Por Florencia Pérez Calonga
Ego, dirigida por Federico Fontán. Con Octavio Aita, Julieta Ciochi, Samanta Leder y Vicente Pérez. En El Portón de Sánchez. Sánchez de Bustamante 1034. Funciones: domingos 20:00hs (hasta el 24/11)
La danza como lenguaje del deseo encuentra en esta obra un campo fértil para explorar las tensiones entre la mirada externa y la autoafirmación. Cuatro intérpretes se adentran en un juego corporal cargado de sexualidad y vulnerabilidad, donde cada movimiento es un intento de hacerse visible, de existir en la percepción del otrx.
Egodespliega una energía adolescente: torpe, intensa, y desbordante. Los cuerpos se buscan y se encuentran, se seducen y se repelen, trazando líneas de atracción y rechazo que nunca son definitivas. Hay una clara intención de capturar esa etapa de la vida donde la identidad está en construcción, y el cuerpo es tanto un descubrimiento como un territorio de ensayo. El erotismo no se presenta aquí como algo pulido o idealizado, sino como un espacio de aprendizaje continuo. Cada gesto revela la contradicción entre el fingir saber y el acto de aprender, entre el deseo de ser deseado y la inseguridad de no saber cómo. Las emociones no están domesticadas; en cambio, son crudas, genuinas, casi salvajes.

La puesta en escena amplifica esta tensión entre lo interno y lo externo. La iluminación, a veces tenue y otras casi agresiva, parece ser una extensión de esa necesidad de ser vistos. El uso de prendas de vestir como herramienta narrativa, refuerza la idea de que la identidad y el deseo son procesos en constante transformación. La ropa es utilizada no solo como accesorio, sino como un medio para explorar el erotismo, la vulnerabilidad y el poder. Ellxs cubren, intercambian y abandonan estas piezas, marcando momentos de tensión y complicidad. Esta relación con las prendas se vuelve tanto física como emocional: arrastrarlas, lanzarlas, desplegarlas en el espacio es también una forma de dibujar trayectorias en el escenario, de redefinir las dinámicas de los cuerpos en movimiento. Desplegadas en el espacio escénico, funcionan como fragmentos de historias, recuerdos de un pasado que sigue presente en la memoria del cuerpo.

La música, lejos de funcionar como un hilo conductor, refuerza el carácter visceral de la obra al evitar una narrativa sonora lineal. Lxs intérpretes se mueven en una coreografía que, aunque estructurada, da espacio a lo impredecible y espontáneo. Como si sus cuerpos fueran guiados por pulsiones más que por una lógica ordenada. Pero más allá de lo técnico, lo que esta obra logra con potencia es invocar «esa voz adolescente» que todos llevamos dentro, esa que grita para ser vista, que busca validación y significado en la mirada ajena. Una poesía física, directa y sin adornos, que pone al espectador frente a un espejo donde el deseo y la incomodidad conviven en igual medida.
Fotos gentileza @ego_obra