Gaviota

El clásico de Antón Chejov es nuevamente visitado con esta interpretación cercanísima de cinco actrices argentinas en los Teatros del Canal

Foto de Francisco Castro Pizzo

One more time. De nuevo frente a La gaviota de Chéjov, otra vez una incursión que se sale del naturalismo y que pretende derivarnos por un territorio interpretativamente feminizado; aunque en el tono y en la energía no se produzca una contravención tajante. Si la semana pasada era Chela De Ferrari (quien, por cierto, se encontraba en este estreno) quien nos presentaba su mirada «invidente» de este clásico, ahora es Guillermo Cacace quien se pone al frente de estas cinco chicas para dirigir la dramaturgia escueta de Juan Ignacio Fernández.

En primera instancia, la reducción de aforo no debe significar, a priori, nada demasiado peculiar, más allá de que uno se sienta privilegiado de ser uno de los elegidos (algo habitual en las campañas de márquetin). Recordé que Los colochos, allí mismo, también nos acogieron en su seno circular para dramatizar Macbeth a la mexicana. Y que el año pasado nos sentamos a una mesa para escuchar en petit comité Una casa en la montaña. Podría seguir con experiencias similares, no es nada novedoso reconfigurar el espacio, encontrar otros lugares, que los intérpretes se unan a los espectadores. Por lo tanto, aceptada esta situación poco convencional; sin embargo, no tan inusual, uno espera que el procedimiento suponga algo genuino. Esto, sencillamente, no ocurre, desde mi punto de vista. El espectador está ahí con ellas, pero no comparte más que miradas y algún tímido gesto; ni siquiera unos vinos.

Además, diría que la narratividad se apodera hasta de los sonidos más impactantes ─los disparos definitorios, por ejemplo─. No diré que esto es una lectura de mesa aderezada, ni afirmaré que es un ensayo con público; no obstante, entre reducciones de personajes y de subtramas, de ambientación y de otros elementos, contamos con una Gaviota excesivamente esencial. Que, recordemos la obviedad, estamos tratando de un texto archiconocido, con lo que el aporte textual tampoco va a ser chocante. Es que Rigola ya nos metió en su caja (precisamente en esta misma Sala Negra) para que respiráramos al Vania más despojado de cualquier artificiosidad. Interpretación pura. ¿Es entonces con lo que debemos quedarnos de esta propuesta? ¿Con las excelentes interpretaciones? Efectivamente, su valor radica en la expresión de cada una de ellas. De hecho, nos envuelven de tal manera, que, cuando regresa la iluminación de sala ─el empleo de las luces es más que ajustado─, quedamos obnubilados y en un silencio sostenido (una señora tuvo que gritar: «las aplaudimos, ¿no?»).

Desde luego, es Muriel Sago, en el papel de Kostia, la que lleva su fuerza hasta un límite de insolencia superior. Recorre con su afán por la individuación, por el arte, con ese hálito romántico, un camino tortuoso que permea en su rostro mientras se pega al micrófono. Luego, su madre, que encarna Paula Fernández Mbarak, lo fustiga desde el éxito, desde su posicionamiento de clase y de ese poder que ejerce sobre un ser inmaduro, que apenas ha salido del cascarón y de ese refugio donde se hospeda su tío (personaje que se mantendrá oculto). La Masha de Clarisa Korovsky contiene la serenidad de esa sirvienta conocedora de todos los entresijos de la casa. Cuando habla con Boris Trígorin, el afamado escritor y amante de Arkádina, parece que cobra una ingenua ilusión. Marcela Guerty se ve un tanto despojada de los atributos del seductor y no llega a desplegar todas sus artimañas. Finalmente, Romina Padoan acoge a Nina, y la verdad es que me ha resultado una actuación algo diferente, quizás demasiado seca; poco dispuesta a ofrecer requiebros y otras cadencias. Algo insensible a la hora de recibir esas declaraciones de amor tan efusivas del protagonista. En cualquier caso, el proceso de todas ellas está compactado con excelencia y nos destinan al momento culmen, en el desenlace, con mucha fascinación y emotividad.

Entonces debemos valorar la dirección de Guillermo Cacace en cuanto que ha pulido el mohín mínimo y la entonación precisa. Eso sí, me sobran los WhatsApps que revela al inicio, donde cuenta cómo se les chafó el asunto con la pandemia. A estas alturas no me parece la mejor captatio benevolentia.

Sencillo y magnético este montaje.

Gaviota

Dramaturgia: Juan Ignacio Fernández

Dirección: Guillermo Cacace

Actúan: Clarisa Korovsky, Marcela Guerty, Paula Fernández Mbarak, Muriel Sago y Romina Padoan

Fotografía: Alejandra López

Diseño gráfico: Leandro Ibarra

Asistente de dirección: Alejandro Guerscovich

Producción: Romina Chepe

Producción delegada y distribución: Carlota Guivernau

Teatros del Canal

Hasta el 16 de octubre de 2024

Calificación: ♦♦♦

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Fuente

admin@elmaracaibeno.art

El Maracaibeño es un periódico literario y cultural fundado por Luis Perozo Cervantes, cuyo primer y único número impreso fue lanzado el 8 de septiembre de 2014, bajo el lema “El nuevo gentilicio cultural”. Su creación surgió como respuesta a la necesidad de un espacio dedicado a la promoción y difusión de la cultura en Maracaibo.

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