Cada noviembre, como un reloj bien aceitado, se desata el drama de la Feria de la Chinita en las peñas intelectuales del Zulia. Porque si algo encanta a las autoridades públicas en esta época es el derroche: invertir hasta el último bolívar en festividades religiosas y en un maratón de populismo para “saciar” la sed de los zulianos, quienes, dicho sea de paso, se conforman con cerveza barata y fuegos artificiales. ¡Qué más se puede pedir! Porque, como todos sabemos, el bienestar de una región se mide en litros de cerveza y decibeles de gaita.
El 8 de noviembre, Día del Gaitero, las redes sociales y los community managers poco inspirados hicieron su parte, conmemorando al “Monumental” Ricardo Aguirre, quien, en un giro casi profético, falleció en un accidente tras conducir ebrio. Pero la verdadera estrella de esta fiesta no fueron los gaiteros ni los fervorosos fanáticos de la efeméride, sino el gobierno nacional y su Fundación de la Gaita, que decidieron sorprendernos con un espectáculo digno de Shenzhen: un show de drones en la plazoleta de la basílica, un despliegue visual que bien podría competir con el Año Nuevo en Beijing, pero que, en realidad, solo lograba proyectar símbolos religiosos y la superficialidad de nuestra identidad cultural zuliana; chinita, lago y puente.
Hablemos de prioridades. Este es el mismo gobierno que hasta hoy no ha sido capaz de implementar un plan de seguridad social para los artistas, pero, ¿para qué tener seguridad social cuando puedes gastar en drones? La pregunta del millón sigue siendo: ¿cuánto costó y quién se llenó los bolsillos con este show fugaz que, al igual que un relámpago, ilumina para luego desaparecer?
Quienes me conocen, saben que la gaita y yo tenemos una relación… complicada. Aplaudo que sea una expresión popular, pero cultural, lo que se dice cultural, solo si ignoramos la pobreza creativa de algunos de sus exponentes. Es un género que, con pocos valores que mostrar, se aferra a sus propios privilegios sin colaborar con otros artistas de la región. No hay otro gremio que se queje tanto y reciba tanto; la gaita, a la que pintan como “cenicienta,” en realidad es la niña mimada del presupuesto cultural, llevándose lo que debería repartirse entre todas las artes.
La Feria de la Chinita, más que un evento religioso, es un carnaval de intereses económicos y políticos. Los actos de fe quedan para unas cuantas decenas de miles de devotos que realmente creen, mientras que el resto se dedica al despliegue más secular posible de luces, alcohol y ruido. Los artistas locales, por su parte, sobreviven como pueden, esperando que algún jefe cultural tenga la gracia de lanzarles una migaja desde las alturas.
No es de extrañar que algunos hayan decidido montar su propia feria, como FotoMaracaibo, financiado en gran parte por la Embajada de Francia y la Alianza Francesa de Maracaibo. Este proyecto toma espacios públicos para reflejar, mediante fotografía, a una ciudadanía que no logra verse ni a sí misma en medio de tanto estruendo. Porque, al final, si no hay ruido, ¿qué sentido tiene? Y la fotografía tiene la bendición de ser muda.
Mientras tanto, los mercaderes del entretenimiento aprovechan el río revuelto para llenar teatros con artistas internacionales, mientras nuestros propios actores, músicos y artesanos se quedan a la sombra, víctimas de políticas culturales que gastan y gastan sin mucho sentido, solo para medir quién hace el espectáculo más grande. Porque, como diría Serrat, esto es cuestión de “ver quién la tiene más grande.”
Al Zulia le vendría bien menos luces de show y más luces de verdad, menos drones y más teatros y auditorios de cultura en los barrios. ¿Cuántos drones necesitamos para construir una ciudadanía que entienda y valore su propio acervo cultural? Necesitamos forma una nueva ciudadanía cultural. Pero hay que estar alerta, porque ellos, los que llegan a Maracaibo en noviembre para buscar votos, no están interesados en nuestra cultura regional. Como buenos colonizadores del siglo XXI, vienen a darnos drones brillantes a cambio de nuestras pepitas de oro: la fe y la identidad de una región.
¡Valiente artículo o más bien valiente articulista!