casasola, que es un lector, sigue en su práctica a Chuck Palahniuk, Rafael Bernal y Rubén Fonseca. Otra de sus novelas, Las increíbles aventuras del asombroso Edgar Allan Poe(2018), resume el gesto, más cercano al fan fiction que a la erudición. El cruce entre el terror y el policial, que hoy es el new weird en el que se lo suele clasificar, ya estaba en la doble invención del “asombroso” escritor.

Los cuerpos desollados y los corazones arrojados a los templos que investiga Casasola imitan rituales aztecas. Esquinca los cuenta con el lenguaje llano y el golpe de efecto de la crónica roja; la estructura del policial negro y los elementos mágicos del fantástico y de los textos coloniales (Bernal Díaz del Castillo también es material de lectura). La investigación no sólo se desplaza de la policía siempre inútil o corrupta al periodista, una tradición latinoamericana, sino a la arqueóloga Elisa Mato. La novela imita al asesino en el propósito de resistir la desacralización moderna, pero lo que retorna no son los dioses que reclaman sangre —el diagnóstico de Octavio Paz frente a la masacre de estudiantes perpetrada por el gobierno durante octubre de 1968 en la plaza de Tlatelolco, uno de los sitios que elige el asesino—, sino una escritura que integra lo que no se ve ni se explica al orden de lo real y que elabora el pasado local como literatura de género.

Bernardo Esquinca,Toda la sangre, Almadía, 2022, 264 págs.

23 Ene, 2025


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