Los gigantes de la montaña

César Barló ha desplegado toda su dramaturgia por diferentes espacios del Teatro Fernán Gómez para realizar una atrayente versión sobre esta obra de Pirandello

Foto de Bruno Rascão

Debemos congratularnos de que Juan Carlos Pérez de la Fuente haya favorecido el desarrollo de esta propuesta en el amplio y circular hall del Teatro Fernán Gómez. El uso de esos espacios no es novedoso; aunque, curiosamente, en el Teatro Lara, La función por hacer, versión de Seis personajes en busca de autor, que realizó Miguel del Arco, puso en marcha el off en aquel centenario lugar y catapultó a la compañía Kamikaze. Ahora es César Barló, quien procede de ese circuito alternativo, afincado durante gran tiempo en La Puerta Estrecha, el que aborda esta obra inacabada. Teatro dentro del teatro en su expresión del juego. También una provocación para ese espectador «acomodado» como ya pretendió Lorca con sus propuestas imposibles, ya sabemos, aquello del teatro bajo la arena de El público. Y el surrealismo, el onirismo y los efluvios infantiles que permiten una fantasía de aire modernista y romántico.

Los gigantes de la montaña se escribió en 1933, aunque se fue dibujando con anterioridad, apoyada en un relato del propio autor. Pudo llamarse Fantasmas, y hubiera tenido coherencia. Primeramente, hay que destacar esta disposición dramatúrgica singular. El espacio acompaña, resulta esquivo con esa columna central tan ancha; pero los asistentes parecen adentrados y se respira la tensión propia de ese caos que se concita. Hablamos de nueve intérpretes que giran y abarcan cada recodo para que los ángulos muertos se desvanezcan. Todo se amplía de manera soberbia y uno se tiene que dejar llevar por el movimiento imparable. Así comienzan a dar vueltas todos esos seres disfrazados, como habitantes de un carnaval perpetuo, anidados en la diversión de ese apartamiento. De hecho, Juan Sebastián Domínguez ha creado una mezcolanza en su vestuario propia de niños que arramblan con lo que encuentran en el armario viejo de unos abuelos. Comprobamos, cómo recogen en cajones todas las prendas, y como unas cristaleras distorsionantes nos reflejan esa mascarada fantasmagórica. Además, la iluminación profundiza, con las linternas, y otra serie de dispositivos lumínicos, en esa ludificación.

Luego, descubrimos a un grupo de comediantes que llegan a la villa de La Scalogna, donde vive Crotone. José Gonçalo Pais impone su acento y su escualidez para configurar a un taumaturgo verdaderamente cautivador, que ofrece aires de mago de Oz. Un seductor, un embaucador, aquel que promete otro mundo para que esos visitantes hallen un lugar para su obra. Se echará la función a las espaldas trabajando en la intemperie, añadiendo su desnudez y concretando los pasos a seguir. Frente a él, la condesa, Ilse, quien comanda a su gente. Ella ansía representar allí el espectáculo de La fábula del hijo cambiado, que pertenece a un poeta que estaba enamorado de ella y que se suicidó. La representante máxima de la belleza que deberá enfrentarse a esos Polifemos, cual Galatea, que la esperan con su zafiedad irracional a lo alto de la montaña.

Después seremos nosotros quienes sigamos a todos estos personajillos hasta la sala Jardiel Poncela, hasta el interior de la villa. El cubículo de los títeres que aguardan a ser despertados. Se pierde la efusividad, y parece que el montaje se queda sin recorrido. Creo que esta parte resulta excesivamente recursiva en su metateatralidad, en ese ensayo de la susodicha obra que esta compañía viene dos años representando. Cobran protagonismo Diamante, que es acogida con mucha naturalidad por Paula Susavila; y Cromo, quien le da la réplica, interpretado por David Ortega, con gran capacidad para resultar entrañable. Se abunda, sí, en la ensoñación, donde los espectros se confunden con una realidad material que ha perdido consistencia. Así, desembocamos en la última parte, de vuelta al hall. Será, entonces, cuando el procedimiento venga marcado por las circunstancias. El director ha optado por situar al elenco en fila, sentados en sillas y dándonos la espalda. No queda más remedio que acudir al testimonio de Stefano Pirandello, hijo del dramaturgo, quien atendió a las indicaciones de su padre poco antes de morir. Es, desde mi punto de vista, un batiburrillo. Es volver al caos inicial; pero con un estatismo que no tiene desarrollo. Perderá la poesía y la belleza que los cómicos simbolizaban. Los actores, en un gesto más de metateatralidad, se despojarán de sus atuendos para recuperar su propia vestimenta de tipo del siglo XXI que vuelven a la sociedad.

Creo que, aparte de su incompletitud, el texto de Pirandello peca de esa ingenuidad que detectamos en los autores del simbolismo como Maeterlinck. Fijémonos en El pájaro azul, que se representó precisamente en esta sala en 2021. Efectivamente, esa simbología del gigante como ultrahombre, desatado en su desapego de la imaginación, que exige dominar por la fuerza. Sin embargo, también, se observa cómo el proyecto se desparrama, y se alarga en la repetición de algunos temas, sobre todo, en el primer acto, el cual, en varias ocasiones se atasca para reiniciarse; cuando perfectamente podría encauzarse con mayor sensatez. Desde luego, el espectáculo merece la pena por la atrevida propuesta de César Barló y su ansia por propiciar un encuentro más íntimo con el público, en una cercanía que, por momentos, recoge esa energía de los comediantes que alborotaban las calles antaño con sus máscaras.

Los gigantes de la montaña

Autor: Luigi Pirandello

Dirección de escena: César Barló

Intérpretes: Teresa Alonso, Juan Carlos Arráez, Samuel Blanco, Moisés Chic, David Ortega, José Gonçalo Pais, Javi Rodenas, Natalia Rodríguez y Paula Susavila

Espacio escénico y vestuario: Juan Sebastián Domínguez

Ayudante de vestuario: Juanje Rubio

Diseño de iluminación: César Barló

Diseño de espacio sonoro: Sergio Bascuñana

Asesora coro vocal: Irene Martín Guillén

Asesor movimiento: Xavier Vila

Fotografía: Bruno Rascão

Jefa técnica AlmaViva Teatro: Karmen Abarca

Diseño gráfico: José Gonçalo Pais

Comunicación y prensa: Elena López

Dramaturgia: Creación Colectiva

Producción: AlmaViva Teatro

Teatro Fernán Gómez (Madrid)

Hasta el 23 de febrero de 2025

Calificación: ♦♦♦

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Fuente

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