Luces de bohemia

Eduardo Vasco le ha restado melancolía a su adaptación de este clásico para trazar un espectáculo disfrutable

Luces de bohemia - Foto de Javier NavalSomos afortunados de poder asistir a un espectáculo teatral con un elenco de veinticinco intérpretes. En la versión de Lluís Homar no se llegó tan lejos y, en la más reciente de Sanzol para el CDN, el cariz fue bastante austero. Pero, ante todo, tenemos delante de nosotros un montaje novedoso.

Creo que el jolgorio, la algarabía que se propicia desde el principio ─cánticos anarquistas incluidos─ favorece el atractivo. La música en directo con esos tres músicos ambientando con blues y swing toda la escena crean una aproximación casi modernista para una estética que Valle había llevado hasta el expresionismo. Digamos que tenemos más luces que bohemia, que es una propuesta menos taciturna, menos melancólica, más satírica que esperpéntica, y esto puede hacer que para el espectador actual sea una función más dinámica. Aunque sigo defendiendo que las tres últimas escenas de esta obra, una vez Max ha muerto, alargan la conclusión de manera abusiva. No obstante, como se ha establecido este ritmo cercano al vodevil, por momentos, cuando llega el médico ruso, Basilio Soulinake, con un Alejandro Sigüenza muy tajante, a comprobar si tienen muerto o están ante un cataléptico, se resuelve por las vías de casi el slapstick con los poetas en su agitación beoda.

Todo esto provoca que Eduardo Vasco, el actual director del Teatro Español, haya hecho una adaptación muy suya, con las características que ha empleado tantas veces en las versiones de los clásicos que nos ha ofrecido en los últimos tiempos. Lo que ocurre es que, a mi entender, lo que aparenta nuestro protagonista en el cuerpo de Ginés García Millán se sale de lo coherente. El actor posee demasiada agilidad desde el inicio. Es cierto que a veces se apoya en un bastón, pero, en algunos instantes, parece perder la ceguera, y hasta canta y baila flamenco (demasiada imaginación). Sus invectivas poseen soltura de hombre maduro, no de viejo decrépito. Y hasta posee los dejes del seductor que este intérprete arrastra en su rostro. Después, cuando se pasa de la escena undécima, aquella (entre otras) que el dramaturgo incluyó en la versión definitiva de 1924 y que aquí, en su brevedad, viene traída por los pelos con esos muñequitos que cuelgan en una metáfora manida, a la moribundez del tipo aterido, en el suelo de esa «Rinconada en Costanilla», con una «iglesia barroca por fondo», sin su chambergo se comprueba la inconsecuencia. Es decir, no se nos prepara adecuadamente para ese desenlace tan patético, esa cumbre donde pandean los espejos cóncavos, donde se refleja España, y donde nos deformaremos nosotros si al salir emprendemos la Calle Álvarez Gato.

Muy distinto es lo que realiza Antonio Molero, superior, se adentra de tal manera en Latino de Hispalis desde el primer segundo, que demuestra una hondura tremenda. Para mí es lo mejor de toda la función, en él encuentro la esencia del esperpento, de la picardía quevedesca, de esa forma de vida en la suplencia, en el parasitismo. Sus muecas, su vocerío y su insolencia cohesionan el argumento y marcan la bisagra entre los artistas y el poblacho en el enfrentamiento con el poder. Luego, dada la categoría de actores que ha logrado concentrar en ese tablado, las intervenciones son realmente magníficas en términos generales. Así, María Isasi encarna a una Pisabién resalada y resabiada, mucha echada pa´lante y con el casticismo en la boca y su boleto capicúa. Hacia el final, el Rubén Darío de Ernesto Arias posee mucha prosapia y galanura; muy distintas de la apariencia que ansía gastarse el Dorio de Gádex que chuletea Pablo Gómez Pando, junto con los otros poetas de la buñolería. Por su parte, César Camino se ha traído su borracho del Tennesse de la Sala de al lado la temporada anterior. Su guinda es el «cráneo previlegiado», epítome de esta distorsión.

