Los gorditos son simpáticos. Parecen afables, tranquilos, poco propensos a la controversia. Sin embargo, en tiempos recientes, se ha denunciado mucho la gordofobia como un fenómeno social reprobable. Y lo es, por supuesto. En contraposición, ha proliferado una publicidad que presenta modelos de personas con sobrepeso, o francamente obesas.
Quedan atrás las modelos rayando en lo escuálido y se ha insistido en amar el propio cuerpo sea como sea. Y esto, que es una actitud aparentemente muy positiva de gordofilia, podría en realidad ocultar una profunda gordofobia. Porque no se trata de sentimientos ni sentimentalismos, sino del bien de la persona. La publicidad presenta, subliminalmente, un ideal que todos aspiran a alcanzar. Pero a la persona no se la acepta por ser gorda o delgada, ni por su apariencia, sino por ser persona. No se la juzga por la apariencia, sino por lo que es en sí misma. Y una verdadera aceptación tendría que centrarse también en el bien y en la salud de la persona.
¿Cuál es el problema, entonces? El problema parece estar en que el sobrepeso, según las organizaciones de salud, está tomando dimensiones de crisis sanitaria. Según un informe del Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos, en 27 estados se da una tasa de 35% de personas con obesidad. El informe hace saltar alarmas, y no porque el centro sea gordofóbico, sino más bien, como expresa la doctora Ruth Petersen, de la división de alimentación, ejercicio físico y obesidad: “La obesidad es una enfermedad compleja. Hay una mala interpretación de que la obesidad es el resultado de falta de fuerza de voluntad y de fallos personales en la alimentación y el ejercicio”. Añade la doctora Petersen: “Hay muchos factores que contribuyen a la obesidad, como los genes, ciertos medicamentos, malos hábitos de sueño, problemas digestivos, tensión, falta de acceso a una alimentación correcta, o de lugares donde hacer ejercicio, o de acceso a la sanidad. Entender tales factores podría ayudarnos a identificar una prevención y tratamiento adecuados”.
Pero ¿acaso no es el peso un indicador de prosperidad y riqueza? Pues parece que no, según los expertos en salud. La obesidad está influida por factores como el racismo, la discriminación, la pobreza, la inseguridad alimentaria, y la inestabilidad de vivienda.Aseguran, además, que el vivir en comunidades que tienen muchos establecimientos de comida rápida, pero no tanto acceso a alimentos asequibles en supermercados contribuye a la obesidad, ya que muchas familias se ven obligadas a comer alimentos que cuestan menos, pero que son mucho más calóricos y menos nutritivos.
Al constituir un riesgo para la salud, la obesidad se convierte también en un problema económico. En Estados Unidos, las enfermedades crónicas derivadas de la obesidad y el sobrepeso ocasionan gastos de miles de millones de dólares en sanidad, y más de un billón en costos indirectos debidos a la pérdida de productividad económica.
Y no solo en Estados Unidos y en el mundo occidental. Las noticias internacionales abundan en historias sobre hambrunas en países africanos; pero también hay un peligroso aumento de obesidad en países de ingresos medios y bajos. Según los informes, un cuarto de los niños que padecen obesidad vive en África. Los niveles de obesidad se han triplicado y duplicado en diversos países de África.
Todos estos países son el objetivo de una iniciativa del gobierno de Estados Unidos para un mundo libre de hambre. Pero no se le ha dado prioridad al fenómeno creciente de la obesidad. Para los expertos, esto es una crisis global, porque el número de personas con sobrepeso en el mundo duplica la de las personas con desnutrición.
El favorecer la economía de ciertos países, junto con el factor de creciente urbanización, ha resultado en un cambio de dieta, con más acceso a productos ultra procesados. Además, las personas más “urbanizadas” tienen una vida mucho más sedentaria. En zonas rurales, donde hay que caminar mucho para conseguir comida, o acceder a centros de comercio o educación, la obesidad es menos frecuente.
Todo esto presenta más desafíos a los países de bajos recursos o de incipiente prosperidad que ya se enfrentaban a enfermedades infecciosas como la malaria. A menudo, la desnutrición y la obesidad conviven en las mismas comunidades. Este problema no se solucionará si no hay un cambio de ayudas que proporcionen alimentos más saludables.
Por si fuera poco, según las estadísticas, las mujeres se ven más afectadas por la obesidad. La obesidad femenina ocasiona mayores costos de sanidad, y una expectativa de vida menor, que afecta a su posibilidad de progreso social y económico. Además, madres obesas tienden a tener hijos obesos, lo cual podría llevar en el futuro a una predisposición a menor productividad.
No se trata, por lo tanto, de la tan cacareada “gordofobia” ni de la victimización de las personas con sobrepeso que las nuevas religiones ideológicas proclaman. Tampoco se debería de tratar de una gordofilia que exalta nuevos modelos de cuerpo. Se trataría, más bien de una “humanofilia”: la búsqueda del bien, la salud y la justicia para todos. Sea como sea su cuerpo.