
Es curioso, pero yo diría que mi conexión con Iosu es previa a lacantina, previa incluso a ese curso de poesía con Luis Luna en Madrid donde nos conocimos. Y es que ambos somos de Bilbao y, cuando dos personas son del mismo lugar, siempre hay muchos códigos compartidos, una parte que conoces del otro antes de conocerlo: aunque no sepas cómo ha sido, algo sabes sobre su infancia, las amistades del colegio, incluso la relación con sus padres.
A Iosu y a mí la vida y sus puntos de trenzado nos ha llevado a coincidir en otros espacios o proyectos, a tener varios puntos de unión.
Hace un tiempo decidimos montar juntos un Laboratorio de Metáfora, en la misma casa donde una vez recibimos juntos ese aprendizaje poético: esta Escuela. Y este último año hemos coincidido en publicación de poemarios respectivos, lo que nos ha llevado a desarrollar un proyecto nuevo: recitales a dúo.
En una de esas lecturas que hicimos en Bilbao, en ese preludio nervioso antes de exponer la palabra poética en un foro, mientras entraban amigos y familiares, a todos les iba presentando: «Este es Iosu, mi socio poético«. Fue un término que surgió de repente, de la nada y más a modo de broma que otra cosa. Me pareció divertido el oxímoron que me acababa de inventar, así que lo repetí con todas las personas que entraban en la sala. No hay cosa que me parezca más alejada en este mundo que los negocios y la poesía, mezclar la palabra «socio» y la palabra «poético» es como intentar mezclar el agua con el aceite. Y, por eso, precisamente, creo que el término funciona y lo rescato ahora para este artículo del blog.
Es cierto que en ciertos momentos nos hemos relacionado como socios. Pero no de esos que buscan el negocio o la rentabilidad de un proyecto (al menos nunca hemos puesto el foco principal ahí), sino más bien de los que se consultan sobre todos los asuntos que tengan que ver con lo común y muchas veces también con lo propio. Un día descubrimos que éramos dos personas que trabajan bien juntas, pues nos complementamos de alguna manera. Eso nos ha hecho impulsarnos el uno al otro y encontrar un verdadero placer en el desarrollo de ese trabajo. No sin razón siempre nos comenta alguien después de alguna de nuestras lecturas, en las que siempre terminamos recitando mirándonos a los ojos: «se nota que tenéis complicidad».
Y de eso va precisamente este artículo, de cómo tener una relación o proyecto artístico con una persona cercana, que lea tus textos, que impulse tu trabajo y lo haga más grande, que esté siempre para cualquier consulta o cualquier caída al vacío, y viceversa, hace de este mundo a veces solitario de las letras un camino mucho más lleno de sentido.
La escritura es un ejercicio solitario, siempre se ha dicho, y es verdad. Uno está solo frente a sus demonios en el texto, las ensoñadoras y aterradoras páginas en blanco, los vacilantes dedos sobre el papel. Pero no es esa la única ni, en mi opinión, la peor de las soledades que acecha al arte literario. También un texto o un poema puede sentirse solo. Terriblemente solo. Un poema muere de no ser leído o escuchado, sufre su propia inanición. Las ideas también mueren. Incluso las buenas. A mí se me suicidan unas cuantas ideas a la semana por no lograr darles materialidad. Ahí es cuando la presencia de otros se hace necesaria, amigos literarios, socios artísticos, llamadlo como queráis. Los otros son quienes pueden dar materialidad a tu sensibilidad porque son la frontera, los otros son el lugar donde impactan las palabras.
De mi socio poético destacaría muchas virtudes. Sé que en muchos casos ha amplificado mi trabajo, como un efecto altavoz, porque tiene precisamente aquello que yo no poseo, igual que yo tengo cosas de las que él seguramente carezca. Me gusta que lleve sus empresas (especialmente si son empresas alocadas) hasta el final de sus consecuencias. Ha hecho cosas que, confieso, en algún momento dudé si llegaría a concretar, como montar una editorial o subirse a un escenario a interpretar su propia poesía. En nuestro dúo, él suele ser el cielo y yo la tierra, y tenemos comprobado que ambas cosas son muy necesarias. Otra cosa que me encanta es que, al menos en apariencia, no parece importarle demasiado lo que piensen los demás. Seguramente no sea así del todo, a todo el mundo le importa lo que piensen los demás, pero creo que es una persona con mucha confianza en su propio criterio. Por otro lado, no suscribe una norma si no está de acuerdo con ella, si hace falta creará su propia norma y hará las cosas a su propia manera. Pero lo que más me gusta de él es algo que creo que yo también poseo y, por ello, es también punto de unión: el amor por la gente (especialmente si son gente atípica).
Lo que más rescato de la experiencia de tener un socio poético es la capacidad para dar sentido a lo que uno hace. En esa soledad de la que hablaba, muchas veces podemos llegar a perder el foco. Puede parecernos que lo que hacemos no tiene sentido, que escribimos para nada, que nuestro sentir poético es en vano. Cuando lo haces de la mano de otra persona, ese sentimiento desaparece. Porque hay una persona a tu lado capaz de sentir esa conmoción que a ti también te atraviesa. Solamente eso tiene muchísimo valor.
Así que animo a todo el mundo a compartir su vida artística con otros artistas, a confiar a los demás sus textos u obras más vulnerables, recién salidas del cascarón, a crear comunidad, a emprender proyectos por el mero placer de emprenderlos, y cuanto más locos, mejor, a tener un socio poético.