Por supuesto, la ambientación en la taberna de Pica Lagartos (con un Toni Misó potente) contiene los elementos necesarios para que pululen todos esos estrafalarios paisanos mientras los tumultos de las callejuelas y de la historia española se adentran. Claramente, Carolina González ha acertado con su escenografía, pues ha jugado inicialmente con los recodos que deja el telón apenas levantado para establecer un atrezo justo; y luego para desbordar todo el espacio entre el vacío y la significación del mobiliario. Todo ello empasta con el vestuario tan atinado y callejero de Lorenzo Caprile. Con una iluminación de Miguel Ángel Camacho, que nos descubre todo un trasfondo de sombras conjugando los tonos macilentos con otros verdaderamente gélidos.

A esta obra, yo creo que no le debe sobrar ni un ápice de melancolía, ni de decadencia, ni de ironía socrática; y creo que Vasco ha suavizado todo esto. Falsea en algún modo el carácter pesimista y quejoso del dramaturgo. Ahora, el montaje es disfrutable como espectáculo; pero es menos valleinclanesco de lo deseable.

Luces de bohemia

Autor: Ramón del Valle-Inclán

Versión y dirección: Eduardo Vasco

Reparto: Ginés García Millán, Antonio Molero, Alejandro Sigüenza, Andrea M. Santos, Ángel Solo, César Camino, David Luque, Ernesto Arias, Irene Arcos, Iván López-Ortega, Jesús Barranco, José Luis Alcobendas, José Luis Martínez, José Ramón Arredondo, Juan Carlos Talavera, Juan de Vera, Lara Grube, Luis Espacio, María Isasi, Mariano Llorente, Mario Portillo, Pablo Gómez Pando, Puchi Lagarde, Silvia de Pé y Toni Misó

Escenografía y atrezzo: Carolina González

Iluminación: Miguel Ángel Camacho

Vestuario: Lorenzo Caprile

Música y ambientes sonoros: Eduardo Vasco

Ayudante de dirección: Laura Garmo

Ayudante de escenografía: Lucía Ríos

Ayudante de vestuario: Lucía de Ramón-Laca

Residente de ayudantía de dirección: Inés Gasset

Asistente artístico: Paul Alcaide

Agradecimientos: RESAD

Una producción del Teatro Español

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 15 de diciembre de 2024

Calificación: ♦♦♦

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

Fuente

admin@elmaracaibeno.art

El Maracaibeño es un periódico literario y cultural fundado por Luis Perozo Cervantes, cuyo primer y único número impreso fue lanzado el 8 de septiembre de 2014, bajo el lema “El nuevo gentilicio cultural”. Su creación surgió como respuesta a la necesidad de un espacio dedicado a la promoción y difusión de la cultura en Maracaibo.

El 1 de octubre de 2017, El Maracaibeño dio un paso importante al transformarse en un diario digital, convirtiéndose en el primer periódico de la ciudad enfocado exclusivamente en la cultura. Con su nueva versión digital, adoptó el lema “Periódico Cultural de Maracaibo”, extendiendo su alcance a todo el país.

Este periódico es una propuesta respaldada por la Asociación Civil Movimiento Poético de Maracaibo, que busca fomentar un periodismo cultural que contribuya a la construcción de una nueva ciudadanía cultural en la región. El Maracaibeño se posiciona como un vehículo para llevar las noticias más relevantes de la cultura, desde críticas de arte hasta crónicas y ensayos, cubriendo así una amplia gama de expresiones artísticas.

El Maracaibeño no solo es un medio informativo, sino un símbolo de la riqueza cultural de Maracaibo, llevando a sus lectores las noticias más importantes del ámbito cultural, tanto local como internacional.

Marjane Satrapi: ni supersimpática, ni supertolerante, pero…

Obra “Comadres” se estrenará este viernes en el Teatro Orlando Araujo de Barinas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *